Juan 14,23-29
Hacia finales del 2011, inicios del 2012, el mayordomo del Papa Benedicto XVI sustrajo correspondencia privada del Papa, que la prensa vendió como "documentación secreta". El P. Carlos Meza, entonces rector del Filosofado, donde yo vivía, me dijo: "Me parece vil la persona que robó esas cartas, y me parece más vil la persona que las va a leer." Y así fue como prefería perderme de conocer de primera mano semejantes testimonios históricos. Por eso tuve mis reservas cuando don Carlos Briseño me recomendó leer la correspondencia privada de la Madre Teresa de Calcuta, publicada y comentada por el postulador de su causa de beatificación y canonización.
Ayer finalmente las leí, casi todas de un tirón. Luego de 17 años de vida religiosa en la India, como parte de una congregación irlandesa, la Madre Teresa escuchó de camino un día la voz del Señor que le decía: "Ven, sé mi luz"; "tengo sed"; entonces fue comprendiendo que el Señor le pedía una entrega más generosa y más radical. Pero su director espiritual y el Arzobispo de Calcuta maduraron el discernimiento para tratar de estar seguros de cumplir la voluntad de Dios. Finalmente, ella pudo concretar la inspiración que el Señor le regaló cuatro años más tarde. Mientras, comenzó a pedir a Jesús que le dejara sentir lo que Él sintió en la cruz, experimentar su sed. La primera parte de las cartas da cuenta de este proceso.
Pero luego cuenta en sus cartas a su director espiritual y al mismo Arzobispo, como casi al punto de arrancada la nueva obra, comenzó a vivir un largo periodo de oscuridad, de sentir que vivía un absurdo, llegando incluso a sentir que Dios no existía; se sentía abandonada de Dios y de Jesús, despreciada, vacía... Su director espiritual lo comprenderá más tarde: el Señor había escuchado su oración, y estaba viviendo la sed, el abandono, de Jesús en la cruz. Sólo así sería capaz de ayudar a los más pobres, a los más sedientos, a los abandonados. A pesar de esta dura experiencia, ella continuó sirviendo, amando y anhelando profundamente el amor de Dios. Su historia encarna la verdad de las palabras de Jesús en la noche de la Última Cena.
Luego de lavar los pies a los suyos, Jesús les pidió amarse unos a otros de la misma manera, con un amor llevado hasta el extremo. Después les anunció que pronto ya no lo verían, pero que dentro de poco lo volverían a ver; que el mundo no lo vería, y que no perdieran la paz. Judas, no el Iscariote, el traidor, sino el otro, según cuenta el cuarto evangelio, preguntó a Jesús por qué sólo se manifestaría a ellos y no al mundo. Jesús respondió con las palabras del pasaje que estoy comentando. A pesar del absurdo que experimentaba, la Madre Teresa amaba a Jesús y se mantuvo fiel a las palabras del Señor, se mantuvo fiel al mandamiento del amor, siguió sirviendo a los pobres con la misma entrega y, aparentemente de manera contradictoria, con la misma alegría del inicio.
Jesús cumplió su palabra. A ella, que lo había amado y había guardado fielmente su palabra, Él también la había amado y había puesto su morada en ella, la había habitado plenamente. Un día Susanita externó a Mafalda: "Primero, voy a ser una señora, ¿no?, después voy a tener hijitos. Luego compraré una casa grande, grande, grande y un automóvil lindo, y después tendré joyas y luego tendré nietitos. Y esa será mi vida, ¿te gusta?" "Sí", le contestó Mafalda, "el único defecto es que eso no es una vida, ¡es un escalafón!" La Madre Teresa se vació de sí misma, por amor a Jesús, y Jesús vino a ella y la habitó. Me parece que se parece un poco a Sam, el esposo asesinado de Molly (Demi Moore), la protagonista de Ghost, la sombra del amor, en la que Oda, una médium encarnada por Whoopi Goldberg, recibe el espíritu, el fantasma de Sam, y a través de ella abraza a Molly, modelan juntos arcilla y bailan. Entonces entiendo que Jesús no se manifieste al mundo, se manifiesta a los suyos, y los suyos son quienes tienen que manifestar al Señor. El mundo veía las manos de la Madre Teresa, pero era Jesús quien, a través de ellas, socorría a los abandonados, los curaba, los acariciaba.
Nos pasa a todos en la vida que de repente experimentamos así la vida, como un absurdo, como un vacío sin Dios y sin sentido, como los esposos a los que vivir y despertar juntos cada día les es absurdo. Entonces hay dos opciones: dejarlo todo, tirar la toalla; o guardar la palabra del Señor y mantenerse fieles al amor, que esa misma noche invitó a los suyos a no perder la paz y no acobardarse. En la Iglesia, la alabanza nos ayuda a mantener encendido el amor en el corazón. Pero la alabanza no lo es todo. Se precisa la fidelidad al amor, al servicio, a los sacramentos. Se precisa mostrar que somos del Señor a través de la valiente y decidida fidelidad al amor, hasta que el Señor venga como luz para nuestra noche, como calor para nuestro frío, como abrazo para nuestros brazos cansados y aparentemente vacíos; porque con ellos construimos esperanza y alegría a través de la misericordia. Cuenta la Madre Teresa, que ella, que desde niña sentía un inmenso amor por el Santísimo Sacramento, llegó a no sentir nada delante de Él, pero lo siguió buscando cada día, anhelando su amor. Cuenta que había había momentos en los que el dolor le dolía cada vez más, y la oscuridad era más oscura, pero su sonrisa, su alegría era también más grande y más fuerte. Y que mientras salía a amar a sus pobres, de pronto llegó a sentir muy cercana una presencia viviente, amante a su lado. Y así, ella, que se sintió abandonada y fue habitada por el Señor, ser su casa en la tierra, mereció finalmente habitar en el Dios al que amó y al que le fue fiel en la oscuridad, es ella quien finalmente habita la casa del Padre.
