Mateo 16,13-19
Dos preguntas, y las dos giran en torno a la identidad de Jesús. De eso trata la escena, y varias de las escenas anteriores, que tenían como objetivo mostrar el despliegue de las acciones y las palabras de Jesús, y dejar que el lector fuera determinando quién es Jesús, el Hijo de Dios que vino a hacer presente su Reino. Sin duda. Lo interesante es que Jesús lance la pregunta cada vez más directamente. Primero investiga qué dice la gente; después, qué dicen los discípulos y con ellos el lector del evangelio.
Pedro responde a nombre de los demás, reconociendo el carácter de Mesías que tiene Jesús. A continuación, Jesús da a Pedro las llaves del Reino de Dios. Hasta este momento, Pedro es el gran personaje dentro del grupo de seguidores, el portavoz de la comunidad. Incluso, en esta escena, más importante que las famosas llaves de san Pedro, es el hecho de la intención de Jesús de conformar una comunidad. Dos capítulos más adelante en el evangelio, la promesa de las llaves del reino, y con ellas de la potestad de abrir y cerrar las puertas del cielo, es un don que se concede a toda la comunidad.
Pareciera que, en un primer momento, a Pedro se encomendara la unidad del grupo de seguidores, pero al morir él, el líder tras la muerte y resurrección de Jesús, fue la comunidad en su conjunto la que recibió esta potestad de parte del Espíritu del Señor Resucitado. La comunidad debía serle fiel al Señor, y una clave para ello era mantenerse en la firme comunión de fe y de amor, tal como se esforzó en mantenerla Pedro. Trayendo esto al presente, significa que es hoy la comunidad entera, la Iglesia, el Pueblo de Dios, la que posee las llaves, es decir, las claves del Reino de Dios.
Pedro recibió en primer lugar la invitación directa de Jesús a dejar sus viejas redes y seguirlo. Asistió luego a la curación de su suegra y de muchos otros enfermos por parte de Jesús; escuchó el Sermón de la Montaña y aceptó la búsqueda del Reino de Dios y su justicia; vio al Señor conmoverse y partir y repartir panes y peces para el pueblo hambriento; reconoció la voz y la silueta de Jesús sobre el mar en medio de la noche, sintió hundirse en las aguas por el peso de su propia humanidad y, lleno de miedo, gritó a Jesús y le extendió la mano, para dejarse salvar por Él.
Junto a Jesús, Pedro aprendió a confiar plenamente en el Señor, a sentir como propio del dolor del otro y a ser solidario de su lucha y de su suerte para construir una humanidad nueva. Confianza, esperanza, amor compasivo, misericordioso y solidario, para defender la vida, especialmente de los pequeños y de los últimos. Creo que éstas son las llaves, las claves, del Reino de Dios. Son las que él recibió de Jesús, y las mismas que la comunidad hemos recibido de Él y del Espíritu del Señor. Son las llaves del Reino y son también las llaves de la vida. Son de Él, las mismas que confió a Pedro y a su comunidad; y para quien las usa, abren la puerta que permite que ellos, los pobres y los últimos, entren al cielo que puede ser esta tierra brotada del amor de Dios. Y entonces confesar, sin duda alguna, con las llaves de Pedro en la mano, que Dios, el Dios revelado en Jesús, es Amor.
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