Lucas 2,16-21. Otra vez año nuevo. A pesar del fin del mundo, que no llegó; y de los mayas, que ni sabían de sus profecías, se acaba un año y empieza otro. Y en el corazón traemos una sensación parecida a la de aquellos lejanos días en que íbamos a la primaria y veíamos con alegría y emoción los cuadernos nuevos en los que por fin íbamos a escribir siempre con letra bonita, íbamos a hacer todas las tareas y, en premio a nuestros afanes y esfuerzos, el cuaderno nuevo luciría para siempre y para envidia del compañero de pupitre, el famosísimo garabato colorado que tanto le gustaba a nuestros papitos, diría Chabelo, el anhelado e impactante 10. Ajá. Quizá para otros la sensación sea más bien la contraria, la del fin de curso, con el cuaderno viejo, el espiral guango y estirado, la portada casi arrancada, las hojas hechas taquito, con sello de perico en una de cada tres, y de oso perezoso y tache en las otras dos; y en el corazón la cuenta regresiva para recibir la boleta de calific