Marcos 6,7-13
Mazatlán Villa de Flores tiene
dos avenidas. A diferencia del famoso Mazatlán de Sinaloa, las avenidas de éste
no están decoradas con largos camellones de altas y frondosas palmeras. Las
avenidas de este Mazatlán tiene toda su gloria en ser las dos únicas calles
pavimentadas, una de ellas medirá como mucho cinco kilómetros. La semana pasada
acompañé al párroco, en camioneta, a la bendición de una casa en una comunidad
cercana. Aún íbamos sobre la avenida, que saliendo del centro ya es autopista,
cuando varias personas nos pidieron lo que en varios idiomas se dice “un rait”.
Por supuesto, se lo dimos. Hoy se repitió la historia, no con el párroco, sino
con el hermano y un acólito. Salimos muy puntuales para llegar a una boda en
Igualeja. Hicimos dos escalas para recoger invitados a la boda, que esperaban
el paso de la camioneta del padre sobre la carretera (ya no era autopista) para
aprovechar el viaje, sus elegancias delataban que su destino era el mismo que
el mío.
De eso trata, creo, la
narración del evangelio. Jesús llama a sus Doce discípulos y los envía de dos
en dos a predicar. Les dio poder para expulsar demonios y curar enfermos
ungiéndolos con aceite. Les pidió no llevar nada para el camino, sólo un
bastón, pero no mochilas, ni pan, ni dinero; dos sandalias, pero no dos
túnicas. Les pidió que cuando llegaran a un lugar entraran en una casa y ahí se
quedaran hasta que se fueran a otra comunidad, y que si en algún lado no los
recibían ni los escuchaban, que se sacudieran el polvo de sus pies como testimonio
contra ellos.
El texto podría ser leído en
clave misionera. Los más antiguos discípulos de Jesús andaban de un pueblo a
otro predicando las enseñanzas de Jesús y realizando curaciones. Lo siguieron
haciendo después de la muerte de Jesús, predicando y curando en su nombre.
Hasta el día de hoy, hombres y mujeres siguen como misioneros la obra de Jesús.
Y creo que las palabras de Jesús no pueden ser tomadas literalmente. Con mis
cajas de libros ya habría yo desacatado las disposiciones del Señor. Además, a
la misión traje no dos, sino tres túnicas litúrgicas —llamadas albas— hoy mismo
me puse una inmaculadamente limpia para la boda, porque la otra no estaba digna
para una ceremonia de tal magnitud.
Pero el texto no es sólo para
los misioneros. El evangelista recuperó esta tradición de Jesús y la incorporó
a la larga narración del evangelio con el fin de que sirviera para la vida de
todos los miembros de la comunidad cristiana, pues algo de ellos se refleja en
los discípulos enviados a caminar. Es un texto para todos. Porque todos somos
caminantes de la vida y de la historia. Todos compartimos el mismo camino, aquí
o allá, pero el mismo. Todos salimos del corazón del Padre y vamos de regreso a
su Casa. Las indicaciones para caminar, entonces, son indicaciones para vivir.
La primera, llevar bastón, nos
recuerda precisamente nuestra condición de caminantes. Allá en la ciudad uno se
sube al carro, al camión o al metro. Aquí, fuera de las avenidas, uno requiere
de un bastón fuerte, sobre todo en las veredas de subida. Con él puede uno
también azuzar a los perros que salen al paso. No llevar ni pan ni dinero nos
hace confiar en la hospitalidad y la fraternidad de quienes nos reciban. Porque
son como nosotros, saben lo que necesitamos; porque son como nosotros, imagen y
semejanza de Dios, tienen la generosidad de darnos comida y hospedaje. Porque
ellos, como nosotros, también son viajeros. Ser hospedados, compartir la vida
solidaria y generosamente, es una manera de hacernos más fácil el camino. Como
dar un rait.
Yo este día además fui muy bien
recibido en la boda. Ayer vinieron los novios a confesarse. Aunque haya sido
conocimiento de un día previo, hoy sabía quiénes eran los que se iban a casar y
me dio gusto tener la oportunidad de compartir con ellos el día más importante
de su vida. Quizá es porque tengo apenas dos años y medio de ministerio, pero
espero en Dios que celebrar los sacramentos nunca sea una rutina fría y
desangelada. Por la mañana hice aseo de mi cuarto, aquí los días son como de
cuarenta horas, me bañé, me rasuré, me puse una camisa de manga larga, y me
estrené mis zapatos todo terreno grises con negro, que compré en León, me eché
perfume Sex and the City original que me regaló la Madrina en Guadalajara en
navidad, saqué mi alba limpia y busqué la más bonita de mis estolas bordadas.
Llegué atrás de la novia, así que hice entrada en medio de cuetes y banda.
Reímos y gozamos mucho la ceremonia, y le di gracias a Dios por este día.
Y bendito sea por haber podido
traer hasta mis lociones. Porque si Jesús pide llevar sólo una túnica y no dos
no es tanto por austeridad, sino por sinceridad. Llevar siempre la misma túnica
es dejar que todos nos vean igual en todas partes. Somos los mismos, somos
sinceros, vivimos de y para la verdad, sin nada que esconder. Se camina de
verdad cuando se es congruente.
Nuestra gran preocupación como
caminantes enviados por el Señor Jesús es restaurar la vida. Expulsar demonios
y curar enfermos son modos de decir que hemos de luchar por erradicar el mal y
el dolor. El camino cristiano no es una pista de atletismos en la que se corre
para llegar antes que los demás. La vida no es para llegar primero, sino para
saber llegar, diría José Alfredo. En la vida hay dolor y sufrimiento. En el
camino cristiano se avanza, paradójicamente, cuando uno se detiene a levantar y
apoyar al que no puede ya seguir. Se sabe llegar cuando se descubre que en la
Casa no esperan al que llegue primero, sino a los que llegan juntos.
Una advertencia nos da Jesús,
sacudirnos el polvo de los pies ahí donde no somos bien recibidos. Cuando uno
camina, los pies se ensucian, eso es obvio. Cuando estaba en la ciudad y usaba
huaraches y traía las patas mugrosas, me acordaba de cuando iba de misiones y veía
en la sierra a los indígenas descalzos. Hoy los veo diario. Y sé que la tierra
de sus pies es la tierra del camino. Lo que Jesús pide es sacudirnos el polvo
de los que no reciben, de los que no son solidarios, de los que cierran los
ojos, de los que no curan heridas o, peor, de los que hieren. Jesús nos pide no
contaminarnos con la violencia o la apatía de ellos, los que no se saben ni se
reconocen hermanos del camino, de los que no dan un vaso de agua, ni un rait.
Que el Dios de la Vida, que nos
hizo caminantes y nos hizo coincidir en algún punto, camine con nosotros y
junto a la alegría de ser caminantes nos regale el gozo de compartir otra vez
la vida en alguno de sus tramos. Aquí o Allá. Si es aquí, puede que sea pronto.
Pero si es Allá no hay prisa.
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