Juan 13,31-35
Desde el inicio del capítulo 13, el evangelio nos ha anticipado muy claramente el contenido de las imágenes que vamos a contemplar de ahí en adelante: Era la víspera de la pascua, dice el narrador, y Jesús, sabiendo que había llegado la hora de volver de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el final.
Veremos a Jesús tirando de su amor hasta el extremo. Parecía ya extremo ver a la Palabra de Dios hecha carne y, sin embargo, veremos al Señor y Maestro de rodillas a los pies de sus amigos, lavando sus pies, como si fuera el último de ellos y el esclavo de todos. ¿Es que creía que sus pies estaban sucios, y necesitaban limpiarse de la suciedad que habían arrastrado a lo largo del camino? ¿O creía que sus pies, cansados del camino, necesitaban frescura y descanso? Quizá Jesús creía las dos cosas.
Lo cierto es que Jesús preguntó a los suyos si habían comprendido lo que él acaba de hacer, y el narrador no dice que hubieran (hayan, dirían en Guadalajara) comprendido algo. Después veremos a Jesús hablando de sí mismo, de su vuelta al Padre, y los suyos no comprendían de qué estaba hablando. Incluso Jesús apurará a Judas a llevar a cabo lo que tiene que hacer, y nadie comprendió a qué se refería el Maestro, ni siquiera el Discípulo Amado, el que estaba más cercano a su corazón, ¡y eso que Jesús acaba de anunciar la traición del Iscariote! Crudamente, el narrador nos informa que los discípulos pensaban que Judas había salido a comprar algo para la fiesta, o para dar una limosna a los pobres. No sé por qué, pero parece que el amor siempre viene envuelto en la rasposa cobija de la incomprensión.
Jesús anuncia abiertamente la traición de Judas, y nosotros, lectores del evangelio, lo vemos salir en medio de la noche, a oscuras, como los cobardes. Y éste, el momento de la traición consumada, es el momento elegido por el Señor para decir a los suyos que ha llegado la hora en que va a manifestarse la gloria del Hijo,y que Dios será glorificado en él. La muerte, y la muerte marcada por la traición de un amigo, es también expresión del amor llevado al extremo. Por si fuera poco, es también éste el momento en que Jesús da su mandamiento nuevo: el de amarnos unos a otros, como Él nos ha amado. Al extremo, si estoy comprendiendo bien la escena del evangelio.
Y lo que sigue a continuación no es menos estremecedor, hasta el extremo. Porque lo que sigue es ¡el anuncio de las negaciones de Pedro! Seguirá el anuncio de la Casa del Padre como el destino de Jesús; su pasión, su muerte y su resurrección; el don del Espíritu Santo y la generosa presencia del Resucitado a la orilla de la playa en una comida de amigos, con aquel que lo negó, con el Amado que no fue capaz de entender el dolor y el presagio del Amante, y con todo aquel que quiso estar aquella mañana en aquel almuerzo de panes y peces sobre las brazas.
A mí me estremece y da fuerza que Jesús invite a amar como él, contemplando a este amor flanqueado por la traición y la negación, envuelto en la incomprensión, clavado en el silencio de la cruz. Amor al extremo es el amor que lo perdona todo sin necesidad de perdonar, porque Jesús ha sabido que Judas lo traicionará y Pedro lo negará y a pesar de eso, o precisamente por eso, comparte su pan con los dos, con todos. Porque a ambos los siguió amando, y porque los amaba los comprendía, sabía de las fracturas de su corazón, y entendió cuál era la herida por la que supuraron la traición y la negación, y a los dos regaló el Amor extremado de su cuerpo crucificado. Amor al extremo es el cariño que Jesús no dejó de sentir por el Discípulo Amado, que no por su incomprensión fue menos amado, ni mucho menos digno y confiable de recibir como suya en su casa a la Madre de Jesús.
Estar dispuestos a amarnos como Él nos ama es estar dispuestos a amar hasta el final, aunque el amor quede herido entre la traición y la negación, a pesar de la incomprensión. Amar hasta el extremo sólo es posible cuando entendemos que por más fracturado que tengamos el corazón, nunca la herida será tan grande que por ella se nos escurra la totalidad del Amor con que desde siempre y para siempre hemos sido y seremos amados. Porque Dios es Amor y el amor es eterno, sin reservas, sin condiciones, sin límites. Habiéndonos amado en el mundo, Jesús ha llevado su amor hasta el extremo, y nos llevará al extremo del Amor, a la plenitud de la Vida en la Casa de su Padre. Amén.
Comentarios
Publicar un comentario