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El vino de Caná

Juan 2,1-12

Con escenas como la de hoy, uno no puede dejar de recordar todo aquello que se escucha en las fiestas y en los convites con las amistades, que qué le falto al difunto (pues ¡salud!), que el que no vino a beber vino, ¡¿a qué vino?! Me vienen también a la mente las muchas horas de compadrazgo y cuatitud que han tomado color y sabor del vino y de sus primos, el tequila y el mezcal. Hay al menos una botella de vino que me espera en Guadalajara. Existe, empero, el otro lado de la moneda; varias veces hemos escuchado aquello de: "si en la borrachera te ofendí, en la  cruda me sales debiendo". Y no hace mucho leí la desgracia de un viejo amigo que clamaba a través de su facebook: "¡Sal, maldita cruda!"

Comento todo esto porque el gran protagonista de hoy es ¡el vino!, el vino nuevo y abundante de las bodas de Caná. Hubo una boda en Caná de Galilea y ahí estaba la madre de Jesús. Y a la boda fueron invitados Jesús y sus discípulos. Eso fue tres días después de lo último que nos contó el narrador, el encuentro de Jesús con Natanael. Y en esa boda el vino se acabó, y la madre de Jesús se dio cuenta y se lamentó con su hijo: "Ya no hay vino", sólo había vacías tinajas de piedra, seis. Y Jesús dijo que esa no era su hora. Y su hora será, lo veremos hacia el final del evangelio, su exaltación en la cruz y la gloria de la resurrección. Tres días después de su muerte, a tres días de vivir sin él, la piedra del sepulcro se vio desbordada de Vida plena y abundante. El vino de Caná es el primer trago del Vino nuevo y definitivo que Dios nos sirve para degustarlo antes de llenar nuestra copa hasta los bordes.

No hay fiesta sin vino. Fiesta con vino es el brindis y el baile por el bebé que nos ha nacido; la plática y el descanso al final de la semana con el compadre; por algo al momento del aperitivo lo llamamos "hora del amigo". Promesa de fiesta el vino que me prometió mi compadre, porque es la emoción del reencuentro. El vino de la fiesta es la alegría de la mesa y de la vida compartida con los amigos.

Fiesta sin vino, fiesta de vacías tinajas de piedra es la vida que se enfría y endurece cuando nos quedamos sin Dios. Y nos quedamos sin Dios cuando el corazón deja de latir y se vuelve una piedra  que arrastramos estúpidamente, vacía de amigos, de esperanza, de alegría; vacía de amor. Nos quedamos sin vino cuando pasamos junto al dolor, la injusticia, el hambre y la miseria del mundo, y no nos estremecemos. Entonces comenzamos a morir. Morimos cuando ponemos límites y medidas al amor. "Ya no hay vino", constatan con dolor muchas mujeres madres en México, como la madre del evangelio, la madre que también estaba de pie junto a la cruz de su Hijo.

Pero el Hijo ordenó llenar las tinajas y servir su contenido. Y la fiesta siguió, se desbordó el amor de la boda. Porque esta fiesta es una fiesta de bodas. Unas páginas más adelante, el narrador nos pondrá nuevamente en escena al Bautista, con quien se lamenta uno de sus seguidores por los muchos que ahora buscan a Jesús. Y Juan le responderá: "La esposa pertenece al esposo. El amigo del esposo, que está junto a él y lo escucha, se alegra mucho al oír la voz de su esposo; por eso mi alegría ha llegado a su plenitud." En la fiesta de las Bodas del Cordero, Juan estará junto al esposo, beberá de su vino; se alegrará con Él y disfrutará de la fiesta. 

Más disfrutará la novia, la amada, la comunidad de hermanos y amigos que se embellece para salir al encuentro de su amado, de su Señor. Se pondrá de pie y saldrá gozosa al encuentro de su Amado mientras canta los versos que pone en su boca el Cantar de los Cantares, el canto de bodas: "¡Que me bese con los besos de su boca! Son mejores que el vino tus amores, exquisito el olor de tus perfumes, tu nombre es aroma que se expande..." Y el Novio le cantará: "¡Ya vengo a mi jardín, hermana y novia mía! Ya recojo el bálsamo y la mirra, ya gusto mi miel y mi panal, y bebo de mi vino y de mi leche. ¡Coman, amigos y beban, embriáguense, amados míos!"

Y ésa es la esperanza que nos da el evangelio: Que el vino nuevo desborde las tinajas de piedra; que la vida brote del sepulcro; que la muerte no nos trague; que el duelo se transforme en fiesta, que la alegría nos embriague y la fiesta no termine. Que la Iglesia se engalane de fraternidad y salga al encuentro de su Esposo que viene hacia ella para ofrecerse a sí mismo en su copa. Porque en esta boda el Vino es también el esposo, la séptima tinaja, el vino que no se acaba, el vino que no da cruda. Vino de Dios y vino para ser bebido. Que en las Bodas del Cordero, como en la canción de Rosana, el amor llueva a carcajadas. Que la fiesta empiece pronto, y la disfrutemos juntos.


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