Mateo 1,18-25
Es 19 de marzo. Es la fiesta de san José. No es una figura suficientemente valorada en la Iglesia, oficialmente; y eso es parte de su encanto, porque la gente sencilla lo quiere y lo busca; quizá porque se identifican con él. Es un hombre sencillo que actúa con buen corazón, que en el silencio escucha la voz de Dios, que piensa en las personas antes que en cualquier otra cosa. La Escritura lo llama justo y eso significa simplemente que es un hombre bueno.
Como hombre del pueblo, tuvo sus sobresaltos, tuvo sus decisiones equivocadas, pero tuvo también la humildad de rectificar. Por ello es un hombre recto. El evangelio lo muestra equivocándose al decidir repudiar a María, su esposa, por estar embarazada y no de él. Pero la rectificación que hace al recibirla en su casa, nos da ejemplo de apertura a lo nuevo, a la acción creadora del Espíritu Santo en el seno de una mujer, en medio de una sociedad machista y patriarcal. En otras palabras, la Escritura lo muestra como testigo de la acción de Dios en medio de lo débil, lo sencillo, lo pequeño, lo vulnerable.
A partir de ahí comenzará su camino de fe y de amor. Caminará entre la gente del pueblo, con el Pueblo, que es el Cuerpo del Hijo que Dios le confió como padre. Caminará con nuestro pueblo mexicano. Llegó a nuestras tierras con los primeros frailes que trajeron la fe cristiana al Nuevo Mundo. Llegó cargando a su Niño en brazos, frágil y pequeño, como el nuevo pueblo que comenzaría a nacer. Le dio calor y cobijo en la nueva fe, porque la primera Iglesia de la Nueva España fue dedicada a san José, y se llamó san José de los naturales. San José caminó con nuestro pueblo desde los albores de la Independencia nacional, porque no tomaba aún el cura Hidalgo el estandarte de la Virgen de Guadalupe, y san José ya cantaba nuestra libertad. Porque la campana de Dolores se llama san José.
Mucho tiene que caminar aún nuestro pueblo, en la noche de nuestros días, entre el pueblo que busca un espacio de refugio y salvación, como la noche en que José huyó a Egipto; y ahí estará san José con nosotros, como siempre ha estado, entre los sencillos y los humildes, entre los que no tienen "palancas", entre los que no son influyentes, entre los que lloran en silencio y los que ríen a carcajadas sin vergüenza, entre los que limpian solos sus heridas y se resisten a que la vida se les escurra a balazos, entre los que piden por favor y dan las gracias. Entre la que gente buena que actúa con compasión.
Hola Migue.
ResponderEliminarMis felicitaciones por todas tus reflexiones; esta es realmente conmovedora. José entre los sencillos. Sólo me gustaría añadir: ciertamente en tiempos de José, como ahora, reinaba un machismo en la cultura, y sin duda alguna José no estaba excluido de su influencia y por ello su actitud de repudiar a María por estar embarazada (¿de otro?); pero también es cierto que era el hombre justo, el hombre bueno que confiaba también en las promesas de Yahaveh. Y por tanto me gusta más pensar, al decir de Karl Raner, que la razón de su repudio fue más bien por no sentirse a la altura de ser el Padre del mismo Hijo de Dios; pues sin duda alguna María, su fiel esposa, le había comunicado el misterio de la salvación. Como esposa fiel, no creo que se hubiese aguantado a comunicarlo a José por alguna prohibición divina.
Valdría la pena ahondar esta reflexión, de modo que vaya desapareciendo eso de que José dudó de María, como se sigue acentuando en la devoción de los dolores y gozos. Un saludo.
P. Javier
Gracias, el tema está abierto. De acuerdo contigo en que no hay lugar para hablar de dudas en san José. Sobre si María habló con José o no sobre el origen de su embarazo, la construcción narrativa del texto no da lugar para esa especulación, creo. Pero hay que seguir pensando.
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