Juan 21
Marji quería a su héroe. Marji es Marjane Satrapi, iraní. Cuenta su vida en Persépolis, nóvela gráfica. Nació en 1969. De niña, creía que los héroes eran tales porque habían estado en la cárcel y habían aguantado torturas. No sé si está de moda la novela gráfica, o yo la estoy redescubriendo. Pero pienso que podría ser de mucha ayuda pasar el cuarto evangelio a novela gráfica. Nos ayudaría quizá a percibir detalles que se nos han escapado en su lectura. Pienso en un cuadro reflejando en la oscuridad de la noche, cuando no está Jesús con Pedro y sus compañeros; y otro en el que el sol asoma cuando Jesús se hace presente. Porque Él es la luz. Ver las redes vacías, la cara de desilusión o de cansancio de Simón Pedro; contemplar en un cuadro vecino la fogata a la orilla del lago, con un pan y un pescado sobre sus brazas, venidos de la misericordia de Dios y no del esfuerzo de Pedro y sus compañeros. Sería interesante también ver con qué cara es dibujado Jesús Resucitado; yo le pondría una sonrisa.
La escena es el llamado epílogo del cuarto evangelio. Hacia mitad de la escena, como bisagra, el diálogo entre Jesús y Pedro. La tradición ha leído la triple pregunta de Jesús como la reivindicación de Pedro, tras su triple negación la noche en que el Maestro fue apresado y enjuiciado. Sin embargo, la historia del evangelio revela un sentido más. La comunidad cristiana aglutinada en torno a la figura del Discípulo Amado hubiera sucumbido como una comunidad herética; habría desaparecido si no se hubiera acogido a la protección de la gran comunidad cristiana, aglutinada en torno a la figura del Apóstol Pedro. La comunidad joánica no quiso diluirse sin más. De ahí su interés por transmitir esta escena, en la que Jesús hace pasar a Pedro por la prueba del valor supremo: la de estar dispuesto a amar a Jesús y como Jesús: al extremo.
Jesús pregunta a Simón si lo ama, Pedro responde al momento que sí, que son amigos. La insistente pregunta de Jesús hará que Pedro recuerde que nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Pedro tendrá que depurar su idea del amor. Marjana creía que su tío Anouche era un héroe porque había estado encarcelado y había resistido a la tortura. Con el tiempo comprendería que el heroísmo estuvo en su valentía de luchar por la justicia y la libertad de él y de su pueblo, a pesar del peligro, de la cárcel y de la tortura. Algunos siguen pensando que lo que nos salvó en la cruz fue el dolor sufrido por Jesús. Lo que nos salvó fue el amor de Jesús, que supo ser fiel y resistir aún en el doloroso extremo de la cruz. Si en verdad Pedro ama al extremo, tendrá que amar a las ovejas de Jesús; las amará alimentándolas y cuidándolas.
Pero no parece que Pedro haya entendido a la primera. Si Jesús hubiera sido mamá mexicana, le habría echado en cara: “lo primero que te digo, ¡y lo primero que haces!” A la vista del Discípulo Amado que camina detrás de Jesús, Pedro, interroga al Señor, ¿siente celos, envidia, afanes de poder, presunción?, ¿quiere alejarlo, excluirlo? “¡A ti qué!”, le responderá Jesús, “¡tú sígueme!” Tendría que haberse interesado por el hambre del Discípulo Amado, para saciarlo, para compartir con él el pan y el pez que recibió de las brasas. Tendría que haberlo cuidado, interesarse por él, defenderlo, no permitir que fuera excluido por ningún motivo. Un día Mafalda masticaba un chicle, hacía una burbuja con él, la explotaba, volvía a inflarla, y así, hasta que se dijo: “Este chicle resulta de lo más divertido, siempre que uno no se ponga a compararlo con las ilusiones de nadie.” Dios no se hace ilusiones de más, sabe que somos presuntuosos, que presumimos los peces de nuestras redes, como si vinieran de nuestra pericia y no de la voz del Señor; sabe que pronto nos olvidamos de la tarea de amar con el amor con que hemos sido amados; sabe que nos excluimos y que nos desinteresamos del hambre ajena.
Por eso nos viene bien que, como a Simón Pedro, el Señor nos interrogue de amor, que nos cuestione si en verdad lo amamos más que a todo, que a nuestras redes y nuestros peces, que a nuestra buena imagen, que a nuestros afanes de poder, comodidad y seguridad, y nos pongamos al humilde servicio de amar al extremo alimentando a sus ovejas y cuidándolas de no sentirse amadas y acogidas, libres de burlas y menosprecios.
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