Mateo 18,15-20
Para mí esta semana que ha pasado ha sido una semana de rupturas. Primero el Mohicano, al que llevé al encuentro de su vida y su destino en un rincón literario de la geografía jalisciense, escenario del llano en llamas. La segunda, con mi abuelo paterno, que partió lejos, lejos, hasta la casa del Padre. Los traigo a la mente primero porque acabo de vivir ambos momentos, y los viví con dos o tres horas de distancia; y porque el pasaje del evangelio de Mateo habla de las relaciones restauradas y la unidad de los seguidores de Jesús.
El texto, como en otras ocasiones, forma parte de un contexto más amplio. Antes de esto, Jesús advierte a los suyos de cuidar con especial consideración a los más pequeños de la comunidad; más adelante continuará hablando sobre la necesidad del perdón, y del perdón como gesto profundo de reconciliación que restablece las relaciones fraternas entre los discípulos del Señor.
Tradicionalmente, a la primera parte de este fragmento se le ha conocido como "corrección fraterna", y pareciera más bien una lista de acciones extraída de algún manual de procedimientos, como "el 1, 2, 3 de la reconciliación". Pero a mí la clave me la dan los versículos 19 y 20: "Les aseguro -dice Jesús- que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, lo conseguirán de mi Padre, que está en los cielos. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos." Sobre todo esta última afirmación, que cruza el evangelio de principio de Mateo de principio a fin. Al inicio, en la profecía sobre el nombre, es decir, la naturaleza de Jesús: El Emmanuel, que significa "Dios está con nosotros"; y al final, cuando Jesús resucitado asegura: "Y he aquí que yo estoy con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo."
¿Dónde está Jesús? Con nosotros, siempre, especialmente cuando nos reunimos en su nombre. Pero su presencia es algo enteramente distinta a la de un fantasma. Porque no se trata de reunirnos y convocar al Señor por medio de mantras. Se trata de algo más fuerte, no menos espiritual, pero verificable en la historia: se trata de construir comunión. Comunión en la capacidad de ponernos de acuerdo, que sea para pedir algo a Dios sólo indica, creo, no que hay que sentarnos a esperar que el cielo se abra y baje el milagro, sino que el acuerdo alcanzado por la comunidad gire en torno a la voluntad del Padre, tal como está expresada en la oración que Jesús enseñó a los suyos en el capítulo 6 del evangelio: en que los hijos de Dios tengamos que comer cada día, que aprendamos a perdonarnos deudas y ofensas, que vivamos libres del mal y sin caer en tentación. Quizá por eso nuestros legisladores no logran ponerse de acuerdo, porque no parecen buscar el reino de Dios, sino el reino de poder.
Es de llamar la atención que en el proceso de corrección fraterna Jesús pida, al final, para el caso del hermano que no se deja corregir, que sea tratado como publicano, como extraño/extranjero, ¡porque en el evangelio Jesús se muestra como amigo de los publicanos y los gentiles!" No parece, entonces, que se trate de una sanción extrema, algo así como la expulsión de la comunidad o excomunión. Creo yo que se trata más bien de una última invitación al amor extremo, a buscar al hermano con la solicitud del pastor que sale a buscar a la oveja perdida, como dice Jesús unos cuantos versículos antes.
La conexión de la corrección fraterna con la oración y la presencia de Jesús van, creo yo, en este sentido: hacernos entender que sólo en la comunidad, y en la comunidad entera, podemos descubrir y contemplar el rostro de Jesús, del cual somos su Cuerpo, que camina en la historia. Significa que es a través de las relaciones fraternas por donde "circula" la vida de Dios. Que encontrarse con Dios es encontrarse con el hermano. Significa que nunca nadie, de ningún modo, se nos puede ir para siempre del corazón. Siempre hay tiempo para el reencuentro, para restablecer las conversaciones y los abrazos rotos, diría Almodóvar. Porque el otro es, conmigo y como yo, parte del mismo Cuerpo. Porque el Padre, que recibió en el hueco del sepulcro el cuerpo maltratado de su Hijo, no quiero ver a este Cuerpo que es su Pueblo como los cuerpos de Ciudad Juárez, Tamaulipas o Monterrey, como cuerpo mutilado.
Por eso la venganza es tan asesina como la muerte cobarde y traicionera. Por eso la pena de muerte da pena, porque es muerte. Por eso la pobreza es un asesinato cruel y engañoso, porque es lenta y al ser el resultado de una larga cadena de injusticias, acaba siendo una cínica culpa anónima. Por eso. Porque nadie está fuera del corazón del Padre, y nadie puede, por tanto, quedar fuera de la vida digna de los hijos de Dios. ¿O hay distancia mayor que la trazada por un corazón que desea y procura la muerte del otro, alejado por ser visto como un simple "otro", y no reconocido como hermano, así sea en el nombre de la justicia o del mismo Dios? ¿Hay muerte horrendamente más lejana a la vida que la muerte injusta y temprana?
Lo cierto, lo cristianamente cierto, es que Dios es comunión; y que para la comunión no hay distancia insalvable, ni en el espacio ni en el tiempo. Mucha gente se ha "ido" en mi vida, de muchos he sido yo quien se ha ido. Pero a todos los sigo sintiendo míos, no como egoísta posesión, sino como gozosa vecindad de historias que coinciden y, aunque todas dan rodeos, todas llegan siempre al punto de la comunión. Por eso gozo con las relaciones restauradas y los reencuentros, más cuando saben a café y a cielo. Para el reencuentro, para la reconciliación, mejor antes que después de la muerte. Mejor después de la muerte que nunca. Mejor la comunión que la ruptura. Y espero entonces, con cristiana esperanza y humana paciencia, el día claro en que pueda visitar al Mohicano y a mi abuelo, a cada uno, en el lugar al que fueron llevados bajo el cielo oscuro y lluvioso de hace dos madrugadas. A ellos, y a la cuatitud y al clan en la diáspora, a los amigos de la 82 y de la Prepa 6...; y a mamá y papá... y a todos los que en la comunión son míos tanto como yo de ellos. Esta fue una semana de rupturas, pero hoy también fue un día de reencuentros. Y en éstos me llegó anticipadamente el aroma de la eternidad.
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