Juan 27,30
Decía David Díaz, dominico que da clases de Teología, que siempre era bueno un marco histórico de referencia para los trabajos que solicitaba sobre algunos temas en específico. Esto es particularmente cierto en el caso de los textos de los evangelios, pues un texto siempre está dentro de un contexto, y fuera de él, pierde su sentido originario. Les pasa a lo que al pastel que cocinó la mamá de Mafalda. Se veía delicioso, pero cuando Mafalda lo probó, puso cara de desagrado. “¿Y?”, preguntó la madre, “¿cómo está el pastel a la “melangeuse”?” Respondió Mafalda: “Y… mmbiemm… mmbiemm… ¿De dónde sacaste la receta?” “Del diario”, contestó orgullosa la mamá, desde la cocina; “¡Acabáramos!”, pensó Mafalda contemplando el pastel, “¡se contagió de Noticias!”
El cuarto evangelio, como los otros tres, está "contagiado” de las disputas existentes en el cristianismo primitivo entre los judíos que aceptaban a Jesús como el Mesías; es decir, el “ungido” de Dios; y los judíos que no lo aceptaban. Son textos que tienen como trasfondo una mentalidad judía, gestada a lo largo de siglos de historia. Todo el capítulo 10 de san Juan está engarzado con la secuencia narrativa del ciego de nacimiento, Jesús le da la vista y se presenta a sí mismo como la “luz del mundo”. Pero las autoridades judías, fariseas, persiguen al que había sido ciego y también a Jesús, por haber llevado a cabo la curación en sábado.
Al encontrarse con ellas, Jesús les reprocha su falta de compasión a través de las imágenes del Buen Pastor y su rebaño. Él da la vida por sus ovejas, porque no es ladrón ni asalariado. Él es la puerta de las ovejas, y el que entra por Él, puede entrar y salir y encontrar alimento. En el templo de Jerusalén, había una puerta llamada “de las ovejas”, por donde se introducían las ovejas que serían sacrificadas en el altar del Templo. Entraban, pero no salían, porque iban a la muerte. En cambio, Jesús, que de este modo, al mismo tiempo que se presenta como el pastor por excelencia, también se presenta como el verdadero Templo y como Puerta de las ovejas, para que las ovejas no sean sacrificadas, llevadas a la muerte, sino que encuentren en Él vida y vida en plenitud.
Aquí el narrador del evangelio introduce un salto en el tiempo, pero no hay cambio de personajes ni parece que de escenario. Sólo se nos dice que con ocasión de la fiesta de la Dedicación, Jesús fue a Jerusalén y se paseaba por el Templo. Entonces las autoridades de los judíos lo rodearon y le preguntaron hasta cuándo los iba a tener en vilo, sin aliento, y que dijera abiertamente si era el Mesías, es decir, el “ungido”. Jesús responde que ya les dijo, pero no creen. Señala que sus obras dan testimonio de Él, pero ellos no creen porque no son de sus ovejas.
Hasta aquí, el simbolismo del texto es contundente desde su contexto. La fiesta de la dedicación celebraba la unción que se hizo del altar del Templo de Jerusalén luego de la victoriosa campaña de Judas Macabeo, que liberó a Jerusalén en el año 164, a.C. En el año 175 a. C., once años antes, la aristocracia judía y sacerdotal depusieron al sumo sacerdote y se entregaron al rey Antíoco, de Siria. Antíoco decretó que los judíos dieran culto a Zeus Olímpico, a quien se ofreció un sacrificio en el Templo, sobre el altar de los holocaustos. Tras la liberación de Jerusalén, se ungió el altar del Templo para dedicarlo nuevamente al Dios de Israel, a quien Jesús llamó Padre.
