Mateo 15,21-28
Leer sin más la escena que presenta el evangelio puede resultar desconcertante. Leerla en el conjunto de la narración de Mateo puede resultar más desconcertante aún. La escena muestra a un Jesús lejos del Jesús bondadoso al que estábamos acostumbrado. Hay que mantener en la mente la escena de la primera multiplicación de los panes, en la que Jesús siente compasión de la gente hambrienta de pan y de Dios. Hay que recordar cómo esta escena de comida estuvo precedida y preparada por el banquete de muerte, en el palacio de Herodes, que concluyó con la decapitación de Juan, el Bautista. Después de la multiplicación de los panes y la caminata de Jesús sobre el agua, el narrador comenta cómo eran presentados ante Jesús muchos enfermos, que quedaban curados con sólo tocarlo.
Después viene una escena de disputa entre Jesús y algunos fariseos, quienes le reprochan no cumplir con los rituales de pureza en la comida. Jesús se defiende hablando de la pureza del corazón, que es misericordia. La escena es fuertemente simbólica, porque la pureza ritual hablaba al pueblo de Israel de sí mismo, ellos eran el pueblo puro, e incurrían en impureza al contacto con lo extrajero. Es este el contexto de la narración de hoy, en que Jesús se retira a los márgenes, a las fronteras con el mundo extranjero. Ahí, una mujer cananea, extranjera, pagana y, por lo tanto, impura, se acerca a Jesús y a gritos le pide compasión para su hija enferma. Jesús la ignora. Sus discípulos le piden que la despida. Jesús responde que sólo ha sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel, ¡Jesús marcando distancia ante los extranjeros, como si fuera seguidor de la ley de pureza!
Entonces, la mujer se postra, un gesto de adoración y reconocimiento que sólo se rinde a Dios. Ella cree en Jesús, su corazón de madre la impulsa a confiar en Él. ¿Fue un gesto de humillación ante un judío? En todo caso, no parece que a ella le haya importado. Suplica a Jesús, y éste la rechaza con un dicho bastante duro: "No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos", es decir, a los extranjeros. La mujer no se dará por vencida, el amor siempre encuentra razones para seguir luchando y esperando: "Señor, hasta los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de los amos."
Esto fue lo que conquistó a Jesús. Un varón judío, Pedro, dudó de su confianza en Jesús y Jesús le reprochó su falta de fe. Una mujer extranjera, amó tanto que confió en Jesús sin ninguna vacilación, y Jesús la reconoció: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! La escena ilustra contundentemente cómo los prejuicios sociales, culturales, religiosos, pueden llevarnos a la indiferencia ante el hermano que sufre, y cómo es la compasión y la misericordia las que expresan el cumplimiento de la voluntad de Dios. Jesús no necesitó verla ni tocarla, pero la hija de la mujer pagana quedó curada. El milagro lo alcanzó el corazón humilde y compasivo de su madre, que supo sintonizar el corazón de Jesús con los latidos de su propio corazón.
La siguientes escenas son elocuentes: nuevamente Jesús subiendo a la montaña, porque ha cumplido la voluntad de Dios, que es el amor, especialmente al más necesitado; curando enfermos, sintiendo compasión por la gente, multiplicando nuevamente los panes, para alimentar ahora a cuatro mil hombres; antes fueron cinco mil, pero cuatro es signo de la humanidad, y multiplicado por mil es signo de la humanidad entera. Al final sobrarán siete canastos, el siete como signo de totalidad refuerza la idea de que este pan, que es Jesús, es para toda la humanidad, especialmente para la humanidad cansada y abatida. Que nadie puede negar el pan de Jesús a quien lo necesita para vivir. Y que este pan, si es preciso, caerá a migajas, y compasivamente dará fuerza a los humillados, hasta darles vida nueva.
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