60º Aniversario de la Coronación Pontificia
No es por echar a perder la fiesta de los 60 años de la coronación pontificia de la imagen de nuestra Señora del Consuelo, de nuestra Parroquia Josefina del Espíritu Santo, pero ¿para qué querría la Virgen una corona? Si la Madre del Señor, como bien dice el P. José Luis Sánchez, Misionero Josefino, hablando de la Virgen de Guadalupe, que fue llamada Emperatriz de las Américas por unas Hermanas Josefinas que dirigían una oración para nosotros, sus hermanos Misioneros, y el P. José Luis no llegaba al comedor, y cuando por fin llegó, disculpó su retraso diciendo que estaba evangelizando a las Hermanas que habían llamado emperatriz a la Morenita, como si fuera “pirrurrona de Polanco”, y que eso estaba muy mal porque la Virgen María era una mujer del pueblo.
¿Para qué querría una corona una mujer del pueblo? Alguno dirá que para empeñarla o venderla y tener algo de sustento para no preocuparse un largo tiempo, como se preocupan los paganos, “de qué comeremos o qué beberemos”. ¿Para qué, entonces, la corona? No para ella, que no la necesita. Y menos dolorosa, al pie de la cruz. Una madre a la que han asesinado a un hijo no quiere una corona, quiere a su hijo, lo quiere vivo. La corona es nuestra y es para nosotros.
Hace apenas unos días me regalaron una novela interesante, por donde se vea, desde la edición, que tiene acabados rugosos en la portada, como si el lector estuviera tocando la piedra sobre la que antes estaba un mural. Strappo, se llama, del periodista catalán Martí Gironell, sobre el robo de arte sacro de la época del Imperio Romano, en Cataluña. Strappoes una técnica para desprender pinturas murales. La novela comienza en Nueva York, en 1921, en la que un industrial amante del arte sacro subasta un retablo desprendido de una antigua iglesia catalana. La novela avanza hacia atrás. El siguiente capítulo tiene lugar seis años antes, en 1915, en un convento de Cataluña, del que es retirado un mural para protegerlo de la destrucción de la Guerra. Después avanzamos ocho años más al pasado, a 1907, en que es descubierto un conjunto escultórico de siete imágenes que representan el descenso del cuerpo crucificado de Jesús. Además del Señor, están las imágenes de su Madre y del apóstol Juan; de Nicodemo y José de Arimatea; y de Dimas y Gestas, los criminales crucificados con Jesús. La siguiente escena es del Viernes Santo de 1117, las imágenes del conjunto son en realidad enormes marionetas, imágenes articuladas con las que antiguamente se representaba el drama de la Pasión para que el Pueblo de Dios pudiera contemplarlo.
Hoy celebramos los sesenta años de la Coronación Pontificia de nuestra Señora del Consuelo. Los invito a regresar a ese mañana del 15 de septiembre de 1959, cuando don Miguel Darío Miranda, entonces Arzobispo Primado de México, vino a nuestra Parroquia a nombre del Papa Juan XXIII, para coronar nuestra Señora. Es un gesto muy elocuente, dos hombres del Pueblo, Don Miguel y el Papa bueno, al centro de la comunión de la Iglesia, coronando a María, Imagen de la Iglesia, a nuestra Señora del Consuelo, imagen de los que sufren y de los indefensos; la Iglesia acompañando a los hijos más necesitados; la Iglesia acompañando a los que sólo Dios puede consolar.
Vayamos más atrás, a los meses previos, cuando el P. Gilberto Vázquez, entonces párroco, llamó a la feligresía de la colonia a donar una joya para fundir y decorar la corona de su Señora y Madre. Y vinieron muchos. Muchos que tenían poco, un arete cuya pareja se perdió, un anillo de bodas, una vieja medallita de bautismo. Muchos que tenían poco, como la viuda del Evangelio, dieron todo lo que tenían de valor: el recuerdo de un esposo muerto, la medalla de un hijo que se casó y se fue, la pulsera de una hija que ya es madre y sabe lo que es cuidar y querer a un hijo.
