Juan 15,9-17
"A ustedes ya no los llamo siervos, a ustedes los llamo amigos". Eso dijo Jesús a sus discípulos la noche de la Última Cena, la noche de la fiesta del Pan y del Vino, la noche del servicio humilde de lavar los pies, la noche de la traición. Quizá ninguna traición causa tanto dolor como la traición de la amistad. Pero esa también fue la noche del perdón. Y fue una noche de oración. Fue noche de amistad.
Porque la amistad nace de todo eso: del servicio, de la fiesta, del perdón, de la oración, de compartir la vida. Dice Jesús: "Son mis amigos si hacen lo que yo les mando" y "permanecerán en mi amor si hacen lo que yo les mando". Suena a chantaje, como si dijera: "si no me obedecen, ya no son mis amigos". Pero ese no es el sentido de las palabras de Jesús. Porque su único mandamiento es el amor. Y el sentido de sus palabras es: "amándose ustedes, expresan la amistad que tienen conmigo".
No es poco que Jesús nos llame amigos. La amistad viene a suplir la antigua relación de esclavo y amo. Porque se veía a Dios tan lejos, tan alto, tan fuera, que daba miedo. En Jesús está tan cerca, tan bajo, tan dentro, que es confianza pura. Amistad, pues. La amistad, creo, es el amor que nace no de la fuerza de la sangre ni de la atracción sexual, sino del perdón, de la fiesta, del servicio, de la oración, de la vida compartida.
Más importante aún para mí es que si Dios es amistad, toda amistad nos habla de Dios. Vivir y releer la propia vida en clave de amistad es una manera de encontrar las huellas del paso de Dios entre nosotros. Esta semana vi una película que me emociona más interpretada en clave de amistad. La amistad que nace del perdón entre un anciano sacerdote y un niño; la amistad que nace de la fraternidad y del servicio entre el niño y un general; la amistad que nace de la fe entre el pueblo sencillo y Jesús. Y en todos los casos, la amistad es fiel y generosa hasta la entrega de la vida.
Pero no sólo veo películas. Veo mi vida y encuentro a Dios que fugazmente me saluda en la gente cotidiana que siempre se aparece en los momentos importantes; es la misma gente que vuelve extraordinarios los momentos cotidianos; los que suspendieron la fiesta de cumpleaños para abrazarme en la noche larga del duelo; los que hicieron corto el camino de la formación. Los que me invitan a bautizar a sus bebés, y caemos en la cuenta de que tenemos de amistad más años que los que teníamos cuando nos conocimos. Abro mis álbumes de fotos, y veo a Dios. No sólo lo veo en el espejo. Y ayer recibí un bellísimo regalo, venido de un amigo, por medio de otro amigo, mientras comía con otro amigo: un álbum de fotos, y en todas aparezco yo.
No cabe duda que Dios nos rodea de amistad, lo descubro en aquellos que me llaman "amigo". Porque en cada uno de ellos es Jesús es el que se sigue acercando a mí, y me sigue llamando "amigo".
Comentarios
Publicar un comentario