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El tesoro, la perla y la red

Mateo 13,44-52

Se trata de la conclusión de una serie relativamente larga de parábolas cuyo común denominador es la manera en que Dios actúa y salva; es decir, son parábolas que ilustran cómo es el reinado de Dios. Ahora nos encontramos ante las últimas tres parábolas, que Jesús no contó al conjunto de las multitudes, sino sólo a los discípulos en la intimidad de la casa común. Es, pues, un mensaje para nosotros.

La primera parábola es la del hombre que encuentra un tesoro oculto en un campo, y vende todo lo que tiene, y adquiere el campo. La parábola me recuerda un verso del poeta Alejandro Aura, que de Dios goza: "mueran los que esperan sentados que el tiempo lo resuelva todo." Hay gente para la cual la vida es una constante rutina vacía de frescura, de novedad, de sorpresa. Todo está aparentemente bajo control. Es un estado que oscila entre el embotamiento de la mente y el corazón, y el acomodamiento cínico. Es la gente del "más vale malo por conocido, que bueno por conocer". Gente mediocre, gente que nació para morir y dejar el mundo lleno de huellas, pero no de pasos, gente que no supo vivir. O bien, puede también tratarse de gente que se da cuenta que algo no anda bien en la vida, que las personas mienten, se corrompen y se lastiman, que están conscientes de que los cambios son necesarios, pero no se atreven a realizarlos, porque prefieren llevar "la fiesta en paz". La parábola de Jesús invita a soñar con que un día estas "buenas conciencias" por fin despierten; que un buen día se salgan de la rutina, del cumplimiento y descubran en sí y en los demás, en la creación y en la historia, la presencia amorosa del Dios de la Vida, del Dios que invita a caminar y a hacerse dignos del tiempo. Es la gente que atestigua que Dios inquieta.

La segunda parábola es como un espejo de la primera. La del comerciante que busca perlas finas y encuentra la más valiosa. Porque hay gente inquieta por luchar y por cambiar para bien y para todos, gente que no se deja doblegar ni vencer ni por el tiempo ni por el dolor o la adversidad; gente que busca el bien, y la paz con justicia y dignidad; gente que camina en medio del dolor llevando consuelo y fortaleza; gente que sabe que el amor urge, que la historia se nos cuela como la luz entre las ventanas, y no se resigna a cerrar los ojos sin que el ocaso de sus vidas ilumine los últimos rincones de oscuridad. Gente que presta su voz y su rostro a toda clase de víctimas y marginados; que se resiste a creer que la vida es absurda y que los últimos morirán siendo últimos para siempre y en todas partes; es la gente que cree en el perdón y en las segundas oportunidades; es la gente que empieza y termina, no la que se queda a medio camino. Es la gente que atestigua que Dios no sólo inquieta, sino que sacia las inquietudes.

La tercera parábola es la de la red. La red que es arrojada al mar y rescata toda clase de peces, y una vez que se está en la playa se tiran los peces malos y se guardan los buenos. Y aquí no se trata de clasificar a la humanidad en mitad de buenos y mitad de malos. Se trata de comprender que Dios no discrimina, y es Amor y Vida para todos. ¿Cómo entender que Dios espera el regreso del alejado, la compañía del solitario, la misericordia para el inmisericorde, el descanso para el abatido, la dignidad para el humillado, la fraternidad para el abandonado, la recuperación para el marginado? Porque a nosotros no nos gustan, entre muchas otras discriminaciones, los matrimonios entre homosexuales; ni los pobres, ni los que tienen la piel más oscura; aunque todos ellos tengan derecho a ser felices. Y todos ellos tienen padres y hermanos, y al final, éstos sufren tanto o más que sus hijos o parientes. Porque saben que sus hijos también son hijos de Dios, y que no los pueden echar a la calle sin mutilar el propio corazón. De esto he escuchado en confesión muchas más historias de las que podría haberme imaginado. Y creo que Dios no recoge en su red peces para luego desecharlos, lo que creo es que primero reúne a sus hijos en la comunión universal, y luego a todos nos limpia de prejuicios y rencores.

Quien esto comprende, es sabio en cuanto se refiere al reinado de Dios. Sabio porque sabe ir al pasado a leer los signos con que se ha escrito la historia, y con ellos comienza a escribir el futuro, quizá sin muchas seguridades, pero a pesar de todos los miedos. Y sigo recordando los versos de Aura: "Mueran los que no creen que la vida se construye a cada instante y es hermosa. Mueran o sean condenados a un millón de latigazos de esperanza..."

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