Mateo 5,38-48
Fue un día del invierno de 1943, en Alabama, al sur de Estados Unidos. Rosa Parks de 30 años, sale de trabajar en un campo militar. Ahí, el presidente Roosvelt, ha abolido la segregación racial legalizada, bajo el argumento de que si un negro usa el uniforme del país y da su vida por la patria en la guerra como cualquier blanco, debe ser tratado de igual manera. Afuera la segregación sigue vigente. Regresa a casa en autobús, que va lleno. Rosa debe pagar y luego descender y abordar por la puerta de atrás, pero va mucha gente en la puerta, se le hace fácil caminar por el pasillo. El conductor hace amago de regresarla aun por la fuerza: "sólo no me golpee", dijo ella, y bajó para continuar a pie el camino a casa. Humillada, dolida, no olvidó el nombre ni el rostro del conductor: James F. Blake, y se promete a sí misma no volver a subirse con él en el autobús. Tuvo ese cuidado. Pero doce años más tarde, después de un cansado día de trabajo, el primero de diciembre de 1955, Rosa se distrae en la calle con los artículos navideños que ve en los escaparates de las tiendas; imagina qué preparará su madre para la cena y, así, con la mente en otro lugar, no repara en que está abordando el autobús de Blake.
El camión avanza, conforme pasan las estaciones, se agotan los asientos, que están divididos para negros y blancos. Ella ocupa uno de la primera fila de los de atrás, de los reservados para su raza. Un hombre blanco se queda sin asiento. Blake avisa a los negros de la primera fila que necesita sus lugares. La ley no permitía a los negros compartir fila con los blancos. Los otros tres de la fila aceptan, Rosa se limita a recorrerse al asiento de la ventanilla, y mira la marquesina del cine frente al cual están detenidos. El conductor la cuestiona, ella le pide hacer lo que tiene que hacer. Él llama a los policías. Rosa es detenida. Crecida en un ambiente hostil de burlas, humillaciones, violencia, violaciones y asesinatos raciales, Rosa camina siempre invocando al Señor: "El Señor es mi luz y mi salvación, el Señor es la defensa de mi vida. Si el Señor es mi luz y mi salvación, nada he de temer." Aquel día en el autobús, contaría más tarde, supo que Dios estaba con ella y que Él la ayudaría a dar el siguiente paso.
Su esposo y los abogados de la liga de activistas que buscaban la igualdad racial a la que pertenecían, consiguieron el dinero para pagar la fianza. Convocaron a un boicot contra la línea de autobuses para el lunes en que se llevó a cabo el juicio de Rosa, que acordaron perder para poder apelar a una instancia federal. Su objetivo no era sólo demostrar la inocencia de Rosa, sino la abolición de la segregación. Perdieron el juicio y extendieron el boicot, que se prolongó por 381 días, hasta que la Corte les dio la razón. Mientras tanto, las iglesias cristianas de diferentes confesiones compraron treinta y cuatro furgonetas y automóviles para el traslado de los negros. La noche en que fue liberada Rosa, los pastores negros de Alabama se reunieron. Uno de ellos, un joven de 25 años recién llegado de obtener su doctorado llamado Martin Luther King, tomó la palabra:
Llega un momento en el que la gente se cansa (...) estamos cansados de ser segregados y humillados; cansados de ser pisoteados por el brutal pie de la opresión (pero hemos venido aquí esta noche para librarnos de esta paciencia que nos hace pacientes con todo, menos con la libertad y la justicia (...) Si protestáis valientemente pero con dignidad y amor cristiano, cuando los libros sean escritos en las futuras generaciones, los historiadores harán una pausa y dirán: "Ahí vivió un pueblo grande -un pueblo negro- que inyectó de nuevo significado y dignidad a las venas de la civilización."
Rosa, que era cristiana, sentía que no estaba dispuesta a presentar la otra mejilla, como decíanJesús. Pero cuando Jesús pedía presentarla, no estaba pidiendo aguantar pasivamente la humillación. Lo que Jesús pedía era resistir sin violencia. Si uno abofetea, hay que presentarle la otra mejilla para que el opresor vea el rostro del hijo de Dios, su imagen y semejanza, que no puede destruir con su violencia, pero el afrentado sí reconoce en él a su hermano, y no le responderá con violencia. Así, seguirá Jesús, al que te pida el manto dale la túnica, para que la desnudez insultante del despojado exhiba la injusticia entre hermanos. En aquella época, los soldados romanos solían echar armas y fardos encima de los habitantes de los pueblos sometidos. Jesús dice a quienes así sean humillados, que no caminen los mil pasos pedidos, sino dos mil; mil pasos más para hacer gala de una fuerza en el corazón que es superior a la fuerza de la violencia, la fuerza que hizo a Jesús andar con el peso de la cruz sobre los hombros, la fuerza de la misericordia. Rosa Parks, prefiriendo subir escaleras en lugar de usar los ascensores exclusivos para negros; Rosa Parks, aguantando las ganas hasta llegar a casa para ir al baño, en vez de usar los sanitarios, menos nuevos, menos salubres de los negros; Rosa Parks, defendiendo así su dignidad, estaba ofreciendo al blanco racista, al mundo y a la historia, su otra mejilla, la no golpeada, la no humillada, la que orgullosamente mostraba su ser hija de Dios.
A inicios de la primera mitad del siglo XVI, el Papa Julio II encarga a Miguel Angel un conjunto escultórico para su tumba. Entre las esculturas estaba la de Moisés. Miguel Angel eligió para representarlo, el momento en que, bajando del monte con las tablas de la Ley, encuentra al pueblo, a los antiguos esclavos en Egipto y liberados por el Señor, renegando del Señor y adorando un becerro de oro. Los ojos, las pupilas las aletas de la nariz dilatados, la tensión muscular del rostro, las manos, todo desborda ira, cólera. Cuentan que frente a la perfección de su escultura, Miguel Angel, fascinado y a un mismo tiempo frustrado, golpeó la rodilla de Moisés con una herramienta: "¡¿Por qué no me hablas?!", le gritó. La perfección a la que invita Jesús, como la del Padre, no es una perfección como la que se espera de las esculturas y las pinturas; no es la perfección de quien consigue dinero, éxito, fama y poder; ni siquiera es la perfección moral del que siempre obedece, ciegamente. Es es la perfección del corazón, la que muestra que el perdón es mayor y más noble que la venganza; que la reconciliación y la oración por el enemigo es mejor que el insulto y el desquite; que la fuerza que nace del corazón y hace caminar con la cruz encima es más fuerte que la violencia. Porque se nutre del amor de Dios, que ama a todos, a buenos y a malos, y sobre todos manda el sol y la lluvia, para dar calor a todos y fecundar para todos la tierra. ¿Y la justicia? La justicia es de Dios y en su momento, un momento del que se dirá de los que así amen: He ahí no un pueblo grande, como decía el Dr. Luther King, sino un pueblo perfecto, un pueblo de hombres y mujeres que amaron como Dios.
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