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Pastor y Puerta: Vida y Libertad

Salmo 23; Juan 10,1-10

Un día, dentro de un cuarto con la ventana cerrada, Mafalda y Susanita veían cómo una mosca rebotaba en el cristal: "¿Ves a este pobre bicho tratando de salir y ser libre y no puede? Así somos los humanos, Susanita", dijo Mafalda. Susanita vio a la mosca en sus afanes, y muy como si nada dijo: "¿Y si la matamos?" Mafalda la vio llenade indignado coraje, y Susanita se defendió: "¡Así somos los humanos!"
 
Las palabras de Jesús no son un discurso romántico; son un airado reclamo a los fariseos de Jerusalén, que lo acosaban a él y al ciego de nacimiento por su curación. Preferían verlo ciego, postrado y marginado, limosnero a la orilla del camino, viviendo de la lástima; y no de pie, con la frente en alto, libre, dando dignidad a su vida. En la Escritura, la vista es un signo de libertad, y es la libertad lo que nos iguala con Dios, lo que nos hace su imagen y semejanza.
 
Hace unas semanas se estrenó en cartelera una película comercial llamada Dios no está muerto; en ella, un joven estudiante cristiano, decide, convencido de su fe, no firmar la declaratoria de principios exigida por el profesor de Filosofía, para el cual Dios es una idea supersticiosa de los seres humanos primitivos, así que cada estudiante debe escribir: "Dios está muerto." El maestro le lanza entonces el reto de demostrar lo contrario; el joven acepta el desafío. Los argumentos de la película son bastante elementales, y van en la línea de demostrar o refutar la existencia de Dios con base en argumentos científicos.

Pero creo, con Xabier Pikaza, que la existencia de Dios es algo que está más allá de la ciencia. Lo que a mí me muestra la existencia de Dios es la libertad. Dios quiere y sostiene nuestra libertad tanto como nuestra vida. Dios es vida y es también libertad. Cuando Jesús se presenta como Pastor y Pastor por excelencia, habla de esta solicitud y cuidado de Dios por nuestra vida. Por eso se presente a sí mismo como la Puerta de las Ovejas. La puerta de las ovejas en el templo de Jerusalén era el lugar por el que entraban las ovejas para ser sacrificadas. Por lo tanto, las que entraban por esa puerta, no podían salir por ella ni por ninguna otra puerta, la muerte era su destino.

El contraste de Jesús es claro. Él es la puerta de las ovejas, pero las ovejas que entran por ella pueden entrar y salir, encuentran pastos, porque Él ha venido para que nosotros tengamos vida y vida en plenitud. El gran cuestionamiento a la existencia de Dios no proviene de la ciencia, sino de la experiencia del mal: el dolor, la injusticia, la violencia, la muerte. No haya nada que pueda demostrar la existencia de Dios. Pero la dignidad y la libertad con la que nos enfrentamos a todo aquello que desdice nuestra vida muestra la verdad del ser de Dios. Dios no compite con nosotros, no viene a aniquilarnos; Dios viene a ofrecerse, no a imponerse; Dios no quiere humillarnos, sino engrandecernos, tanto que le hablemos de tú, aunque en ello algunos le digan: "¡no existes!"

Mostramos que Dios existe y es bueno, cuando escuchamos la voz de Jesús, cuando lo seguimos aunque pasemos por valles de muerte y no tememos, porque su vara y su cayado nos dan seguridad. Mostramos que Dios existe y es bueno cuando nos ponemos de pie frente a lo que nos doblega, nos doblega o nos mata, y a eso le decimos: "¡No tengo miedo!" Mostramos que Dios existe y es bueno cuando dejamos de vernos como inquisidores que juzgan a los que no creen en Dios, o científicos que someten a Dios al microscopio, y empezamos a dar al testimonio de la caridad y la misericordia. Éste es el Dios de Jesús, no es el Dios buscado por la ciencia ni el Dios razonado por la filosofía, pero es el Dios del Evangelio, el Padre bueno de la vida y del amor, que siempre está con nosotros, el que nos sirve la mesa, el que desborda la copa, aquel en cuya casa habitaremos todos los días de nuestra vida.
 

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