Vamos más atrás todavía, a un día de marzo de 1905, en que una señora, viuda de un militar muerto en la guerra contra los yaquis, que hacía dos años había venido a suplicar a la Virgen del Consuelo por su hijo único, que tuvo que salir a trabajar. Al cabo de dos años, el hijo volvió con algunos ahorros, que les permitieron abrir un pequeño comercio. En gratitud, la viuda trajo un cirio. “Y todavía hoy —escribe— el P. Troncoso— existe la piadosa costumbre de encender el cirio en honor de nuestra Señora del Consuelo. Su chisporroteo nos recuerda las lágrimas de aquella pobre viuda; su cera líquida, el corazón de María que se ablanda ante nuestros dolores; y la flama ardiente simboliza la fe, la esperanza y el amor que tenemos concentrado en nuestra Señora del Consuelo.”
Vamos a finales del siglo XIX, cuando el P. Vilaseca, nuestro Fundador, arreglando su ropa en la Casa Madre, encontró una cabeza de la Virgen, que regaló al P. Troncoso, quizá para una Magdalena. Pero Troncoso le mandó hacer un cuerpo con el escultor que le cobró más barato, y ni siquiera podía ir a recogerla, porque no tenía dinero. Podemos ir algunos años más atrás, en que un incendio en el Hospital de san Andrés, donde ahora se levantaba el Museo Nacional de Arte, frente al Palacio de Minería, ennegreció el rostro de la Virgen que una señora de familia pudiente mandó cambiar porque estaba muy oscuro y le decía “la Virgen Fea”, la misma que el P. Vilaseca regaló al P. Troncoso.
Aún podemos ir más atrás, a la triste tarde de primavera y viernes, en que María, la Madre del Señor, como Raquel, llora y no quiere que la consuelen, porque su Hijo ya no existe.
Pero vamos todavía más lejos, hasta el corazón del Padre, hasta la eternidad de Dios, que no es pasado sino futuro, de ahí de donde de verdad viene la corona de la Virgen. De ese futuro que corona de gloria a los inocentes y a los excluidos, del amor de Dios que corona de vida eterna a los que murieron esperando justicia; del futuro de Dios que siente en el trono de los poderosos a los últimos y a los humildes; al futuro de Dios que sirve como a reyes y señores el banquete de la eternidad a los que desde siempre llevaron solo el sabor del hambre.
Tu corona, Madre del Consuelo, tiene los colores de la justicia y de la esperanza, tiene el blanco de las sonrisas de nuestros niños y de las canas de nuestros ancianos; tienen el color de la alegría que se resiste a morir. Tu corona, Madre del Consuelo, tiene el color escarlata de los esposos que se juraron amor eterno, y guardaron el amor en su corazón el tiempo y el coraje suficientes para vencer a la muerte. Tu corona, Madre del Consuelo, tiene el color de las lágrimas de los que han llorado a tus pies, y el rosa de tu pañuelo que ha secado sus lágrimas. Tu corona, Madre del Consuelo, tiene el color de la generosidad de los pobres, que en medio de su pobreza saben reír y bailar porque ven en ti a una de los suyos, a la Madre de uno de los suyos, a una mujer del pueblo, Madre de un hijo del pueblo y de la historia, uno que se ganó el pan como ellos, con el trabajo de sus manos; uno de ellos, de los que supieron perdonar y amar hasta el extremo, uno que recibió justicia. Uno que no es el único, sino el primero de muchos. Tu corana, Madre del Consuelo, tiene el color de nuestras casas y nuestras calles, de nuestros árboles y nuestras flores, tiene el color de nuestra fe y de nuestra esperanza. Tiene el color y la belleza de nuestro futuro.
Yo cada año, Madre del Consuelo, te he cantado Serenata Huasteca, pa’ que sepas lo mucho que te quiero, y decirte, con esa canción con que mi papá conquistó a mi mamá, que tú me conquistaste. Pero estos días está de moda Camila Sesto, y sólo quiero decirte que “si amarte es pecado, ¡quiero ser pecador!”
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