Juan 20,19-31 “Las palabras se las lleva el viento”, decimos. Pero es mentira. Independientemente de lo que digan los juristas para sus efectos, y la mediana objetividad de los escritos, las palabras habladas tienen vida, y no se las lleva el viento. Las traemos con nosotros siempre, en el corazón y sobre la piel, como se llevan los tatuajes. Para bien y para mal. Un “te amo” de ayer puede confortar y puede herir, a veces al mismo tiempo. El “te odio” que ayer nos desahogó, hoy nos taladra el alma. La muerte de la persona que recibió nuestras palabras hace la diferencia. Igual o más intensas son las palabras que se nos quedaron atoradas y no quisimos decirlas, y cuando quisimos ya era tarde. Hay tres palabras mágicas en la vida, suelo decir a los jóvenes, que abren puertas y las dejan abiertas: por favor, gracias y perdón. Luis Rojas Marcos, psiquiatra español radicado en Nueva York —cuya trayectoria profesional ronda los cincuenta años—, dice que para vivir mejor hay que dec