Mateo 25,14-30
Parábola de los talentos. Un hombre rico que al ausentarse llama a sus criados y les reparte sus talentos, a uno cinco, a otro dos y a otro sólo uno. Y que cuando volvió, el de cinco le dio diez, porque invirtió los cinco talentos y ganó otros cinco. Y el de dos le dio cuatro, porque invirtió los dos y ganó otros dos. Pero el de uno tuvo miedo porque el amo era duro y cosechaba donde no sembraba, así que enterró el talento y fue lo que le devolvió a su regreso. Veinte mil veces he escuchado y leído que Dios a todos nos dio talentos, a quien más, a quien menos... pero que todos tenemos que esforzarnos por explotar y compartir nuestros talentos, y no tener miedo de hacer este esfuerzo. Y que "talento" significa talento, es decir, dones, habilidades...
Pero esta parábola no es un discurso de superación personal. En el contexto social del evangelio el "talento" es dinero, mucho dinero; ni siquiera es moneda, sino más bien como un cheque de una cantidad fuerte, equivalente a 6000 días de salario, casi 16 años y medio de salarios. Es mucho valor. Y el amo quiere su dinero y quiere sus intereses. Además, en el evangelio, esta parábola está después de la que escuchamos el domingo anterior, la de las jóvenes portadoras de luz; y antecede a la gran parábola del juicio final, que leeremos la próxima semana. La parábola de hoy dice que el amo ordenó echar fuera, a la oscuridad, al hombre que tuvo miedo y enterró un talento. Y este dato de permanecer fuera, en la oscuridad, me remite a la oscuridad de la noche de las jóvenes necias, que se quedaron fuera del banquete de bodas por no haber llevado suficiente aceite para mantener encendidas sus lámparas. No es casualidad que las tres parábolas aparezcan juntas y sigan este orden. Así que esperaré una semana más para poder exponer algunas conclusiones.
Por lo pronto, veo que la parábola tiene un fuerte y desafiante sentido leyéndola desde esta clave. La parábola invita a cuidar los intereses del amo, porque los valores repartidos son suyos, no de los criados. A primera vista pareciera incluso que la parábola fuera antievangélica, ¿cómo comparar el reinado de Dios con un hombre rico y ambicioso, cuando el evangelio ha advertido que no se puede servir a Dios y al dinero? Los intereses del amo, los talentos, no pueden ser dinero. Pero son valores. ¿Y qué puede tener Dios de más valor que sus hijos?
En el Sermón de la Montaña, hacia el inicio de su vida pública, Jesús había alertado a sus discípulos que no todo el que clamara "¡Señor, Señor!" entraría en el reino de los cielos, sino aquél que hiciera la voluntad del Padre. Y la voluntad del Padre está en que cuidemos sus intereses, que cuidemos a sus hijos; que la vida de sus hijos se multiplique y no se entierre. Podía ser muy seguro enterrar el dinero, como se entierra un cofre de tesoro, o una vaca rellena de centenarios, como la que tantas veces buscamos en el molino de mi tía Lucita, y que hasta hoy seguimos sin encontrar. Y así como el dinero enterrado no sirve, los hijos de Dios enterrados no están vivos.
En la parábola, el hombre enterró el talento que su amo le había dado porque le tenía miedo. Dios perdone a los que predican el temor a Dios. ¿En qué consistía la necedad de las jóvenes de la parábola anterior? En el miedo. Son miedosos los que se duermen y "esperan sentados que el tiempo lo resuelva todo", diría Alejandro Aura. Son miedosos los que no tienen luz ni tibieza en el corazón para reconocer al Señor que se acerca: los apáticos y los indiferentes. Son miedosos los que claman "¡Señor, Señor¡" pero no buscan el reino de Dios y su justicia. Miedosos los que no guardan la memoria de los justos y los inocentes. Miedosos los que no confían en el futuro y los que no tienen esperanza. Miedosos los pusilánimes. El amor produce luz y vida. El miedo, oscuridad y muerte.
A sus 31 años de edad y cinco de sacerdocio, el P. José María Vilaseca prometió solemnemente a Dios que haría siempre y en todo lo mejor. Fue valiente. Porque fue valiente fue luz de su tiempo y de la historia. Porque prometió hacer siempre y en todo lo mejor, fue lámpara que llevó luz y calor a los últimos, a los despreciados, a los marginados y olvidados. Por eso el Señor lo llamó por siervo bueno y fiel, y lo invitó a compartir su felicidad. Dichosos los valientes, por generosos y solidarios, porque entrarán con el Novio a su banquete, Ay de los miedosos, que mueren en la mediocridad y el conformismo mezquino y egoísta.
Libra mis ojos de la muerte,
dales la luz, que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva,
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.
Haz que mi pie vaya ligero,
da de tu Pan y de tu Vaso
al que te sigue paso a paso
por lo más duro del sendero.
al que se queja y retrocede.
Que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo,
tantos me dicen que estás muerto,
y entre las sombras y el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. Amén.
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