Marcos 1,14-20
Sabemos, por lo que hemos visto del evangelio de Marcos, desde el inicio, que Jesús es hijo de Dios, que es Aquél en quien el Padre se complace. La misma voz del Padre y el Espíritu descendiendo sobre Jesús a la manera de una paloma lo acreditan. La narración no ha pasado por alto que venció las tentaciones en el desierto. Juan el Bautista ha sido arrestado; Jesús podría haber continuado su obra, predicando un bautismo de perdón para los pecadores arrepentidos.
Pero la opción de Jesús es distinta. Jesús no predicará penitencias, ni arrepentimientos; ni ofrecerá escapularios; él hablará del Reinado de Dios, que será la gran pasión de su corazón. Jesús no hablará de sí mismo, ni siquiera hablará en primer lugar de Dios, al que llama Padre, hablará del Reinado o Reino. La llegada del Reino no tiene hora cronológica, el tiempo se ha llegado y el plazo se ha cumplido. Es el tiempo de volver el corazón al Reinado de Dios. Tiempo eterno, si tal cosa es posible. Es, por lo tanto, desde entonces y para siempre, la hora de empezar algo nuevo y distinto. No se puede escuchar la voz de Dios, saberse hijo amado del Padre, y seguir siendo el mismo.
La humanidad no puede ser la misma en el tiempo del Reinado de Dios. Hay que dar inicio a una nueva comunidad de hermanos, donde los hombres se dediquen a ser pescadores de hombres, a rescatarlos del mar, símbolo del mal, pero también de la creación. Yo creo que Dios habla en su creación, y cuando lo escuchamos a través de la compasión y la misericordia, Él nos hace creaturas nuevas. Hay que ser pescadores de seres humanos. Todo comienza escuchando la voz del Padre y acogiendo su amor en el propio corazón; después hay que ser valiente, para hacerse cargo de la propia vida, Jesús no dependió de Juan, ni se detuvo sólo porque el Bautista hubiera sido encarcelado.
La nueva comunidad comienza con la mirada de Jesús. Jesús ve, y él mismo es quien habla, quien convoca, quien va formando poco a poco al nuevo y definitivo Pueblo de Dios. Y si la mirada de Jesús es fuerte, su Palabra no lo es menos. Él llama y los llamados lo dejan todo para ir tras Él, para seguirlo. Pero, ¿qué es el reinado de Dios? ¿Qué significa seguir a Jesús?
Habrá que seguir leyendo el evangelio de Marcos. Mucho cuenta Jesús sobre el Reino; Jesús no sólo lo predicará, también se empeñará en vivirlo, y en darle cabida en este mundo y en esta historia, dominada por poderes inhumanos y deshumanizadores, que ocultan la cara y deforman el rostro de la humanidad. Ya por lo pronto, con esta escena me queda claro que el Reinado de Dios no es un territorio, ni mucho menos la vida más allá de la muerte. Que ser del Reino implica conversión, que inicia desde lo pequeño, y se construye desde la mirada compasiva y la fuerza de la palabra fraterna. Que somos seguidores, no imitadores de Jesús, imitar es reproducir gestos; seguir es reproducir actitudes.
Ver, llamar, caminar por la orilla de la vida, pasar junto a los marginados de la historia, junto a las orillas dolorosas del propio corazón, ahí donde la vida se escurre como en una alcantarilla profunda, donde la luz no llega y el aire fétido repugna; soltar las redes de las falsas seguridades, y darnos a la tarea de vernos como nos ve Jesús, llamarnos como Jesús nos llama, tendernos la mano, y sacarnos del fango de la exclusión, de la violencia, de la injusticia, de la pobreza, de la muerte; rescatarnos para la vida y ponernos juntos a caminar. Si así inicia el evangelio, así inicia el Reino. Yo lo creo.
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