Mateo 5,1-12
El famoso texto de las bienaventuranzas, el inicio del famoso "sermón del monte", el primer gran discurso de Jesús en el relato del evangelista Mateo. El inicio del discurso tiene su escenario: una montaña, que es el primer espacio del Antiguo Testamento en que el ser humano se encuentra con Dios. Tiene sus destinatarios: los discípulos, mujeres y hombres que están dispuestos a dejar que Jesús modele sus vidas, que desean configurar su estilo de vida con el de Jesús, el Mesías que ha vencido en el desierto las tentaciones del dinero, el poder y la fama. El discurso tiene también su ocasión: la mirada de Jesús, que se detiene en la muchedumbre que lo busca para ser curada de todos sus males.
Es a partir de la humanidad doliente que Jesús enseña a los suyos. ¿Qué les enseña? ¡Que el reinado de Dios es de ellos, de los que son pobres, de los que sufren, de los que sufren porque son pobres! En el evangelio de Mateo, Jesús despliega su discurso de bienaventuranza en distintas dimensiones. Creo que es un error considerar que Jesús está pensando en la respectiva felicidad de distintos grupos de personas: los pobres, los que lloran, los humillados, los limpios de corazón... Pienso que Jesús sólo habla de dos grupos de personas; el primero de ellos: los pobres. Creo que es también un error el afirmar que Mateo espiritualiza las bienaventuranzas (pobres pero de espíritu, hambre y sed pero de justicia).
Mateo no habla de pobreza de espíritu. Un espíritu es pobre cuando no se nutre del arte, de la literatura, de la reflexión, de la sensibilidad social y religiosa, etc. Esta pobreza de espíritu no puede bendecirla Dios. De hecho, Dios nunca bendice la pobreza, la combate. Dios bendice a los pobres, porque son sus hijos, porque los ama y porque no quiere que sigan siendo pobres. Dios bendice a los pobres, y se entrega a ellos, porque la pobreza tiene su espíritu abatido, y cuando el espíritu está abatido, no hay más lugar para la vida y para la fiesta.
Dios bendice a los pobres porque siempre son los humillados, los despojados de su tierra y con ella del derecho a vivir dignamente de lo suyo y de su trabajo. Dios bendice a los pobres, que lloran su pobreza, de frustración y de coraje, porque cualquiera con un poco de poder o de dinero abusa de ellos y se burla. Dios bendice a los pobres porque en su pobreza no sólo no pueden ganarse el pan, sino que tampoco pueden procurarse la justicia. Porque siempre son los pobres los que pierden, porque al hambre de comida añaden el hambre de justicia, de que un día Dios ponga todo en su lugar y nadie sea privado del honor, la dignidad o la libertad porque alguien compró lo que, sin ninguna vergüenza, llama "justicia".
El segundo grupo de bienaventurados son aquellos que se solidarizan con los pobres. Los perseguidos por causa de la justicia: porque es una injusticia que haya pobres. Por más que queramos justificarlos: que si son flojos, que si son ignorantes, que si son un mal necesario... mientras haya pobres, habrá injusticia; y Dios seguirá bendiciendo a los que la denuncien y la combatan, porque no es justo que unos coman y a veces en abundancia, mientras otros esperan las migajas.
Dios bendice a los que se solidarizan con los pobres, porque la mirada limpia de su corazón les permite contemplar lo que hay de imagen y semejanza de Dios en cada pobre. Dios bendice a los que se solidarizan con los pobres, porque saben que mientras haya injusticias habrá pobreza, y que la única manera real y verdadera de que haya paz entre los humanos es la erradicación de toda injusticia.
México ha sido tierra de bienaventurados, de benditos de Dios. Esta semana contemplamos el rostro de algunos de ellos: los indígenas de Chiapas, pobres entre los pobres y humillados de un país abatido por la injusticia; a fuerza de caminar hacia ellos, a pie y a lomo de bestia, un hombre lloró con ellos, denunció lo inhumano del empobrecimiento a que han sido sometidos, y trabajó un día y el siguiente porque los indígenas vivieran en paz. Muchos lo persiguieron, pero Dios lo ha reivindicado como hijo suyo, porque él reconoció en los indígenas de Chiapas el rostro de sus hermanos. Profeta del reinado de Dios, obispo de las bienaventuranzas, don Samuel Ruiz, no deje de caminar con nosotros.
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