Mateo 2,1-12
Casi parece una página de Las mil y una noches, pero es una página de la Biblia, del evangelio de Mateo, la que nos cuenta la historia de unos hombres sabios, estudiosos de las estrellas, que se han puesto en camino para buscar al Mesías.
La tradición y la fantasía han completado lo que el evangelio no dice. Para nosotros, es muy natural decir que se trató de tres reyes, a los que llamamos reyes magos, o santos reyes, y les pusimos corona, aunque el evangelio no dice que fueran reyes, ni siquiera dice cuántos eran (sólo dice que entregaron a Jesús, como en el bolero mexicano, tres regalos: oro, incienso y mira, no el cielo, la luna y el mar, y de ahí alguien dedujo que eran tres los misteriosos oferentes); les hemos dado nombres: Melchor, Gaspar y Baltazar.
Les dimos también un color de piel: un güero, un moreno y un negro (las conciencias escrupulosas han de leer, en lugar de negro, "de color"). Les asignamos también su vehículo: caballo, camello y elefante, en exóticas caravanas multicolores. Y en México hasta les hemos dado un estatus económico: un rico, un clasemediero y un pobre. Por supuesto, el rico es el güero, el moreno es el de clase media y el negro es el pobre. Y no faltaba más, al güero y rico lo ponemos hasta adelante en nuestros nacimientos, atrás de él al moreno, y hasta atrás al negro y pobre. A mí no deja de sorprenderme que el racismo y la discriminación se nos hayan colado hasta en el nacimiento.
La tradición también nos ha dicho que estos astrólogos son el signo de que Dios se ha manifestado como salvador universal; y que mientras los judíos rechazaron a Jesús, los gentiles lo aceptaron. Con el inconveniente de que esta apresurada conclusión pasa por alto el hecho de que María y José eran judíos y aceptaron a Jesús en su historia, mientras que Herodes era un rey extranjero, que persiguió al Niño para darle muerte.
La tradición se ha sentido así mismo fascinada con la estrella de Belén (que también tiene que estar en los nacimientos, faltaba más que semejante "personaje" brillara no por su luz, sino por su ausencia). Y estos hombres estudiosos del cielo y las estrellas supieron leer en ellas la llegada del Mesías esperado. Por su parte, los sacerdotes y escribas judíos, aunque tenían las Escrituras y conocían los pasajes que hablaban del Mesías, no supieron interpretarlas a la luz de Jesús.
Un lectura un poco más atenta y cuidadosa nos descubre otros sentidos. Así, por ejemplo, que no es la procedencia étnica la que favorece o no el encuentro con Jesús, sino la condición socioeconómica: los pobres y los marginados son los que aceptan a Jesús, como María y José y los astrológos de Oriente, que en general eran gente mal vista y despreciada. Si tuviéramos claro esto, pondríamos siempre a Gaspar junto al pesebre. Que las Escrituras por sí solas no nos dicen nada, si no las leemos en clave de Jesús, en clave del Dios bueno, solidario y amoroso que se nos revela en él. Que las estrellas están a la vista de todos, pero el deseo sincero de buscar a Dios fue lo que permitió a nuestros personajes encontrarse con Jesús, así como en nuestros días unos ven sólo el dato científico y otros ven a Dios, en la misma realidad. Que en aquél tiempo el emperador romano se hacía adorar como Dios, pero nuestros estudiosos del cielo, llegaron a Jerusalén, el centro del poder político y religioso judío, no para adorar al rey, sino al Mesías recién nacido. ¡Que el Mesías no estaba en la gran Jerusalén, sino en la pequeña y marginada Belén, en la casa de José, junto a María!
Y yo espero que, a cada uno de nosotros, nuestros familiares y mexicanos reyes magos, con los que cada año me retrataba puntualmente de niño en la Alameda de Bellas Artes, nos traigan la capacidad de estudiar nuestra vida y descubrir en ella la luz que brota de la presencia actuante y amorosa de Dios, en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo débil, en lo vulnerable, en lo marginado de nuestra vida y de nuestra sociedad. Abrazos mágicos para cada uno.
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