Mateo 1,1-12
El clásico y mágico relato de los reyes magos o santos reyes, o simplemente los sabios astrólogos que buscaron el camino hacia el recién nacido rey de los judíos por medio de las estrellas. La liturgia del día celebra la fiesta de la llamada Epifanía del Señor, es decir, su manifestación como Hijo de Dios y Mesías Salvador para todos los pueblos. Éste es el sentido destacado por la Iglesia en este día, puesto que estos los fantásticos personajes de la narración de Mateo no pertenecen al ámbito judío, sino pagano, lo cual resalta la universalidad de la salvación de Jesús.
A mí esto me ha recordado que la Iglesia a la que yo pertenezco se llama "católica", y que católico significa "universal". Recuerdo también que la catolicidad o universalidad es, pues, una de las notas esenciales de la Iglesia. La Iglesia debe ser universal, o no es entonces la Iglesia del Señor Jesús. Recuerdo esto y recuerdo aquellas primeras clases de Teología en el IFTIM, con el profe Chavarín. Recuerdo que al final del curso sobre Tradición comentábamos las notas esenciales de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Recuerdo también al profe Poncelis que hace más años, recién ingresado yo a la Congregación, nos decía que rezábamos el credo tan rápido en la misa, que la Iglesia, en vez de ser una, santa, católica y apostólica, venía a ser más bien "una santa católica", a la que creo que sólo faltaba prenderle una veladora y pedirle algún milagro.
Supongo que en otra ocasión tendré oportunidad de comentar sobre la unidad, la santidad y la apostolicidad de la Iglesia, hoy sólo comentaré lo que recuerdo de la catolicidad, en honor de los reyes magos y del profe Chavarín, que no es rey, pero sí hace magia con la teología. Estamos acostumbrados a creer que la Iglesia, por ser universal, debe implantarse en todos los rincones del planeta, hasta que todos los países se declaren hijos obendientes de la Santa Madre Iglesia de Roma. Que las misiones, entonces, serían como la expansión geográfica y demográfica de una institución religiosa.
Pero estas ideas y estas actitudes generan intolerancia ante los otros, los de otras Iglesias y otras religiones; y ante lo distinto en general, sea cual sea la naturaleza de su distinción. Y de la intolerancia nacen la violencia y el sometimiento. La lógica del Evangelio, la lógica del Reinado de Dios es diametralmente opuesta. Jesús murió crucificado, víctima de la intolerancia y de la violencia. Y el Padre lo levantó de entre los muertos como un acto de justicia y de recuperación de la víctima inocente y no resentida, que murió ofreciendo el perdón gratuito a sus verdugos.
La Iglesia, entonces, es universal no porque expanda sus fronteras cada día más, sino porque cada día se empeña en derribar fronteras; su esfuerzo evangelizador debe encaminarse a la recuperación de las víctimas inocentes de la historia, a derribar odios, prejuicios y resentimientos, debe mostrarse no intolerante y excluyente, sino comprensiva e incluyente. Se trata no de imponerse como una mayoría, sino de respetar la dignidad de todos, comenzando por las minorías. Herodes quiso matar al Niño Jesús para afianzar su reinado, pero el ángel del Señor, valiéndose de la fuerza y la valentía de José lo puso a salvo. Rescatar a los pequeños, defender a los vulnerables, así comienza la universalidad de la Iglesia. No es una cuestión de países o habitantes, es una cuestión de vida y de humanidad.
"Ni uno más", pudiera ser hoy un buen eslogan de Iglesia y de Epifanía. Ni un niño más sin juguetes el día de Reyes; ni una muerta más en Juárez; ni un ejecutado más en nuestras calles. Rescatar lo más despreciado, lo más ninguneado de nuestra sociedad. Sé que es difícil, pero creo que es posible. Tenemos como aliento en este día el mágico relato de los sabios de oriente que siguieron una estrella, una en medio de muchas; ellos rescataron una, y encontraron la Luz que las incluye a todas; el ejemplo de María y de José, que en su casa de pobres y marginados dieron el primer hogar al Rey Mesías Universal. Así se construye la universalidad, la totalidad de este cuerpo que quiere alcanzar a toda la humanidad con el espíritu no del rey conquistador, sino del Dios humilde que levanta del polvo a los humillados.
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