Juan 2,1-12
Lo mismo que en las novelas de detectives, pareciera que el narrador del cuarto evangelio nos diera pistas ciertas y pistas para irnos con la finta. Creo que nos vamos con la finta cuando pensamos que el primer signo es la conversión del agua en vino; y creo que el signo completo es ver a Jesús convertirse en un invitado de la historia a ser el Señor Resucitado, el novio y el esposo de la Iglesia. El final de la escena habla de que Jesús manifestó su gloria, pero "gloria" en el cuarto evangelio es una palabra referida al misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Y a lo mismo se refieren las siguientes indicaciones de "la hora" y "el tercer día".
Necesitamos saber, como sabía la gente de la época, que los matrimonios de aquel tiempo entre los judíos tenían dos partes: los desposorios y las nupcias o bodas. Generalmente, los papás de los jóvenes eran quienes escogían con quién se casarían sus hijos, aunque algunas veces les preguntaran su parecer. Era común que cuando el papá de un joven escogía a una muchacha para casarse con su hijo, enviara a un familiar o amigo cercano como representante a negociar el matrimonio y la dote con el papá de la muchacha. La dote suponía una compensación por los posibles hijos de la joven que ya no trabajarían para la familia del abuelo materno, sino del paterno. Más adelante, en el evangelio, veremos a Juan el Bautista aclarando que él ya había dicho que no era el Mesías, sino el amigo del novio, el que vino para ver si la comunidad deseaba desposarse con el novio.
Si se alcanzaba un acuerdo, en la fecha convenida, volvía con el novio y su papá; él, el amigo, iba en calidad de testigo. Se llevaba el acuerdo y además el novio llevaba un odre de vino. Se leía el acuerdo con el papá de la novia, la cual esperaba en otra sala de la casa; cuando quedaba claro que se cumplía lo pactado, se servía vino del que llevaba el novio en copas y bebían el novio y el papá de la novia. Entonces podía entrar ésta. Después de jurarle fidelidad, el novio prometía ir a su casa a preparar lo necesario, y cuando todo estuviera listo, volvería por ella y la llevaría consigo para que donde estuviera él estuviera también ella. Y mientras, durante seis meses o un año, cada uno vivía en su respectiva casa. Pasado este tiempo, el novio iba con sus amigos en medio de la noche a la casa de la novia, donde ésta esperaba con sus amigas, que la acompañaban con sus lámparas encendidas hasta la casa del novio. Ahí, el novio servía vino en una copa, tomaba un trago él, luego la esposa, y luego se servía a los invitados y comenzaba la fiesta.
La misma promesa hizo Jesús a sus discípulos la noche de la última cena. De manera que estamos en el tiempo de espera que regrese el Señor Jesús, el amado, el esposo. Pero de manera que también, al inicio del evangelio, se nos ha revelado el final: ¡la boda del Cordero! El Apocalipsis, surgido por la misma época en el seno de la misma comunidad, muestra la boda del Cordero con su esposa la Iglesia, vestida de lino blanco, brillante, y llama bienaventurados a los invitados a esta boda. La Iglesia somos nosotros. El Apocalipsis presenta también a la novia engalanada como la nueva Jerusalén que baja del cielo. No deja de ser emocionante vernos como una ciudad por la cual camina Jesús, el esposo, y a su paso, lo mismo por las grandes avenidas donde lucen en los escaparates lo mejor de nosotros, que por los callejones y los rincones oscuros de nuestra historia, quede detrás de su paso la fresca fragancia de su amor.
Un día Susanita dijo a Mafalda: "¿Te conté que mi esposo será ejecutivo de una importante empresa?" "Sí, Susanita, me contaste", respondió Mafalda, con cara de resignación. "¿Y que viviremos felices en un hermoso chalecito...?" "...de las afueras", la interrumpió Mafalda, "sí, ¡también me lo has contado ya varias veces!" Lo mismo nosotros, la Iglesia no se casa con un ejecutivo importante, sino con el Cordero glorificado, con el hijo de Dios, con la Palabra hecha carne; y llegará el día en que Él volverá por nosotros y viviremos siempre, compartiendo la plenitud de la vida. De aquí entonces, el mismo Jesús es nuestro vino, nuestro pan, nuestra luz, el agua para nuestra sed.
En la reunión de rosca de reyes con mis amigos de la secundaria, recordamos un meme intercambiado por dos de las amigas como uno de los más célebres del año: el un perro con los ojos entornados y la leyenda: ¡qué bárbara, estás llena de odio! De una de ellas, una gran especialista médica, decía yo: "¡qué bárbara, estás llena de conocimientos!" Y del amigo que propuso el brindis por lo que viene del año, "¡qué bárbaro, estás lleno de alcohol!". Del cuarto evangelista, por Jesús; y de Jesús, el Señor, por nosotros, digo: ¡qué bárbaros, están llenos de amor!
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