"Ultimo se llamaba porque había sido el primer hijo.
"-Y Ultimo -había precisado de inmediato su madre, en cuanto recuperó el conocimiento tras el parto."
El relato lo escribió Alessandro Baricco. El libro se llama Esta historia. Cuenta la historia de Ultimo Parri, hijo de un campesino visionario y soñador que cambió el establo por un garaje, un taller mecánico, porque había leído que se habían inventado los automóviles. Un día llegó a su garaje el Conde D'Ambrosio y contrató al padre como su copiloto para las carreras de autos. Tuvieron un accidente, murió el conde y el padre quedó paralítico. Vino la Primera Guerra Mundial y Ultimo fue enlistado; sus experiencias en la guerra las cuenta un profesor de matemáticas, padre de uno de sus compañeros. Después emigró a Estados Unidos, ahí conoció a Elizaveta, princesa rusa cuya familia huyó al exilio tras la revolución comunista de 1917. Trabajaron juntos para una compañía fabricante de pianos, ella daba las clases gratuitas ofrecidas a quienes compraban uno, y él era el chofer que transportaba pianos y maestra. Ultimo la amó con desdeñada pasión. Ultimo tenía un sueño, lo contó al profesor de matemáticas:
"Voy a construir una carretera, dijo. Una carretera como nadie se la haya imaginado nunca. Una carretera que acaba donde empieza. La construiré en medio de la nada, ni una caseta, ni una empalizada, nada. No será una carretera hecha para la gente, será una pista, hecha para correr. No llevará a ninguna parte, porque llevará hasta sí misma, y estará fuera del mundo, y alejada de cualquier posible imperfección. Será todas las carreteras de la tierra ceñidas en una, y estará en el lugar al que soñaba con llegar quienquiera que haya partido. La diseñaré yo y, ¿sabe qué le digo?, la haré lo suficientemente larga como para que quepa toda mi vida, curva tras curva, todo lo que mis ojos han visto y no han olvidado. Nada se perderá, ni la curva de un crepúsculo ni el pliegue de una sonrisa. Todas y cada una de las cosas no habrán sido vividas en vano, porque se convertirán en tierra especial, y en dibujo sempiterno, y en pista perfecta. Quiero decirle una cosa: cuando acabe de construirla, me subiré a un automóvil, lo pondré en marcha y empezaré, yo solo, a dar vueltas, cada vez más rápido. Seguiré así, sin detenerme, hasta que ya no sienta los brazos y tenga la certeza de haber recorrido un anillo perfecto. Entonces me detendré en el punto exacto del que había partido. Me bajaré del automóvil y, sin darme la vuelta, me marcharé de allí."
Y así fue. Con el paso del tiempo, Elizabeth, ya millonaria, se dio a la búsqueda del circuito soñado y dibujado por Ultimo, dieciocho curvas; sabía que tenía que haberlo construido en algún momento, en algún lugar. Lo encontró luego de diecinueve años, tres meses y doce días de búsqueda, en Inglaterra. Lo mandó reconstruir y lo recorrió en un auto de carreras. Comprendió que no era un circuito, sino una vida. La vida de Ultimo. La primera curva, la inicial de su nombre, como estaba escrita con letras rojas en la caja que contenía el dibujo del circuito. Ahí estaba el suave cuello de la muchacha que vio en un cine el día que terminó su infancia; el accidente de su padre; la propia arrebatada relación entre Ultimo y Elizaveta. Después de varias vueltas, deteniéndose donde todo comenzó, Elizaveta se bajó del auto y ordenó que destruyeran el circuito.
Un poco así son nuestras vidas. También así fue la vida de Jesús, comenzó y terminó en el mismo lugar, en la madera del pesebre y la madera de la cruz. Su vida fue un circuito, una carretera, un camino lleno de curvas, que contiene toda su vida, comenzando por la belleza de la curva del vientre que lo llevó y los senos que lo amamantaron; las curvas de los callos en las manos trabajadoras de José, su padre; la curva trazada por sus manos en el aire al tiempo que buscaban tocar a los enfermos; la curva del baile en las bodas de Caná, la curva de su sonrisa frente a Magdalena. La vida de Jesús comenzó y terminó en el mismo lugar; en realidad no en la madera, sino en el corazón del Padre, en el amor de Dios, por quien todo fue creado y quien lo levantó de entre los muertos.
Lo mismo nosotros. Nacimos del corazón de Dios y volveremos a Él. Nuestra vida es como una carretera suficientemente larga para que quepa toda ella, lo que nuestros ojos han visto y no han olvidado. Cada año no es un circuito, sino una curva llena de experiencias. A veces recorremos nuestra carretera con el paso sereno de la reflexión, y otras con el ímpetu de la prisa. Y, como Ultimo, la construimos nosotros. Nuestro circuito tiene la bella curva del vientre que nos llevó y la de los callos de quien trabajó para que pudiéramos comer, vestir, jugar, soñar. La curva del pastel y de la taza del café compartidos con los amigos; en el circuito hemos sentido a veces la brisa suave del Espíritu y a veces la fuerza del huracán. Conocemos la oscuridad del túnel y las curvas cansadas y absurdas de las sillas de hospital mientras esperamos las noticias, y a veces son buenas, y comienza el descanso; y a veces son malas y no pocas veces viene el llanto y el duelo; conocemos la curva de la pala que arroja la tierra sobre nuestros muertos. Y así es también la vida. Pero siempre acaba donde comenzó: en el corazón de su Hijo, y nosotros queremos recorrer su camino y hacerlo nuestro, llenarnos de su Espíritu de alegría y de misericordia y no perderlo, hasta el día en que, llegando a donde todo comenzó, sin dar vuelta, nos abracemos al Padre y seamos recibidos para siempre en su descanso.
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