Juan 15,1-8
La selección del evangelio termina en el versículo 8, pero habría que leer hasta el 17 o, por lo menos, hasta el 9, que es el que da la clave de todo. Nuestro texto es parte de los discursos de despedida de Jesús a sus
discípulos la noche de la Última Cena, discursos que nos transmite sólo el
evangelio del Discípulo Amado. Jesús se presenta a sí mismo como la vid verdadera,
de la cual el Padre es el viñador; y los discípulos, los sarmientos.
No estamos ante una parábola o una comparación inocente. La comunidad del evangelista también experimenta el conflicto con el
judaísmo, del cual procede, y está consciente de ello. Lo que esta comunidad
reprocha a los judíos es que no reconozcan a Jesús, siendo como son el pueblo
elegido por Dios. Más aún, el evangelista deja entrever en su narración el
dolor que le causa ver que los judíos sean manipulados por el Imperio Romano
(llamado “mundo” en el evangelio) para perseguir a Jesús y a sus discípulos.
Vale la pena señalar aquí que la vid es en la Escritura Hebrea símbolo del
Pueblo de Israel (por ejemplo, el salmo 80); incluso, la vid es también era
también símbolo del Templo de Jerusalén, ya destruido para cuando se escribe el
cuarto evangelio.
Con el uso de la imagen de la vid, el viñador y los sarmientos, Jesús se
presenta a sí mismo y a los suyos como el verdadero Israel, el verdadero Pueblo
de Dios, enfatizando la necesidad de la permanencia o la fidelidad a Él para
seguir formando parte de este Pueblo. El lenguaje de la poda deja entrever la
encarnizada persecución que está sufriendo la comunidad cristiana por parte de
Roma, animando a los cristianos a ser fieles a Jesús. Permanecer unidos a Jesús como los sarmientos están unidos a la vid, significa nutrirnos de la misma savia o vida de Jesús. Por eso la clave está en el versículo 9: Como el Padre me ama, así los amo yo a
ustedes. Permanezcan en mi amor.
Permanecer unidos a Jesús es permanecer en
el amor. Dios es Amor, como bien
concluyó la comunidad del Discípulo Amado (cf.
1Jn 4,8.16). Si además tomamos en cuenta que el autor del evangelio se
presenta a sí mismo como el Discípulo Amado, no cabe duda que el valor más
importante, el que da cuenta de la pertenencia y fidelidad a Jesús es el amor,
el amor al Señor y a los hermanos. No es, pues, una relación de fidelidad
individual entre Jesús y el discípulo. La fidelidad y el amor a Jesús pasa por
la pertenencia, la fidelidad y el amor a la comunidad cristiana, a la Iglesia.
El mensaje es claro: la voluntad de Dios, manifestada desde antiguo a los
judíos y culminada en Jesús, es el amor; o amamos plena y decididamente, o no
somos de los seguidores de Jesús.
Por eso, permanecer unidos a Jesús es serle fiel, a pesar de la poda, de la persecución, de la incomprensión, de la burla. Serle fiel a Jesús es estar con Él en la oración, en la comunión de voluntades, y su voluntad es dar la vida generosamente hasta el extremo; los rezos y devociones desligados de la historia son hojas sin frutos. Permanecer unidos a Jesús es ejercitar la caridad. En este evangelio el amor es servicio de compasión y misericordia. Apenas antes de comenzar su discurso, vimos a Jesús lavar los pies de los que han andado con Él. Permanecer unidos a Jesús es ponerse a la altura del que está agachado, del que está cansado; contemplar la historia desde los que están abajo. Permanecer fieles a Jesús es celebrar la fiesta de la vida a la que todos estamos invitados, dejarnos recibir y acoger por Él en su casa, compartir su Pan y su Vino. Permanecer fieles a Jesús es romper la coraza de la maldita indiferencia que nos hace creer que sólo nuestros pies están cansados y sólo nuestro corazón tiene sed del Dios que da la vida.
Y sigue Jesús: Les he dicho esto para que participen de mi alegría y sean plenamente felices.
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