Marcos 11,1-11 Finalmente, después de tres años de llevar el amor y la misericordia de Dios por toda la zona de Galilea; después de predicar durante tres años la llegada del Reino de Dios, a quien llama su Padre, Jesús decide subir con los suyos a Jerusalén, a celebrar la Pascua, a esperar la llegada del Reino en su plenitud. Quizá algunos se burlarían de él, su estampa no era para menos, entró a Jerusalén montado sobre un burro que ni siquiera era suyo. No lo seguía ningún ejército sino una chusma de gente pobre: campesinos y pescadores de Galilea, como él. Pero lo vitoreaban mucho, lo aclamaban como su rey y entraban con él en Jerusalén proclamándolo el Mesías prometido. Fue un camino de mucha alegría, de muchas ilusiones y esperanzas. Las esperanzas de los pobres, las ilusiones de los convertidos, la gozosa expectativa de vivir un reinado de misericordia y fraternidad. La esperanza de que los pobres tuvieran pan y vino en su mesa; la esperanza de que los leprosos fueran tocad