Lc 4,22-30 Se trata de la segunda parte del relato que comenzamos a leer, meditar y orar el domingo pasado, el primero de mi vida presbiteral, dicho sea de paso. Tras la lectura profética y liberadora que hizo Jesús del texto de Isaías, y su proclamación de su cumplimiento "hoy" (en Lucas el día de la salvación siempre es "hoy"), la gente que escuchó a Jesús (¡sus paisanos, amigos y conocidos de toda la vida!) reaccionó primero con admiración y luego con desconcierto: "¿No es éste hijo de José?" La gente vio en Jesús a un "hijo de vecino"; y no vio al Espíritu que estaba sobre él, que lo había ungido, y llenándolo de su fuerza lo había conducido al desierto, del que volvió victorioso sobre el Tentador. ¿Por qué no podían creer en Jesús sus paisanos? Esperaban que el mesías anunciado por Isasías fuera alguien de poder, grandioso, espectacular. Jesús replicó a su gente con el ejemplo de dos extranjeros, personajes del Antiguo Testamento: la viuda d