Mateo 10,37-47 Después de haber escrito tanto y tan bonito la semana pasada sobre el amor de Dios, sobre Dios que es Amor, leyendo este fragmento del evangelio según san Mateo, prácticamente me siento con la obligación moral de dar una explicación sobre las palabras, duras, muy duras, de Jesús: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.” Si revisamos lo que hay en la narración antes de esta escena, el desconcierto es todavía mayor. Porque casi al inicio del evangelio hemos visto a José de Nazaret recibiendo como su esposa a María, embarazada por la acción del Espíritu Santo, aunque ello le supusiera renunciar al honor milenario de su familia, la estirpe real de David; lo vimos arriesgando su propia vida para salvar la vida de Jesús, el niño que Dios le había confiado como hijo, ante la amenaza asesina del rey Herodes. Lo mínimo, Jesús sería