Juan 6,24-35
Quizá a Jesús con la gente le pasaba lo mismo que a la maestra de Libertad, la pequeña amiga de Mafalda. Un día la llamó al frente y sentenció:
–Veamos los puntos cardinales. ¿El sol sale por...?
-La mañana.
-¡Pero no! ¡La mañana no es un punto cardinal!
-Ah, eso al sol no le importa. Él sale igual.
-Sí, bueno, pero ¿por dónde?
-Por la ventana de la sala
-¡Eso visto desde tu casa!
-Y, sí, a mi edad no tengo muchas posibilidades de amanecer en otro lado.
-Andá a tu asiento, por favor.
-Lástima, charlar con usted me fascina.
Dios es amor. Es una verdad de la que no se podría dudar a estas alturas y, sin embargo, no siempre y no a todos termina por quedarnos claro. Lo mismo pasa en el relato del Evangelio de Juan. El signo de la multiplicación de los panes y los peces tuvo como consecuencia inmediata que la gente que comió de ellos buscara a Jesús para proclamarlo rey. La escena siguiente muestra a los discípulos en la barca en la noche, pero Jesús no iba con ellos. Se levantó un fuerte viento, y cuando ya llevaban cinco kilómetros de viaje, Jesús los alcanzó caminando sobre el lago, y tuvieron miedo. Jesús tuvo que gritarles que era él. Trataron de subirlo a la barca, pero justo en ese instante la barca tocó tierra. Con estos elementos, no sorprende el reproche lanzado por Jesús a la gente que lo busca: no lo buscan por el signo que vieron, sino porque comieron pan hasta hartarse. Han malinterpretado a Jesús, no lo han visto claramente, lo han confundido con un fantasma, han querido usarlo, retenerlo, manipularlo.
La gente buscó a Jesús por los panes, pero no lo descubrió a él como Pan. El relato de la multiplicación de los panes y de los peces ha dejado en claro que a Jesús y, por lo tanto al Padre, cuyos sentimientos comparte, les importan el hambre y el desamparo de los necesitados. Pero los que comieron con Jesús no vieron la solicitud, sino sólo los panes. No vieron el amor, sólo los panes. A muchos nos pasa. Buscamos a Jesús no como Pan, sino para que nos dé panes, panes concretos, muy específicos, panes de los que ansiamos comer en abundancia, pero al cabo de los cuales, aún seguiríamos teniendo hambre. Algunos buscan tal cual panes, otros salud, un empleo, justicia, seguridad. No es malo buscarlos, no es malo esperarlos de Dios, no es malo decir a Dios en la oración que tenemos necesidad de todas esas cosas. Pero no es lo primero.
Lo primero, en la narración de Mateo, no es preocuparnos por qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos. Lo primero será buscar el reino de Dios y su justicia. Jesús no multiplicó el pan sin antes haber acogido a la gente sin condiciones, sin haberla organizado a la gente en pequeños grupos, sin antes haber agradecido y bendecido el pan que partió y compartió. La narrativa de Juan va más allá. Lo primero es buscar a Jesús. Creer en él. Experimentar su amistad. Él nos ha llamado amigos, y ha dado la vida por nosotros.
En este 2015, el Papa Francisco quiso que la Iglesia viviera un año dedicado a la Vida Consagrada. Yo pienso hoy particularmente en la vida religiosa contemplativa, hombres y mujeres de los cuales las más de las veces tenemos, tristemente, noticias por la sátira que de ellos se hace en los medios de comunicación. Nosotros los vemos de lejos, porque ellos han decidido alejarse del bullicio y de la falsa sociedad, diría José Alfredo; se han retirado al silencio de la oración y al trabajo de sus manos. Dedican las horas del día y de la noche a alabar al Señor. Todos los días visten el mismo hábito, y no importa el color o la calidad de las telas, siempre es el mismo. También se enferman, también pasan por días de hambre; sus comidas siempre son en silencio, escuchando la Palabra de Dios y alguna otra lectura que alimente el espíritu, no sólo nutren el cuerpo. También han sido víctimas de injusticia, también mueren. Pero eso no les quita el gozo. Se saben amados por el Señor y quieren corresponder a este amor.
Ellos simplemente se experimentan amados y desde este amor encaran la vida. No sienten que el hambre o la uniformidad de su ropa sea un signo de que Dios los ama menos. Al contrario, la fidelidad de su vida, los signos exteriores que la acompañan nos hablan de lo relativo que resulta todo junto al amor de Jesús y el amor a Jesús. Más allá del hambre, de la enfermedad, la pobreza, la soledad, el silencio, la injusticia y la muerte, Dios sigue amando y merece ser amado. Más allá de todo encuentran vivo al Señor Resucitado, al amado de su corazón, al amigo, y eso lo compensa todo. Hacia el final, la oración consecratoria de las religiosas las invita a que cuando llegue la hora de presentarse ante el tribunal no escuchen la voz del juez, sino la voz del Esposo que las invita a compartir el banquete nupcial.
La superficialidad nos hace tener hambre y sed. La superficialidad nos hace miopes. Y esta miopía parece ser un triste signo de nuestro tiempo. Hay gente que no puede ver más allá del celular que tiene en la mano. Incapaces de ver lo que el contiene el plato, incapaces de leer los labios y la mirada de quien está enfrente suyo, mucho más incapaces de tocarles el corazón. Incapaces de palpar el amor. Para no volver a tener más hambre y más sed, como la samaritana, como los discípulos de Jesús, tenemos que descubrirlo a Él, a Jesús; verlo curando enfermos, sí; perdonando a los pecadores, sí; comiendo con los pobres y los publicanos, sí; pero Él, que ha venido para darnos vida y dárnosla en abundancia.
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