Mt 5,17-37
Estamos ante una larga sección del famoso Sermón de la Montaña, iniciado con las bienaventuranzas, e inmediatamente después de las parábolas de la sal y la luz. Ahora el evangelista, teniendo en mente el origen judío de la mayor parte de los miembros de su comunidad, y el conflicto que viven con el judaísmo fariseo, que se basa en la observancia escrupulosa de los dictados de la Ley, presenta en boca de Jesús la postura cristiana ante lo que dice tal Ley.
Para tener una mejor idea de lo que se está disputando, no podemos perder de vista la postura que el Apóstol Pablo enseña por su cuenta. Evidentemente, lo primero que tenemos que recordar es que, antes de su conversión, Pablo era un judío fariseo, fanático y perseguidor de la Iglesia. Luego de su conversión, sostendrá apasionadamente que no es la Ley, sino la fe en Cristo Jesús la que nos salva; y que quien sigue bajo la esclavitud de la Ley hace inútil la muerte y resurrección del Señor.
Por su parte, en el evangelio de san Mateo, Jesús sostiene que no ha venido a abolir ni la Ley ni los Profetas, y que hasta la mínima letra de la Ley sigue vigente. Aquí, a todas luces, hay un conflicto de interpretación, que ha hecho correr litros y litros de tinta a lo largo de cientos y cientos de años. ¿Quién tiene razón, Pablo o Mateo? ¿Observar o no observar la antigua Ley judía, cuya síntesis se expresa en los Diez Mandamientos? El P. Enrique Ponce de León cuenta el diálogo que sostuvo con un rabino amigo suyo, que lamentaba la actitud de Jesús, que pasaba por alto la Ley de Moisés, y se consolaba ante la constatación de que la Iglesia no enseña el Evangelio, sino los Diez Mandamientos de Moisés (¡ups!)
Tanto Mateo como Pablo se encuentran en la Escritura, y sus escritos son tenidos igualmente por Palabra de Dios. Creo que un poco de inteligencia antes de la polémica, y una lectura atenta de ambos, pueden ayudarnos a caer en la cuenta que, a su modo y desde su muy personal experiencia de Dios, los dos quieren transmitirnos la misma Buena Noticia.
En efecto, en el evangelio de Mateo, Jesús pide a sus discípulos observar la Ley con una justicia o una actitud distinta y superior a la de los fariseos. Y da varios ejemplos, introducidos con una fórmula contundente: "Han oído decir... Pero yo les digo..." Y recuerda a su auditorio la intención y el fin primeros del Decálogo y de toda la Ley: ayudar al Pueblo a vivir en fraternidad, ayudar a formar un pueblo de hermanos. El corazón, entonces, debe ponerse por encima de la sola letra de la Ley. Antes que la letra de la Ley, está su espíritu, y el espíritu de la Ley es el cuidado y la valoración de cada persona.
Con el paso del tiempo, el espíritu de la Ley, el espíritu de la Alianza, se fue diluyendo, y los mandamientos que debieron vivirse como fuente de vida, terminaron por legimitar un estilo de vida patriarcal y dominante; incluso, surgieron nuevos preceptos inspirados en un espíritu contrario al de la Alianza. Por ejemplo, la ley que permitía al varón divorciarse de la mujer. Porque aquí el problema no es el divorcio, sino el acto del varón que, a capricho y voluntad, podía deshacerse de su esposa sin ningún problema, exponiendo a la mujer al desamparo, a la burla y al abuso. Antes que una defensa del matrimonio, la enseñanza de Jesús es una defensa a la mujer.
Porque la persona es el valor más importante, nada puede lastimarla; nada, por eso no hay que llegar al extremo del asesinato para dañarla. Y si la persona de la que estamos hablando es débil y vulnerable, como lo era la mujer en medio de una sociedad machista y patriarcal, el cuidado que debe tenerse con ella es aún mayor. De ahí la énfasis que pone Jesús en proteger a la mujer de la lujuria masculina.
Pablo entenderá, por su parte, que la observancia ciega de la letra de la Ley provoca una conciencia escrupulosa, que endurece el corazón, fanatiza a la persona y la desgasta emocionalmente. Lo veo en la gente que con frecuencia me pregunta: "Padre, ¿es pecado...?" Suelo responder: "Mejor pregúntate si en esto amaste o te ayudaste a amar a Dios y a los hermanos". Pablo, el antiguo rabino fariseo apasionado, no se cansará de repetir que Jesús nos ha liberado de la esclavitud de la Ley, ¡que nos ha liberado para ser libres! Parece una tautología, pero no lo es. Y con ello no quiere decir que "Jalisco libre", como decía mi madre para referirse a toda situación de desgobierno en la que uno tiene la posibilidad de llevar a cabo lo primero que a uno le venga en gana. No es tampoco la postura de Pablo, que se ha descubierto y experimentado intensamente amado por Jesús, y se siente impulsado a vivir y comunicar este mismo amor. En el fondo, la propuesta de Mateo es la misma. Sólo que Mateo pondrá el énfasis del amor en primer lugar sobre los pequeños, los débiles, los vulnerables, los marginados, los necesitados.
Esta semana, un famoso columnista, Catón, ha comentado que las homilías se han vuelto discursos que ya no hablan de las virtudes teologales, ni de los Diez Mandamientos, ni de las obras de misericordia, sino de temas políticos, económicos y sociales. Me sorprende de Catón. Pareciera que, como Moisés a Dios, conoce el Evangelio de oídas, al menos el de Mateo; ojalá que un día contemple su rostro. Porque a qué enfermos vamos a visitar, si no están entre ellos los adictos, los resentidos por el clima de violencia y muerte que se respiran por todas partes, los que esperan el fin de sus días sin dinero suficiente para comprar medicina que mitigue sus dolores; o a qué ignorantes vamos a enseñar, si no es a todos aquellos que viven en la ignorancia que resulta de la censura y el control sobre los medios de comunicación, o en la que resulta de la buena enseñanza de los maestros que compraron sus plazas. No sé cuál sea la anchura de nuestro amor si no trasciende las paredes del hogar, o cuál la hondura de nuestra esperanza cristiana, si no atraviesa la difícil situación de guerra, perdón de lucha contra los malos, que estamos viviendo, en la que no se ve el fin y mucho menos el reinado de Dios.
Y, sin embargo, seguimos creyendo en el Dios revelado en Jesús, predicado por Mateo y por Pablo, que es amor, no sólo el amor color de rosa que anda en las calles juntando muchachos y muchachas, como diría Alejandro Aura, sino también el amor que llora ahí donde el hambre, los vicios y el dolor parecen desmentir que Dios nos siga amando. Y sobre todo, mantenemos firme la esperanza de que Él nos espera en medio de ellos, los que ha llamado bienaventurados, que en ellos nos muestra su rostro. Y que un día todo estará como Él quiere. Y que es eso lo que buscamos cuando hacemos nuestro el espíritu de la Alianza, espíritu de libertad y de amor por cada ser humano, comenzando por los últimos.
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