Este domingo celebramos la asunción de Jesús al cielo. Hoy quiero compartir algunas ideas sobre el cielo. Yo creo que ya nadie cree que el cielo, el cielo de Dios, claro, es las nubes del día o las estrellas de la noche, por muy hermosas que sean. El fragmento del evangelio que escuchamos este día, que es final del evangelio escrito por Marcos, nos dice que "Jesús subió al cielo".
El problema de leer un pedacito de evangelio cada semana no ayuda cuando se nos olvida que cada uno de los evangelios es un relato completo. Cada evangelio es como una película; el final de la película sólo tiene sentido cuando vimos la película entera, cuando vimos el inicio, los problemas que se fueron desarrollando, y la solución y el desenlace de todos ellos.
Pues bien, el evangelio de Marcos tiene entre sus primeras escenas una en la que nos cuenta que el cielo "se rasgó" o "se abrió", y el Espíritu de Dios descendió sobre Jesús con tanta ternura, como si se tratara de una paloma (olvídense de que el Espíritu Santo es una paloma, el Espíritu de Dios no es ningún animal). Y después de que el cielo se abrió, y el Espíritu se posó delicadamente en Jesús, se escuchó la voz del Padre. Aquí el significado es claro: Dios no es el que está "allá arriba", sino aquel que "baja" y se hace presente en Jesús.
A lo largo del evangelio, veremos a Jesús en acción "impulsado por el Espíritu", en otras palabras, veremos a Jesús viviendo el cielo en la tierra, nos hablará del cielo y lo llamará "el reinado de Dios". Y nos dirá que el reinado de Dios es como un gran banquete de fiesta, como una boda, donde todos somos invitados, ricos y pobres (aunque se enojen los ricos), buenos y malos (aunque se enojen los buenos), feos y guapos (¡menos mal!) Lo único que nos pide para vivir este cielo es aceptar compartir su mesa, su pan y su vino con los otros invitados. ¡Por eso ir a la eucaristía y comulgar con todos los hermanos es celebrar y anticipar aquí la vida del cielo de Dios!
Hemos vivido los días de la influenza. En los tiempos de Jesús también había enfermedades; pero los enfermos no podían entrar al templo porque lo "contaminaban". Esto molestó a Jesús, porque nadie tiene derecho a separar a nadie del amor de Dios. Por eso Jesús curó, para mostrar el amor de Dios que se duele con los enfermos y lucha por su vida. Los leprosos eran corridos de la comunidad, y si se acercaban eran matados a pedradas. Jesús curaba y tocaba a los leprosos para incluirlos nuevamente en la vida de la comunidad. Jesús perdonó a los pecadores (sin preguntarles si estaban arrepentidos) porque el cielo es perdón gratuito e incondicional.
Curar, perdonar, incluir, compartir ¡esto es el cielo! El cielo no está arriba ni empieza en el primer instante después de morir. El cielo es posible desde ahora porque así lo quiso Dios. Lo que nos recuerda la fiesta de este domingo es que quien vive como Jesús no equivoca su vida. Por eso, aunque muera, vivirá para siempre en la vida eterna de Dios. Por eso el cielo no se describe, se evoca; por eso el cielo no se gana, se acepta y se vive; por eso, el que ama, vive siempre en el tiempo, en el espacio y en la eternidad. "El más allá" empieza "aquí". "El cielo" no es un lugar al que se llega, sino la vida de quien se deja animar por el Espíritu de Dios antes y después de morir.
Feliz semana,
Miguel Angel, mj
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