Lucas 21,5-19
¿Puede frustrarse la esperanza? Con esta pregunta, provocadora y siempre vigente, dictó una conferencia Ernst Bloch en los años sesenta. Nacido en 1885, filósofo alemán, marxista de origen judío, Bloch tiene como principal obra El principio esperanza. Vivía en la Alemania socialista, en la Alemania del Este. Se encontraba en la Alemania occidental impartiendo conferencias cuando el gobierno de la Alemania del este levantó el muro de Berlín, en 1961. Bloch decidió entonces renunciar a su puesto en la universidad de Leipzig, y no vivir más en la Alemania socialista. No renegaba del socialismo en que creía; congruente con su pensamiento, se distanciaba de todo proyecto que negara la libertad al ser humano. No faltaron, entonces ni nunca, los agoreros de las calamidades.
Es el contexto en que Bloch impartió su conferencia. Era más una pregunta para sí mismo que para los demás. ¿Puede frustrarse la esperanza? Sí, respondió Ernst Bloch, para honra de sí misma. Pues la esperanza se apoya en sí misma y no en ninguna seguridad, de lo contrario no sería esperanza, sino confianza. Para el inglés Óscar Wilde, un mapa sin utopía no merecía ser visto. Las utopías siempre son lejanas, su finalidad no es conquistarlas, sino estimularnos a alcanzarlas; su finalidad es la esperanza. Siempre es difícil. Siempre está la tentación de acomodarse o, peor aún, de volver atrás. Conocedor de las Escrituras, Bloch sabía que los hebreos, habiendo sido ya liberados de la esclavitud, pero sin llegar aún a la tierra prometida por el Señor —para cuidarlos y alimentarlos con leche y miel, como una madre a sus hijos—, preferían volver a la esclavitud.
“El cambio —escribió alguna vez Gianni Vattimo—, lo impulsan los que no están bien, los pobres, los oprimidos. El cambio no tiene por qué ser mejor, pero el mantenimiento de lo que hay implica una clausura del futuro. Hay una motivación ontológico-cristiana: por un lado, los oprimidos intentando cambiar las cosas; por el otro, el hecho de que los débiles siempre son más. Eso es la democracia.”
La situación actual de México y de Bolivia revela al menos que los oprimidos, los pobres, los débiles, siguen siendo más, y que es preferible mantener abierta la puerta hacia el futuro. Es una pena que las utopías fracasen. Pero lo que fracasa, es una concreción histórica de la utopía, frustrada por diferentes factores, mesianismo incluido, pero ello no hace menos valiosas a las utopías. Es absurdo que a los más que buscan el cambio los maten, como los han matado muchas veces y en muchas partes, en nombre de la libertad y de la democracia; es blasfemo matarlos en nombre de Dios. Tristemente, sucede en todos los ámbitos.
Las palabras de Jesús, en este discurso de tinte apocalíptico hacia el final de su ministerio antes de su entrada a Jerusalén, no tiene el sentido de aclarar cuándo será el fin del mundo. Su sentido es fortalecer la esperanza de las comunidades cristianas, que en medio de las persecuciones y del martirio tienen miedo y se preguntan dónde está Dios; no entienden su sufrimiento y pierden la esperanza en que de verdad sea Dios quien tenga la última palabra sobre la historia.
A veces, como en los tiempos de Jesús, ponderamos lo que construyen nuestras manos, y perdemos de vista que lo importante es el Espíritu que Dios ha puesto en ellas, que es con lo que realmente construimos. A veces ponderamos lo que construimos nosotros, y perdemos de vista lo que Dios quiere construir. A veces ponderamos de más el poder de los imperios de la tierra, simbolizado en el sol, la luna y las estrellas, y no creemos que las víctimas de su opresión tengan esperanza.
Una vez Mafalda estaba parada sobre una silla, que a su vez estaba sobre un tambo, con un libro en la mano izquierda, y con la derecha, levantaba un foco. Susanita preguntó: “¿Y a esta qué le pasa?” Felipe le respondió: “Dice que es la libertad iluminando al mundo?” Se sorprendió Susanita: “¿Iluminando al mundo?” ¡Pero si esa lamparita está quemada!” “¡Claro!...”, respondió Mafalda, “¡la maldita tensión mundial!” En medio de la tensión mundial, siempre cabe aguardar el momento en que brille la esperanza.
Todos, recordaba Ernst Bloch, tenemos frente a nosotros al ser humano podemos llegar a ser. Los cristianos tenemos frente a nosotros al humano que podemos llegar a ser: Jesús crucificado y resucitado. Su resurrección, después de ser crucificado por el poder de Roma, ¡en nombre de Dios y de la paz!, es la respuesta a nuestros anhelos, y no de inmortalidad, sino de justicia. Dios que en Jesús se revela rescatando a la víctimas de la historia.
Se puede frustrar la esperanza. Pero siempre para honra de sí misma. Para crear nuevas esperanzas, para iluminar con ellas nuestra fe, para destruir las tinieblas de los agoreros del fracaso y de los defensores del presente sin futuro. Como dice el viejo proverbio cuáquero: es mejor encender una luz, que maldecir la oscuridad.
Comentarios
Publicar un comentario