Mateo 3,1-12
La escena del evangelio de este domingo me recuerda el título de una canción de Jesucristo Superestrella, en la versión mexicana del año 2001, que estelarizaron Lolita Cortés y Erik Rubín. La canción se llama "¿Empezar de nuevo?" En la obra, Lolita sintetiza en uno varios personajes bíblicos, agrupados bajo el nombre de Magdalena. Esta falsa o múltiple Magdalena, junto con Pedro, canta su desconcierto y su dolor, el coraje de frustración e impotencia viendo a Jesús apresado tras la última cena, y a las puertas de su muerte en la cruz. Nos siendo capaces de asimilar y soportar lo que están viviendo, ambos amigos y discípulos de Jesús desean apasionadamente volver el tiempo atrás, y empezar de nuevo, sin perder la gracia y el encanto de los primeros momentos en compañía de Jesús.
Sucede que muchas veces así nos experimentamos, con la pesada sensación de haber estropeado todo, con las ganas de regresar el tiempo y corregir los errores. La imposibilidad, la impotencia de volver al pasado es una loza bajo la cual tendrá que arrastrarse siempre la conciencia. Peor aún cuando, habiéndonos equivocado, ni siquiera nos damos cuenta de ello. Entonces es que necesitamos a los profetas, hombres y mujeres que dejan caer sobre nosotros la fuerza de su voz, que nos habla de parte de Dios.
La escena de Mateo está aún lejos de la noche de la aprehensión de Jesús y del oscuro medio día de su crucifixión. Lo que contemplamos es la figura de un varón que, seguramente dolido de la opresión en que vive su pueblo, cansado de la complicidad de sus líderes religiosos con Roma (el imperio que los oprime), y harto de que nadie se dé cuenta de su propia complicidad activa o pasiva (por indiferencia o silencio cobarde), decide ser con su vida voz de Dios. Se llamó Juan, pero la gente lo conoció como "el Bautista" porque, vestido a la manera del profeta Elías, se retiró al desierto, junto a las aguas del río Jordán, para ofrecer un baño de regeneración a los hijos de su pueblo.
En el desierto, el Pueblo selló su Alianza con Dios, y caminó hacia la libertad de la Tierra Prometida, a la que finalmente entró cruzando el Jordán. Juan anuncia al Pueblo la necesidad de un cambio, pues el reinado de los cielos está cerca, y Dios viene como juicio y fin, como el hacha puesta a la raíz de los árboles que no han dado fruto, para ser cortados y echados al fuego. Las palabras de Juan no sólo dan cuenta de su ministerio, sino que también preparan la entrada de Jesús adulto en escena y el arranque de su propio ministerio, pero esto ya queda fuera de la narración que hoy se nos presenta.
Las palabras de Juan son duras, y no están dirigidas hacia nosotros, sino hacia la élite religiosa de Israel, que ha pactado con Roma. A ellos, Juan los llama "raza de víboras". Tampoco somos discípulos ni seguidores de Juan, de modo que hay situar y relativizar sus palabras. Somos discípulos y seguidores de Jesús. Si contemplamos el ministerio de Juan no es para seguirlo, sino para prepararnos al ministerio de Jesús, que queda, de este modo, invariablemente puesto en contraste con el del Bautista. Éste hace una última llamada a la conversión, ante la inminente ira de Dios.
Por su parte, Jesús inicia su ministerio con las mismas palabras que Juan: "¡Conviértanse, porque ya se acerca el reino de los cielos!" Pero, a diferencia de él, en Jesús Dios no se acerca como ira, sino como compasión; no como hacha puesta a la raíz de los árboles, sino como semilla pequeña que pide tierra buena que la acoja, la haga germinar, crecer y fructificar.En Juan, la ira de Dios conmina a prepararse para el fin; en Jesús, la bondad y la compasión de Dios disponen a iniciar una vida siempre nueva, en la experiencia de una Alianza nueva y una nueva liberación. A empezar de nuevo.
En la Iglesia y en la sociedad hay ahora, como en los tiempos de Jesús, la sensación de una fuerte necesidad de cambios. Constatamos la podredumbre nuestro sistema social. Sentimos la necesidad de un transformación profunda, más aún, de una enérgica intervención de Dios en la historia, que tome venganza ante los que asumiendo el papel de reyes de este mundo, matan y esclavizan al Pueblo de Dios. Pero también nosotros formamos parte de esta sociedad, y nada de ella puede destruirse sin que algo de nosotros se pierda para siempre con ella. Constatamos que en la humanidad, como en el propio corazón, hay la frustración de no poder empezar de nuevo, sin errores.
Dios, que no quiere la muerte del pecador, del narco, del juez y el político corrupto, del asesino, del secuestrador, sino que se convierta y viva, ve siempre a sus hijos con compasión. Le duele que el ser humano sea tan corto de vista que no se dé cuenta que no es la acumulación de dinero y de poder lo que da la vida verdadera. Se duele del desamor en que están inmersos los que así viven, tan ciegos y torpes que no acaban de entender que matando a otros se matan a sí mismos. Por eso en Jesús Dios no se acerca como ira, ni como juicio, ni como fin, sino como un nuevo inicio, como Misericordia, como Vida que engendra y protege la vida. Y sobre todo, como la oportunidad de empezar de nuevo, una y otra vez, siempre, desde la compasión y la misericordia. Por eso es Buena Noticia. Gracias, Dios, que no te cansas de venir a nosotros como la oportunidad de empezar de nuevo. Un día todo estará bien.
Comentarios
Publicar un comentario