Mateo 1,18-25
Una escena padrísima del evangelio de Mateo. El lector judío original del evangelio tenía las claves para dejarse impresionar por este relato. Lo primero que hay que destacar que el protagonista de esta escena es José; sin embargo, la escena no quiere hablarnos de él, sino del origen de Jesús, el Mesías. Y creo que en eso podríamos sentirnos identificados todos: en ser los protagonistas de una historia que, en su manera de vivir, hablan al mundo de Jesús.
Lo que vivió José supuso una fuerte experiencia de fe traducida en amor. En aquella época, el pueblo judío tenía como un valor importante el honor. Los matrimonios no se realizaban por amor, sino como un pacto de honor. Una mujer que engañaba a su marido manchaba el honor del esposo y su familia. El texto del evangelio es claro en el sentido de que María y José no vivían juntos cuando ella quedó embarazada, lo cual suponía una afrenta al honor de José.
Y es que el honor que importaba era el del varón, se trataba de una sociedad patriarcal y machista; y para encarnarse como ser humano, Dios rompió con los valores dominantes, elitistas y excluyentes que se habían arraigado en el pueblo. La ley sancionaba con muerte por lapidación a la mujer que cometiera adulterio. Sin embargo, José, que en todo quería cumplir con la voluntad de Dios, siente compasión de su esposa y decide repudiarla sin avisar a nadie, para evitar la muerte de María.
Pero como el lector del evangelio sabe de antemano lo que José no sabe, que el hijo de María procede de la fuerza dadora de vida de Dios, que es el Espíritu Santo, el lector comprende que, irónicamente, José, queriendo cumplir la voluntad de Dios, está equivocado, pues separarse de María supondría frustrar el plan divino de la Encarnación. Más aún, el lector comprende que la sola Ley judía no ayuda a cumplir la voluntad de Dios, pues no lleva a actuar con misericordia, con compasión.
José prefirió poner algo de su honor en duda al repudiar a María, con tal de que ella no muriera, actuó con con compasión, con misericordia. Pero eso tampoco fue suficiente, pues de cualquier manera María habría quedado condenada a andar por el mundo cargando con su hijo y con el estigma de ser madre soltera y despreciada en una sociedad machista. Algo más tuvo que hacer José para cumplir con la voluntad de Dios: abrirse a la novedad creadora de su Espíritu.
El evangelio nos lo cuenta de una manera bellísima: que Dios le habló en sueños a José. Y José creyó a la voz de Dios que le hablaba en sus sueños. Soñar y creer en los sueños. Soñar y y llevar los sueños a la realidad, indispensable para dar paso a Jesús en la propia vida. La lección es clara: Hay que vivir a contracorriente, asumiendo los valores del evangelio, que son los valores de la compasión y de la misericordia, la apertura a lo nuevo que brota de la acción creadora del Espíritu Santo, el creer en los propios sueños, la ruptura con los falsos valores del honor y la dominación, del machismo y el patriarcalismo.
Seguramente que no fue fácil para José lo que no nos narra el evangelio: salir a la calle sin quitar la cara, resistiendo las burlas y las murmuraciones, mostrando con su vida que el amor es más importante que el honor; que es mejor cuidar la vida que juzgarla; actuar con misericordia; que es mejor abrirse a lo nuevo que viene de Dios, que morir absurdamente defendiendo lo caduco. Valores todos que en nuestro México parecieran ya no existir; cada vez es más fácil matar, muere en impotencia e indefensión hasta la gente más valiente, la que, paradójicamente, reclama que se asesine sin que al parecer a nadie le importe. Preocuparse por los débiles y pequeños, como lo hizo José, cuando hoy todos quieren quedar bien con los grandes y poderosos. Y soñar como él que ellos, los débiles y vulnerables, tienen derecho a vivir una vida digna.
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