Romanos 8,18-23; Mateo 13,1-23
No era penal. La frase nos ha acompañado a lo largo de dos semanas, y nos ha servido de medio darle nombre al fracaso y, echando la culpa al árbitro, superar la frustración mundialista de cada cuatro años. A muchos se les va la vida en el futbol, y su destino es el destino de la selección nacional. Otros, en cambio, muy encomiablemente además, han puesto su atención en lo que pasa en otros ámbitos de nuestra vida, en el mundo de la política y de la sociedad, en los diferentes cambios a nuestra legislación, por ejemplo; o en el dolor de los continuos y desbordados bombardeos de Israel sobre Palestina, a pesar de la jornada de oración por la paz en tierra santa que vivieron hace poco más de un mes, el día de Pentecostés, el Papa Francisco y los presidentes de Israel y Palestina, en el Vaticano. Muchos atisbamos detrás del encuentro la posibilidad de una nueva era de paz en esa zona del mundo y entre las tres grandes religiones que tienen en Abraham a su padre en la fe. El caso que los recientes bombardeos nos traen al corazón la misma palabra y el mismo sentimiento: fracaso. Había una vez en que Mafalda leía en el periódico: "Suecia tiene construidos ya refugios antiatómicos como para albergar a la mitad de su población. Asimismo, gran cantidad de fábricas han sido instaladas bajo tierra." Y reflexionó Mafalda: "¡Qué dilema con estos suecos! Uno no sabe si admirarles la ingeniería o el pesimismo."
La parábola del sembrador que nos cuenta Jesús puede ser leída desde el pesimismo: Por más que siembra y siembra el sembrador, la mayor parte de los granos se pierden, porque cayeron a la orilla del camino, porque cayeron entre piedras o entre la maleza, y sólo unas cuantas cayeron en tierra buena. Y quizá el pesimismo sea la lectura dominante que hacemos de la realidad en nuestros días. Como si por más esfuerzos que hagamos, el fracaso siguiera siendo el único horizonte de nuestra mirada. Igual que nosotros, san Pablo también vivió momentos difíciles, de incomprensión, de persecución, de fracaso. Pero, a diferencia de nosotros, san Pablo contempló su realidad con la mirada de Dios. Por eso entendió que los dolores de su tiempo eran dolores de parto. San Pablo vio con mirada de esperanza, intuyó que detrás de lo duro y lo tupido, Dios estaba creando algo nuevo, y que con la ayuda del Espíritu de Dios, la creación entera estaba a punto de dar a luz. San Pablo sabía, y su esperanza era cierta, que Dios es Dios porque es vida y vida en abundancia: pan para los hambrientos, perdón para los pecadores, agua para los sedientos, vida gloriosa que destruye la muerte.
Con la mirada de esperanza, con la mirada de Pablo, con la mirada de Dios, la parábola del sembrador cobra un nuevo sentido. Dios siempre siembra porque tiene esperanza y fe en nosotros. Dios arroja su semilla incluso a la orilla del camino, entre piedras y maleza porque tiene confianza en el ser humano. Dios nos hizo buenos, somos su imagen y su semejanza. Puede que la tierra esté a la orilla, o entre piedras y malezas. Puede que nuestra vida relegue a Dios y los sacramentos de la Iglesia, que los marginemos; puede que continuamente nos falte constancia en los buenos propósitos, en el ser buena gente, en el esfuerzo; puede que una y otra vez las preocupaciones de esta vida nos ganen, o que caigamos en la seducción de las riquezas. Y sin embargo, para Dios seguimos siendo tierra buena.
No es que fallara la oración del Papa, no es que fallaran los presidentes de Israel o Palestina, no es que su oración fuera hipócrita; no es ¡mucho menos!, que fallara Dios. Hemos fallado nosotros. Y sin embargo, Dios sigue confiando empecinadamente en nosotros. Sigue arrojándonos la semilla de su Palabra, la semilla del Reino, sigue creyendo en la bondad de esta tierra que somos nosotros, en la tierra de la que estamos hechos, porque somos la tierra que vive gracias a su Espíritu; porque es su Espíritu que nos habita el que hace germinar la semilla, el que nos hace tierra buena. Por eso es posible la esperanza. Por eso no se vale escondernos detrás de los pretextos. Por eso hay que volver a la cancha, a pesar de la derrota; hay que volver al entrenamiento y a la esperanza. No todo está perdido. Junto a las bombas, junto a la sangre y las lágrimas, de abajo, de la tierra, del Espíritu que la hace fértil, también está creciendo el tallito verde de la compasión y la misericordia; del grano enterrado en la tierra, en el surco abierto por la cruz, ha brotado la vida nueva. No defraudaremos al Señor, la cuidaremos hasta que el reino de Dios fructifique en nuestra historia.
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