Marcos 10,1-16
Se trata del texto clásico que contiene la sentencia matrimonial “lo que
Dios ha unido…” Pero, contrario a lo que pareciera, la escena debe leerse con
mucho cuidado. En primer lugar, porque aunque el narrador nos dice que Jesús ha
retomado su costumbre de enseñar a la gente, no nos dice que estuviese
enseñando algo sobre el matrimonio o el divorcio. Segundo, porque el tema lo
sacan a colación los fariseos, y lo hacen no con la recta intención de agradar
a Dios y cumplir su voluntad, sino de poner una trampa a Jesús. No podemos
perder de vista dos detalles importantes. El primero, que desde los primeros
capítulos del evangelio, el narrador nos ha dicho que los fariseos eran aliados
de Herodes y que andaban al acecho de la ocasión para matar a Jesús; y el
segundo, que antes de describirnos la discusión de Jesús con los fariseos,
Marcos nos informa que Jesús ha vuelto a la región de Judea, es decir, al
territorio gobernado por Herodes. Y si hemos seguido la secuencia del evangelio,
no podemos no acordarnos que Herodes encarceló a Juan el Bautista porque éste
le reprochaba públicamente el haberse divorciado de su esposa para casarse con
la esposa de su hermano Filipo, y cómo finalmente por intriga de Herodías, la
mujer en cuestión, Herodes mandó decapitar a Juan.
De modo que no estamos ante una inocente discusión de escuela o
planteamiento de opiniones, Jesús está jugándose la vida. Si acepta que el
hombre pueda divorciarse de su mujer, estaría dando la razón a Herodes y justificando
al mismo tiempo la ejecución del bautista. Si rechaza tal divorcio, se pone en
posición de pena de muerte. Pero Jesús no iba a jugarse la vida por una simple
opinión. Jesús da su vida, que no es lo mismo, por una fuerte convicción, a la
que él mismo da nombre: el reino de Dios, reino en el que Dios es Papá. Porque
en toda escena, como en todo el evangelio, lo que verdaderamente está en juego
es el reino de Dios.
Vistas así las cosas, el texto se revela con fuerza. Primero. Ante la
pregunta de si un hombre puede “liberar” a su mujer, es decir, divorciarse de
ella, Jesús, se sale de la trampa devolviendo una pregunta cargada de astucia e
inteligencia: “¿Qué les mandó Moisés?” Son ahora los fariseos los que tienen la
obligación de asumir postura. Responden que Moisés permitió al varón el
divorcio. Pero la pregunta da pie para más: es una concesión de Moisés ante la
dureza del corazón humano, “de ustedes”, dice Jesús. Pero las concesiones de
Moisés no necesariamente tienen que identificarse con la voluntad de Dios. Por
eso Jesús recurre a los relatos de la creación. Dios creó hombre y mujer, esto
es, la diferencia. Segundo, hombre y mujer se unen para no ser dos, sino uno;
es decir, la comunión. Y ésta es la voluntad de Dios.
Si el varón tiene la posibilidad de repudiar a su esposa es porque no la
asumido en comunión, sino en posesión. Y la mujer fue creada por Dios igual que
el varón, por lo tanto, ambos son iguales en dignidad y ninguno puede estar en
sometimiento por el otro, especialmente la mujer por el hombre. Esto es lo
propio del reino del Dios, la igualdad en la dignidad y la comunión en la
diferencia.
En la vida diaria, la gente suele preguntarse porqué no hay divorcio por la
Iglesia, también se sorprende, y se sorprende en mayor grado, cuando se da
entera que Fulano y Sutana “disolvieron” su matrimonio por la Iglesia. En
realidad se llama “nulidad matrimonial”, es decir, una declaración formal de
que en realidad nunca existió el sacramento del matrimonio, aunque haya habido
misa, vestido blanco, argollas, arras y lazo. Dios es amor fiel, absoluto e
incondicional, y el matrimonio es sacramento en la medida en que hace presente
en la historia el amor fiel, absoluto e incondicional de Dios.
Contraer matrimonio por la Iglesia implica trámites que a veces parecen
farrangosos. Pero, entre otros, tienen el propósito de constatar que los novios
están conscientes de lo que es la vivencia sacramental cristiana del
matrimonio. La emoción u otras sinrazones puede hacerlos decir que sí. Pero en
la práctica, hay varones que siguen tomando a la mujer en posesión, no en
comunión. Solamente los prejuicios y la ignorancia, sobre todo del evangelio,
pueden hacer pensar que en tales casos existe el sacramento del matrimonio.
¿Qué hacer? Pensar que las palabras de Jesús sobre lo que Dios ha unido son
una condena a cadena perpetua es a las claras antievangélico: Dios es amor, si
no hay amor, no hay sacramento. Jesús no era tonto, si prohíbe el matrimonio a
los que se divorcian no es por una cuestión jurídica o religiosa, sino por una
incapacidad para el amor. Quien ha demostrado que no sabe recibir a una mujer o
a un hombre como compañero en igualdad, no puede pretender casarse nuevamente,
sería permitirle seguir lastimando a otras personas. Pero, ¿qué pasa con los que
sin mala voluntad se equivocaron? La pregunta sigue esperando respuestas.
Por lo pronto, me queda claro:
1. Que ninguna tradición o institución
humana, como las leyes de Moisés, están por encima de la voluntad de Dios. Y la
voluntad de Dios es su reinado de amor, vivido en la comunión, dentro del
matrimonio como dentro de la sociedad en su conjunto. Y su voluntad es el amor,
la comunión, no el sometimiento.
2. Que Jesús no está dando normas jurídicas,
simplemente está expresado el ideal divino del matrimonio, pero en cuanto
ideal, sólo puede alcanzarse tras un largo proceso de fidelidad y comunión
asumido conscientemente y nunca como obligación impuesta.
3. Que la pareja puede aguantar junta muchos
años, pero si no hay amor, por mucho que sea el aguante no manifiestan el amor
de Dios.
4. Que Jesús señaló el ideal del matrimonio,
pero no fue más allá. Y esto es importante porque en todo proyecto matrimonial,
como en cualquier proyecto humano, existe la posibilidad del fracaso. Los
fracasos y los dolores son parte de la vida humana, y como tales también son
asumidos por Dios, y en ellos Dios se hace presente como alivio y como fuerza
para su superación. De lo contrario, ni la reconciliación ni la unción de
enfermos podrían ser sacramentos. Y Dios siempre da, como Jesús en el
evangelio, una segunda oportunidad.
5. Que en la escena final, cuando los
discípulos impiden a los niños que se acerquen a Jesús, éste tiene que regañarlos
porque no han acabado de entender que la voluntad de Dios es que nadie se quede
lejos ni fuera de Él. Por lo tanto, todavía tenemos mucho qué pensar e imaginar
para que los matrimonios en verdad se unan cristianamente y hagan presente en
la historia el amor de Dios; y dos, que nos falta imaginar cómo vivir la
segunda oportunidad sin que se rompa la comunión con la Iglesia.
6. Finalmente, que Dios nunca aleja de sí a
nadie; al contrario, atrae hacia sí a quienes más necesitan de Él.
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