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Mostrando entradas de diciembre, 2011

Encontrar a Jesús, a María y a José en el año nuevo

Lucas 2,16-21 Año nuevo, vida nueva, solemos decir. Hoy ponemos el acento en el año nuevo, pero mejor habría que ponerlo en lo de vida nueva. Porque no se trata sin más de estrenar agenda o calendario, ni de iniciar otra vez la cuenta regresiva de 366 hacia atrás. Se trata de creer en verdad que en Jesús, Palabra de Dios hecha carne,  el Señor nos ofrece vida nueva, vida verdadera, la oportunidad, una vez más, de darle vida a los días de nuestra historia. La Iglesia celebra en este día el recuerdo de María como Madre de Dios. No es el privilegio de una mujer que vivió hace dos milenios en algún lugar de nuestro planeta. Se trata de celebrar que es el ser humano es capaz de engendrar vida, y vida divina. Porque María es símbolo e imagen de esta gran comunidad de hermanos que somos la Iglesia. Celebramos la vida y nuestra capacidad de dar vida y vida divina a la historia. Ésta es la vida nueva que debemos buscar en el año que comienza. El evangelio ilumina esta fiesta y esta f

Palabra hecha carne

Juan 1,1-18 Es el inicio del Evangelio del Discípulo Amado. Es un poema bellísimo que canta el origen de Jesús en Dios, su existencia desde toda la eternidad, su existencia como Palabra creadora de vida. Nos dice que Jesús es la Palabra de Dios. El Niño que nació en Belén es Palabra que nos habla de Dios. Decimos "Dios" cuando decimos "Jesús", pero también, y desde Jesús, decimos "Dios" cuando decimos "vida", "fiesta", "perdón", "amor", "hombre". En Jesús, Dios nos ha hablado, y lo ha hecho con lenguaje de hombre, para que lo entendamos. En Jesús, Dios nos ha hablado desde la indigencia y la humildad de Belén, y desde el fracaso y la soledad de la cruz. Nos habla desde la fragilidad del Niño en los brazos de María y de José, nos habla en la pequeñez de cada niño. Nos habla desde los sueños y las ilusiones de María y de José. Porque María y José pasaron noches enteras soñando el futuro de felicidad

La noche de Navidad

Lucas 2,1-20 Ésta es la noche para la cual nos hemos preparado todo el Adviento. La noche hermosa para la cual mi tía Martha decreta un adviento mayor que el de la Iglesia, y que comienza con los primeros adornos que decoran las paredes de su casa apenas pasa el día de muertos. La noche que Lola Beltrán celebraba poniendo el nacimiento en julio y que quitaba hasta abril. Ésta es la noche santa de la Navidad, la noche en que el cielo y la tierra se abrazan entre las pajas de un pesebre de Belén. La noche en que Dios hecho hombre se acurruca en los brazos y las caricias de una muchachita. La noche en que por vez primera Dios duerme protegido por un hombre. La noche en que María y José sonríen y lloran de emoción y no se cansan de mirar al recién nacido que se les ha confiado. Ésta la noche en que la oscuridad retrocede ante la luz que llega, pequeñita y débil como la luz de una vela, pero cálida y brillante. Nunca más se apagará. Ésta es la noche del silencio rasgado por la Pala

La ¿imposible? alegría

Lucas 1,26-38 La conocida escena de la anunciación del ángel Gabriel a María, y no se puede leer ni disfrutar sin tener en cuenta algunas otras escenas bíblicas del Antiguo Testamento, e incluso la escena de la anunciación de Juan por parte del ángel a Zacarías.  La primera escena explícitamente citada en el texto de Lucas está en el libro del Génesis, y  se refiere al anuncio que hicieron los tres misteriosos hombres que visitaron un día a Abraham. Abraham y su esposa, Sara, ya eran viejos y no habían podido tener hijos. Los misteriosos visitantes fueron tan bien recibidos, que le prometieron a Abraham que al siguiente año lo visitarían nuevamente y que para entonces su mujer ya tendría un hijo. Sara, que estaba escuchando a escondidas detrás de la puerta, echó a reír en cuanto oyó el anuncio, pues pensó que era imposible ser madre siendo ya anciana. Pero el Señor, porque dice el relato que fue el Señor, dijo a Abraham que por qué se había reído Sara, y Sara lo negó, como los ni

La Virgen Morena

Algunas ideas quiero compartir en este 12 de diciembre, no hay que olvidar que para el mexicano, ser guadalupano es algo esencial. Lo primero que quiero recordar es el contexto narrativo de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego en el Tepeyac. El Nican Mopohua habla del año 1531, diez años después de la caída de Tenochtitlán ante los españoles comandados por Hernán Cortés. El relato habla de cuando la flecha y el escudo estaban en reposo, cuando ya era época de paz. La Virgen de Guadalupe sin duda el gran eslabón que une la fe y la historia del pueblo azteca con la fe y la historia del pueblo cristiano. La fe guadalupana es expresión del surgimiento de un pueblo nuevo, luego de retirar las cenizas de la guerra. Huitzolopochtli, el dios azteca de la guerra, había sido vencido por el Dios de la Cruz. Y con Huitzilopochtli había sido vencido el pueblo azteca, ¿de dónde podía venir la paz, sólo del reposo de la flecha y del escudo? La presencia de Tonantzin en el Te

Testigos de la luz, testigos de la vida

Juan 1,6-8;19-28 Estamos ante dos fragmentos del inicio del Evangelio de Juan. El primero forma parte del prólogo del evangelio, una gran obertura que da las claves de lectura para toda la narración, de principio a fin. A mí me parece que no podemos perder de vista que el Evangelio comienza diciendo que en el Principio existía la Palabra, que la Palabra era Dios, que en ella estaba la vida, que la vida era la luz de los hombres, que la luz resplandece en la oscuridad y que ésta no puede sofocarla. Después nos dirá que Juan no era la luz, sino testigo de la luz (versículos 6 a 8); es decir, queda en relación con Jesús, del que sabemos que es la Palabra y la Luz. Y también la vida. La siguiente parte (versículos 19-28) nos muestra en escena a aquel que ha sido definido como testigo de la luz. Pero nos lo muestra rodeado por sacerdotes, levitas y fariseos, es decir, por la élite religiosa de Jerusalén. Ellos le piden que confiese si es o no el mesías; le preguntan quién es. Y él s

El libro de Marcos

Marcos 1,1-8 Los libros, como las personas, tienen su nombre. No non inocentes ni casuales los títulos de los libros. Hay títulos que seducen, son como el amor a primera vista. Pienso en libros que leí, e inclusive hasta incluso (diría el Güiri Güiri) compré sólo por el título: Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías, ¿cuál batalla, en quién hay qué pensar?;  Una historia del mundo en diez capítulos y medio, de Jualian Barnes (que en todas las librerías está junto a Alessandro Baricco, uno de mis autores preferidos), ¿por qué diez y medio y no diez u once?; El daño no es de ayer , que aún no leo, y ya quiero saber cuál daño, y desde cuándo viene; Mañana no será lo que Dios quiera (¡ándale!), de Luis García Montero, la novela que siempre quiso cantar Joaquín Sabina, cuando Sabina todavía me caía bien y yo le creía. Qué tal El cuerpo en que nací, título tan cercano al de la más reciente película de Almodóvar, La piel que habito.   O   la serie narrativa Canción de hielo