Pero luego cuenta en sus cartas a su director espiritual y al mismo Arzobispo, como casi al punto de arrancada la nueva obra, comenzó a vivir un largo periodo de oscuridad, de sentir que vivía un absurdo, llegando incluso a sentir que Dios no existía; se sentía abandonada de Dios y de Jesús, despreciada, vacía... Su director espiritual lo comprenderá más tarde: el Señor había escuchado su oración, y estaba viviendo la sed, el abandono, de Jesús en la cruz. Sólo así sería capaz de ayudar a los más pobres, a los más sedientos, a los abandonados. A pesar de esta dura experiencia, ella continuó sirviendo, amando y anhelando profundamente el amor de Dios. Su historia encarna la verdad de las palabras de Jesús en la noche de la Última Cena.
Luego de lavar los pies a los suyos, Jesús les pidió amarse unos a otros de la misma manera, con un amor llevado hasta el extremo. Después les anunció que pronto ya no lo verían, pero que dentro de poco lo volverían a ver; que el mundo no lo vería, y que no perdieran la paz. Judas, no el Iscariote, el traidor, sino el otro, según cuenta el cuarto evangelio, preguntó a Jesús por qué sólo se manifestaría a ellos y no al mundo. Jesús respondió con las palabras del pasaje que estoy comentando. A pesar del absurdo que experimentaba, la Madre Teresa amaba a Jesús y se mantuvo fiel a las palabras del Señor, se mantuvo fiel al mandamiento del amor, siguió sirviendo a los pobres con la misma entrega y, aparentemente de manera contradictoria, con la misma alegría del inicio.
Jesús cumplió su palabra. A ella, que lo había amado y había guardado fielmente su palabra, Él también la había amado y había puesto su morada en ella, la había habitado plenamente. Un día Susanita externó a Mafalda: "Primero, voy a ser una señora, ¿no?, después voy a tener hijitos. Luego compraré una casa grande, grande, grande y un automóvil lindo, y después tendré joyas y luego tendré nietitos. Y esa será mi vida, ¿te gusta?" "Sí", le contestó Mafalda, "el único defecto es que eso no es una vida, ¡es un escalafón!" La Madre Teresa se vació de sí misma, por amor a Jesús, y Jesús vino a ella y la habitó. Me parece que se parece un poco a Sam, el esposo asesinado de Molly (Demi Moore), la protagonista de Ghost, la sombra del amor, en la que Oda, una médium encarnada por Whoopi Goldberg, recibe el espíritu, el fantasma de Sam, y a través de ella abraza a Molly, modelan juntos arcilla y bailan. Entonces entiendo que Jesús no se manifieste al mundo, se manifiesta a los suyos, y los suyos son quienes tienen que manifestar al Señor. El mundo veía las manos de la Madre Teresa, pero era Jesús quien, a través de ellas, socorría a los abandonados, los curaba, los acariciaba.
Nos pasa a todos en la vida que de repente experimentamos así la vida, como un absurdo, como un vacío sin Dios y sin sentido, como los esposos a los que vivir y despertar juntos cada día les es absurdo. Entonces hay dos opciones: dejarlo todo, tirar la toalla; o guardar la palabra del Señor y mantenerse fieles al amor, que esa misma noche invitó a los suyos a no perder la paz y no acobardarse. En la Iglesia, la alabanza nos ayuda a mantener encendido el amor en el corazón. Pero la alabanza no lo es todo. Se precisa la fidelidad al amor, al servicio, a los sacramentos. Se precisa mostrar que somos del Señor a través de la valiente y decidida fidelidad al amor, hasta que el Señor venga como luz para nuestra noche, como calor para nuestro frío, como abrazo para nuestros brazos cansados y aparentemente vacíos; porque con ellos construimos esperanza y alegría a través de la misericordia. Cuenta la Madre Teresa, que ella, que desde niña sentía un inmenso amor por el Santísimo Sacramento, llegó a no sentir nada delante de Él, pero lo siguió buscando cada día, anhelando su amor. Cuenta que había había momentos en los que el dolor le dolía cada vez más, y la oscuridad era más oscura, pero su sonrisa, su alegría era también más grande y más fuerte. Y que mientras salía a amar a sus pobres, de pronto llegó a sentir muy cercana una presencia viviente, amante a su lado. Y así, ella, que se sintió abandonada y fue habitada por el Señor, ser su casa en la tierra, mereció finalmente habitar en el Dios al que amó y al que le fue fiel en la oscuridad, es ella quien finalmente habita la casa del Padre.
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