Así, la escena presenta a Jesús como el “ungido”, como el verdadero Altar, sobre el cual las ovejas no mueren, sino encuentran vida en plenitud. Pero sus palabras sólo son escuchadas por sus ovejas. Jesús se presenta así no sólo como Pastor, sino como modelo de pastor. Un día Miguelito reflexionó en voz alta frente a Mafalda: “Digo yo, ya que según dice todo el mundo, nadie sabe gobernar… ¿por qué la universidad no crea la carrera de presidente? ¡Que los tipos que vayan salgan sabiendo cómo se debe gobernar, y listo!” Pero Mafalda lo cuestionó: “¿Y quiénes serían los profesores?” Luego de un momento de silencio incómodo, a falta de respuesta, Miguelito dijo: “¿Querés una pastillita de menta? Mi abuelito me compró un paquete de pastillas de menta, ¿querés? Son de menta.” Jesús no sólo da vida a sus ovejas, da su vida por sus ovejas; asegura además que nadie las arrebatará de su mano. Como respuesta, las autoridades judías tomaron piedras para apedrearlo. Las piedras anticipan que, además, de ser pastor y el altar ungido, Jesús será también el Cordero sacrificado para la vida y la libertad de los suyos, quienes están en plena comunión con el Padre, superior a todo lo demás.
La plena comunión con el Padre. A eso se refiere la expresión: “El Padre y yo somos uno mismo”. Edward Schillebeeckx, dominico nacido en Bélgica y uno de los teólogos más importantes en la segunda mitad del siglo XX, escribió uno de los libros más influyentes en su momento, que recogía lo que hasta ese momento, mitad de los años 70, podía saberse y reflexionarse sobre Jesús. En español, el libro se publicó como Jesús. La historia de un viviente. A pesar de lo lúcido de su obra, de su prestigio académico, de su participación en el Concilio Vaticano II como teólogo oficial de los obispos holandeses, país donde se desempeñó la mayor parte de su vida, se le abrió proceso en Roma, en la Congregación para la Doctrina de la Fe, porque se decía que su libro tenía posturas contrarias a la fe católica, cosa que en un debate académico serio no se podía sostener, al menos no tan fácilmente.
No fue el único perseguido en esos tiempos. Otros teólogos renombrados, de los que se preocuparon de actualizar el mensaje del evangelio para hacerlo relevante para el hombre y la mujer de hoy, en plena comunión con la fe y la Iglesia católica, fueron también hostigados en procesos inquisitoriales que, sin embargo, no los hicieron abandonar ni su fe ni su Iglesia, a pesar de haber sido estigmatizados, ahí están los teólogos latinoamericanos de la liberación, los jesuitas que dialogaron con el hinduismo, los moralistas renovados y, entre otros, Hans Küng y el propio Schillebeeckx, aunque este último quedó mejor librado, en lo personal. Sin embargo, los templos católicos holandeses vendidos por falta de fieles, y convertidos en librerías, bares y restaurantes, son el mejor indicador para medir la eficacia de la campaña inquisitorial contra la Iglesia holandesa. Parece que a todos se nos olvida que para dar vida, hay que dar la vida, y que confiamos poco en la supremacía del amor del Padre y en la libertad humana; y en la comunión con Él por medio del amor.
Schillebeeckx afirma: “Si pudiera quitar de mí lo que hay de mí, quedaría Dios. Si pudiera quitar de mí lo que hay de Dios, quedaría nada.” Sin embargo, fray Marcos, biblista español, también dominico, se atreve a corregir a su ilustre hermano: Si pudiera quitar de mí lo que hay de Dios, quedaría nada. Si pudiera quitar de mí lo que hay de mí, quedaría nada.” Un pastor para ser tal, necesita ovejas; un rebaño para ser tal, necesita un pastor; por algo Francisco ha pedido pastores con olor a ovejas. Un padre para ser tal, necesita un hijo; del mismo modo que no hay hijos sin padre, ni amigo sin amigos. Sin amados no hay amor. Sin nosotros Dios no existe, lo mismo que nosotros no existimos sin Dios. Sin la libertad, la vida no es plena; sin el horizonte de eternidad, la libertad no tiene sentido. Sin Iglesia no hay comunión, y cuando no hay comunión en el amor, no puede existir la Iglesia. En palabras de Timbiriche, Dios nos diría a través de Jesús: “¡Tú y yo somos uno mismo!”
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