Marcos 16,15-20
El evangelio de este día hay que leerlo en el contexto de la fiesta eclesial de este domingo, que es el de la asunción de Jesús al cielo. Yo inevitablemente lo leo desde mi personal contexto de la partida de mi tía Clemen a la Casa del Padre, el jueves pasado. No hay que perder de vista que se trata de la escena final añadida tardíamente a la narración de Marcos y que, por lo tanto, no entra dentro de la dinámica narrativa de la obra en su conjunto. Su adición, sin embargo, deja entrever la necesidad de las primeras comunidades cristianas por constatar la resurrección de Jesús, tras su trágica muerte en la cruz.
Dice escuetamente la escena que, luego de dar instrucciones a sus discípulos para la predicación del evangelio y el bautizo de todas las naciones, "Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha del Padre". Lo primero que no se puede perder de vista es que quien habla es el Jesús resucitado, y que el resucitado es el que murió en la cruz. La crucifixión supuso el fin doloroso, trágico y a todas luces injusto de la vida de Jesús, una vida entregada por entero al Reino de Dios, que es amor al Padre y a los hermanos, amor en la compasión, la misericordia y la injusticia. Y este mismo Jesús es a quien el Padre dio un lugar definitivo a su derecha.
Pienso en la muerte de mi tía Clemen, relativamente temprana, injusta. La recuerdo padeciendo su artistris, que no le permitía realizar muchos de las acciones de nuestra vida cotidiana, tomar un vaso, partir la carne, abrir una botella; la distancia con su hijo, que vive en los Estados Unidos, su nieta a punto de nacer. Le costaba vivir, pero sabía resistir y mantenerse en la vida. Se templó en la oración cotidiana en la parroquia, allí hizo amistad con otras mujeres, pero sobre todo, allí, en su soledad y en su grupo, en su firme constancia por hacerse escuchar por el Señor, encontró un lugar que le permitió encarar la vida, darse fuerza y ver a su alrededor y a los suyos.
A mí, a todos, nos habría gustado verla sana, como lo fue en otros años; nos habría gustado verla mejor. Supo caminar con dignidad a pesar de lo arrastraba con ella tras sus pies cansados y dolidos. De muchas maneras participó de la cruz. Si no consuelo, me da paz saber que por fin está libre de la enfermedad, libre de la distancia, porque fue al reencuentro de sus papás y sus hermanos que ya la esperaban. Más que creer que llegó al cielo, que lo creo, creo que el cielo por fin llegó a ella. Creo que compartió la cruz y compartió el triunfo de la resurrección. Ayer entregamos su cuerpo al sepulcro. Pero creo en la tumba vacía; su vida se llenó del cielo, y el cielo se alegró con ella.
Ella vive la realidad del cielo en el que creo, el cielo de vida liberada de dolor y de injusticia; creo en el cielo que es descanso y es justicia; creo en cielo de la luz y de la paz. Creo en este cielo, en el que los postrados están otra vez de pie para no caer jamás. Más que un lugar, es una situación que se vive en plenitud y conscientemente. Por lo mucho que jugamos y reímos cuando yo era niño, por lo mucho que caminó y que oró, por lo mucho que soñó, mi tía Clemen vive el cielo. A ella también la levantó el Padre y le dio un lugar a su derecha. A ella y a los sencillos y a los pobres como ella. Creo que finalmente se sienta a compartir y a partir con sus manos la comida del banquete celestial. Creo que ríe y camina como antes. Creo que es feliz, y nos espera con gusto y con paciencia.Éste es el cielo en el que creo, y el que tengo la esperanza de vivir, el cielo que permite el encuentro y la recuperación gozosa, entre risas y llanto, de los abrazos rotos.
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