Mateo 6,24-34
Continuamos con una de las secciones intermedias de ester primer gran discurso de Jesús en el evangelio de Mateo, el famoso Sermón de la Montaña. No podemos perder de vista el inicio del sermón, hay que tener en cuenta que Jesús toma la palabra como Maestro tras contemplar los rostros de la humanidad doliente, la que espera comida, alivio y justicia, a la que ha llamado bienaventurada. Desde ella es que ha querido enseñar a sus discípulos un nuevo estilo de vida, que nace de la profunda experiencia de Dios como Padre, de su misericordia y su compasión.
La sección de este domingo es de una sencillez tal, que uno se estremece y hasta le dan ganas de llorar, más aún si uno se acerca a estas páginas con el corazón apachurrado, con la mirada baja, y con el futuro incierto y oscuro. No es poco lo que Jesús pide: ¡No preocuparse por qué vamos a comer o beber, o con qué vamos a vestirnos, cuando éstas son preocupaciones de un día sí y del otro también! Es verdad que hay gente que no tiene estas aflicciones, pero también para ella son las palabras de Jesús. Y es que cuando estas palabras no son consuelo y esperanza, son todo un desafío.
Dios es Padre, todo en esta vida, la vida misma, brota de Él, de su entraña materna que ha dado a luz a la creación, de su Espíritu que todo lo fecunda. Nos ha dado la vida y con ella lo necesario para su subsistencia. Jesús invita a mirar como él: ahí están las aves del cielo, donde se cumple la voluntad de Dios, ni siembran, ni cosechan, ni almacenan, como hacían los varones en tiempos de Jesús y, sin embargo, Dios les procura la comida. ¡Y nosotros valemos más que las aves! Ahí están los lirios, que no tejen, como solían hacer las mujeres, ¡y ni Salomón se vistió como ellos! ¡Y nosotros valemos más que las hierbas y que las flores!
¿Cuál es el problema? Creo que algo del problema está en la mención de Salomón. Salomón fue un rey autoritario y explotador, vanidoso; sometió y explotó a su pueblo para obtener la riqueza de su monarquía. El evangelio dice que Salomón ni en toda su gloria vistió como los lirios. Salomón se dio a sí mismo la gloria y no a Dios. No la dio a Dios porque no vio en su pueblo a sus hermanos. Se hizo esclavo del dinero y no del Señor, rompió la alianza. Se entregó al dinero y el dinero le endureció el corazón; cada vez quiso más y más, y cada vez más y más se alejó de la insuperable majestad de lo sencillo.
Lo dijo Jesús mismo: No se puede servir a Dios y al dinero, sólo se puede amar y ser fiel a uno de los dos. Por eso hay que buscar que Dios reine y establezca su justicia entre nosotros. Vivimos en una sociedad donde impera el dinero y sus aliados: el poder, la violencia, la mentira, la muerte. Inútil afanarnos en cambiar el mundo o en hacernos pobres y dejar de trabajar y ganar dinero, ¡lo que menos quiere Dios es que haya pobres! El dinero reina cuando se vuelve fin y no medio de cambio. El dinero reina cuando se hace dueño de nuestro vida, en vez ponerlo nosotros al servicio de ella, la nuestra y la de los hermanos. Por Jesús pide a sus discípulos ser esclavos de Dios y no del dinero. Pero los esclavos viven en los márgenes, asumiendo valores contraculturales. Mucho ganaremos pensando en pequeño: formando familias solidarias, pequeñas comunidades de vida fraterna, que en su pequeñez den gloria a Dios porque en ellas se cuida la vida de cada hermano.
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