Mateo 13,24-43
Con el paso de las horas, me sentí como el profe Téllez. No sé por qué tuve que salir de la escuela algunos momentos, y fue cuando lo vi llegar en taxi, y no en su célebre sultán, un carro que, por cierto, nunca conocí a pesar de su celebridad. En el salón le pregunté qué le había pasado al sultán. Nos contó que el sábado anterior había ido a casar a unos nenes -como nos llamaba a los jóvenes- de su parroquia que se habían puesto elegantes y habían querido que su boda fuera en otro lugar. "Fui, casé a los nenes, y cuando salí, oh sorpresa, el sultán fuese, no estaba, ¡se lo habían robado!" A mí me sucedió que presidí la Eucaristía por la graduación de un grupo de jóvenes de alguno de los colegios vecinos, todo se preparó como de costumbre, y cuando bajé al sagrario por la reserva, oh sorpresa, no estaba la llave, el sagrario estaba entreabierto, y el copón conteniendo el Santísimo, fuese, no estaba, ¡se lo habían robado! Ahora puedo contarlo así, pero esa noche me fui a dormir con la misma sensación que tenía Mafalda cuando se puso de pie frente al espejo con su curita para el alma.
Todo apunta a que se trata propiamente del robo del copón por motivos económicos, más que de las hostias consagrada;, se robaron el copón, un relicario y un viril, y por las prisas de ser descubiertos, a esa hora había algunos fieles orando, y ya iban llegando los jóvenes de la graduación junto con sus acompañantes, se llevaron también las hostias consagradas. En el sagrario teníamos tres viriles, que usamos para la exposición del Santísimo en la Hora Santa, se llevaron los dos que se veían nuevos y brillantes, nos dejaron, despreciaron, el que por no haber arreglado aún, se veía más viejo y maltratado. Es el viril que nos dio la clave, a mí, a don Carlos, el Obispo de nuestra Vicaría, a los párrocos vecinos para entender que no había sido, en primer lugar, un robo para profanar la Eucaristía.
El enojo y la tristeza de lo perdido, de lo que ya no veía, me impidieron en ese momento comprender el hondo significado de lo que sí tenía ante mis ojos. Ahora comprendo mejor lo que hemos vivido a la luz no de lo que nos robaron, sino a la luz de lo que nos fue despreciado. Es verdad que siguen creciendo juntos el trigo y la cizaña. Esta semana, alguien que se dejó llevar de la cizaña nos robó el trigo, pero no lo ahogó por completo. Ojalá que quien robó el copón haya consumido las hostias que contenía, para que el trigo crezca nuevamente en su corazón. Todos tenemos trigo y cizaña en el corazón, hay que reconocerlo, y desde ahí habría que tratar de comprender la cizaña que crece también junto a nosotros, en la Iglesia y en la sociedad, tratar de entender que la cizaña no fue sembrada por las mismas manos que sembraron el trigo y, por lo tanto, no tiene ningún sentido culpar a Dios del mal, Dios ni lo quiere, ni lo envía ni lo permite, como a veces decimos.
El viril despreciado, en cambio, me dice que, pese a que las apariencias digan lo contrario, siempre es más el trigo que la cizaña, y esto no lo podemos callar porque es la muestra de nuestra esperanza. Robaron trigo, pero no arrancaron su raíz. Hay cizaña entre nosotros, pero hemos de evitar la tentación de la venganza y del puritanismo. Yo creo que la hostia consagrada, despreciada por estar contenida en un viril pobre y maltratado, es el signo de que el reino de los cielos para la Iglesia y para la sociedad comienza con los pobres y los maltratados de nuestra historia, con los que sufren violencia en Michoacán, en Puebla, en Tierra Santa, en la colonia en que vivo y de la que soy párroco.
El martes será el día de santa María Magdalena. Ella fue una mujer libre y valiente. Fue discípula fiel de su Señor y Maestro, contempló la cruz, y la sufrió con dolor e impotencia. Nada pudo hacer por evitar la obra de los hombres. Pero su fidelidad la llevó también a contemplar la tumba vacía la mañana del domingo de Pascua. Vio al Señor, espantada, y no lo reconoció, creyendo que era el jardinero; y creyendo que se habían robado el cuerpo del Señor, le preguntó si él sabía dónde lo habían puesto. Él la llamó por su nombre y oyéndose en la voz de su Maestro, supo que era Él y que estaba vivo. Veo el sagrario vacío y sé que es nuevamente la tumba vacía. Me preguntó que pasó con nuestras hostias consagradas, y el Señor me responde, en el corazón de Magdalena, que está vivo, que lo que importa es que el Señor ha resucitado, que no pudimos evitar la obra de los hombres, pero ellos tampoco pueden evitar la obra de Dios. El Señor está vivo; en realidad, nunca ningún sagrario podía contenerlo del todo y para siempre, y si Él ha querido salir a las calles de nuestra parroquia, que así sea. Que el Señor resucitado camine, pues, entre la cizaña y haga que el trigo, su trigo, crezca más y más; que toque nuestro dolor y siempre vida nueva; que camine sobre las aguas violentas de nuestra historia, que nos dé su palabra y que nos dé la certeza de que es Él, y nos regale su paz. Amén.
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