Lucas 17,5-10
Hace cinco capítulos y varias semanas atrás (Lc 12,35-40), Jesús contó una parábola bellísima, en la cual pedía a sus discípulos estar preparados, con la túnica puesta y la lámpara encendida, y dichoso aquél a quien su señor así encontrara, pues el mismo señor se pondría el delantal y sentaría al siervo a la mesa y le serviría. Y hacia el final de las últimas palabras de esta escena, parece contar lo contrario. Ahora, Jesús pregunta a los suyos quién de ellos cuando llega del campo, si tiene un siervo, lo sienta a la mesa y se pone a servirlo; al contrario, le dice que prepare la cena y le sirva; y que el amo no tiene por qué agradecerle al siervo que haya cumplido con su trabajo; "así ustedes, dice Jesús, cuando hagan lo que se les ha mandado, digan somos simples siervos, hicimos lo que teníamos que hacer".
Creo que el giro radical en la imagen del siervo y del amo tiene que ver con el contexto narrativo. En aquella primera ocasión, Jesús estaba presentando a Dios como quien continuamente está cuidando de nosotros, con la solicitud de un siervo fiel, como quien nos da todo lo que es de Él, y como quien, en consecuencia, es digno de toda nuestra confianza; por ello más que preocuparnos por nosotros, debíamos preocuparnos por servir a los demás. Ahora, en cambio, Jesús se dirige a sus discípulos tras una larga serie de discursos a los fariseos en aquella comida a la que fue invitado por un fariseo importante. Varias veces se ha dirigido a los fariseos, ahora, hacia el final de esta secuencia narrativa, Jesús se dirige a los suyos para exhortarlos a no ser como los fariseos.
Las exhortaciones comienzan en 17,1. Lo primero que pide Jesús es no escandalizar a los pequeños; seguro que el dinero y la pedantería de los fariseos provocaban escándalo a los seguidores de Jesús, pues no concebían que quienes decían conocer a Dios pusieran su corazón y su confianza en el dinero. Luego, Jesús invita a la corrección y al perdón de los hermanos; no quiere que ellos se traten a la manera excluyente de los fariseos, mucho menos que lo hagan en el nombre de Dios, que es misericordia absoluta, como lo mostró por medio de las parábolas de la oveja, la moneda y el hijo perdidos.
Quizá porque el reto de no escandalizar, corregir y perdonar es grande, los discípulos piden a Jesús que les aumente la fe, la confianza en Él y en su Padre para comportarse como dignos discípulos del Maestro e hijos del Padre. La respuesta de Jesús sorprende, porque no les dice: "¡sí, claro, aumentaré su fe!"; más bien les lanza un reproche: "¡Si tuvieran fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, dirían a este árbol: arráncate y trasplántate al mar, y les obedecería." Con esta respuesta, Jesús da entender que la fe no crece, no puede aumentarse; la fe, y la fe como confianza en Jesús y en su Padre, simplemente se tiene o no se tiene; nunca es mucha ni poca. Significa también que no se puede ser seguidor de Jesús por medio tiempo.
La fe como semilla indica que la fe contiene vida y esta vida es la que está llamada a crecer y dar frutos de vida y vida plena. La metáfora de los árboles que se arrancan supongo no tiene nada que ver con espectaculares actos de magia, como una curación instantánea o el sacarse la lotería, o la repentina conversión de los delincuentes, sino con la fortaleza de una confianza en Dios a prueba de toda adversidad, como la enfermedad incurable, la miseria, la violencia y la misma muerte.
Cuando existe esta confianza, uno lo espera todo gratuitamente de Dios, que es Amor y por eso se confía en Él; más aún, cuando uno tiene esta fe, no sólo se tiene esperanza en Dios, sino apertura y agradecimiento a Él, que nos lo ha dado todo, que se nos da enteramente en la vida que nos late, en la actitud de lucha y resistencia ante el mal y el dolor, en la certeza de que su Reinado será lo último, en la presencia de su Hijo Resucitado. Dios se nos está dando y con Él nos da la salvación, simplemente porque es Padre y es bueno; nunca podríamos comprarle la salvación, mucho menos hacer méritos para ganarla.
La imagen del simple siervo que ha hecho lo que tenía que hacer es una "pedrada" para los fariseos, que creían firmar un contrato de salvación con Dios; ellos observaban la Ley y Dios les daba su favor. Quien así cree, viviendo una "fe" de novenas y mandas, vive como esclavo y, lo más triste, ve a Dios como un amo que no ama, sino que cumple contratos y retribuye méritos. Y quien espera que Dios le retribuya se encuentra con el reproche de que es un simple siervo que no supo o no quiso vivir y gozar su condición de hijos. En cambio, el hijo que confía en el Padre y acoge agradecido el don de su gracia, se pone al servicio de sus hermanos, y dichosos ellos porque, conmovido, el Padre los tratará como señores.
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