Lucas 1,39-48; Apocalipsis 12
Solemnidad de nuestra Señora de Guadalupe, la fiesta religiosa más importante de los mexicanos. La liturgia pide leer este día el texto de Lucas, la visita de María a su prima Isabel, una escena bellísima que narra el encuentro entre dos mujeres embarazadas, dos mujeres llenas de vida; una ya es anciana, Isabel; la otra, María, es una muchachita. Las dos son símbolos de su pueblo, la primera, del antiguo Israel; la segunda, del pueblo nuevo, la Iglesia. En el abrazo que se dan las dos se da el paso de lo antiguo a lo nuevo.
La escena de Lucas, y la fiesta de la Virgen de Guadalupe, me traen a la mente a la mujer del Apocalipsis, la gran señal que apareció en el cielo, descrita con rasgos muy similares a los de Santa María de Guadalupe: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, y estaba encinta. El parecido en la descripción no deja de ser asombroso, y no se trata de una visión del futuro, pues en principio la mujer del Apocalipsisis no es María, sino el Pueblo de Dios, la Iglesia.
La mujer del Apocalipsis es de pronto perseguida en el cielo por un gran dragón rojo de cuernos en la cabeza que desea matar al Hijo de la mujer, en cuanto ella dé a luz. Pero la mujer escapa al desierto, y también el dragón es arrojado a la tierra tras ser derrotado por el Arcángel Miguel. En la tierra, el dragón nuevamente persigue a la mujer.
La visión del Apocalipsis es la de la lucha entre la mujer encinta y el dragón, entre la vida y la muerte; la vida, que es bella y frágil; y la muerte, violenta. El Apocalipsis muestra la resistencia de un pueblo perseguido y amenazado ante sus perseguidores. Para la primitiva Iglesia, la persecución venía de Roma; hoy, la persecución y la muerte le vienen al Pueblo de toda clase de nuevas bestias y opresiones; empobrecimiento, injusticia, discriminación, violación de los derechos humanos, violencia, etc.. Cuando hizo su entrada en la historia, la Virgen de Guadalupe también atestiguó la resistencia de un pueblo, el pueblo azteca, raíz del pueblo mexicano. La lectura del Nican Mopohua, el relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, y su imagen en el ayate de Juan Diego, muestran a María morena, vestida de pueblo, de pueblo pobre y sencillo, de pueblo humillado por la conquista, de pueblo perseguido.
El gran sueño, la gran esperanza de los mexicanos, es que esta batalla contra el mal está ganada por Aquel que fecunda y llena de vida nueva y plena a la mujer del Apocalipsis, a santa María de Guadalupe, a la mujer vestida de persecución, pero también vestida del cielo, a nuestro pueblo. Ella es portadora de la Vida verdadera, que en Juan Diego tiene a un primer hijo del pueblo nuevo, rescatado de la muerte. Porque Juan Diego se tenía a sí mismo por cola, por parihuela, por mecapal, por hoja que se lleva el viento. Y Santa María de Guadalupe fue en su busca, a las orillas, entre los pobres y agachados, y le habló con respeto, como al más importante y digno de honor de sus hijos; alivió su carga y lo incorporó al árbol de la vida plena, lo hizo entrar al palacio de los importantes y validó la fuerza y la verdad de su palabra.
Lo que cantó María en el Magnificat, tras su encuentro con Isabel lo vivió Juan Diego tras su encuentro con la mujer vestida del cielo: que el Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.
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