Lucas 12, 32-48
El texto es amplio y claramente conformado por dos partes, la primera es la última parte del discurso de Jesús invitando a la confianza en Dios antes que en el dinero, discurso que sigue a la parábola del rico insensato; "donde está tu tesoro, ahí está tu corazón", sentencia Jesús. La gente piensa en tesoro, y se imagina cofres de barcos piratas, llenos de joyas cuajadas de piedras preciosas y monedas de oro. No es casual que pensemos en estos términos: prácticamente tenemos nuestro corazón hipotecado en el dinero, porque el dinero es el gran regulador de nuestra vida.
Sin embargo, en Jesús Dios nos muestra algo totalmente distinto: si en Jesús Dios está siempe con nosotros, si en Jesús Dios nos está amando perpetuamente, eso sólo significa una cosa: ¡que nosotros somos el gran tesoro de Dios! Uno pudiera sorprenderse y creer que lo más valioso que hay en Dios es su poder, su capacidad de creación, Él mismo y, sin embargo, lo más valioso para Dios, su tesoro, somos nosotros, y vivimos por los latidos de su corazón que siempre nos está amando, intensa y desinteresadamente.
La siguiente parte de las palabras de Jesús son una invitación a la fidelidad y a la esperanza en el servicio. Si nosotros somos este tesoro de Dios, el reto es no dejar que la humanidad pierda valor, ni sea tratada como si no fuera valiosa por sí misma. La clave para ello está en el servicio: las imágenes que emplea Jesús son de servicio, servidores y amo. Su fuerza es tal que desconcierta: ¿qué patrón, que vuelve de un viaje largo, se pone a servir a su sirviente, sólo porque éste estaba listo para recibirlo? Cuando un patrón "normal" regresa, espera a que lo sirvan y lo atiendan, y a lo mucho da las gracias generosamente, ¡pero nunca sienta a su sirviente en su lugar y se convierte él en el servidor de su criado, mucho menos lo hace dueño de todos sus bienes!
No obstante, son las imágenes con las que Jesús da a conocer la acción de Dios, tan amorosa, tan apasionada y tan intensa, que es Dios el que se pone a nuestro servicio; nosotros insistimos en pensar en Dios como lo más poderoso, lo más grande y lo más alejado de nosotros, y Dios que insiste en hacerse lo más cercano, generoso y solidario posible, porque es tanto lo que nos ama, que somos su tesoro, lo más valioso de sí y por eso se pone a nuestros pies para servirnos.
Dicen que uno ve lo que trae por dentro. Quien ya empeñó el corazón en el dinero, sólo verá signos de pesos más o menos claros, según el nivel socioecónomico de las personas con que trate; quien ha empeñado su corazón en el poder, sólo verá poder, según el dinero o las influencias con que uno cuente. Pero quien busca lo que hay de Dios en cada ser humano, descubre en cada uno el rostro de Dios, le empeña el corazón y se pone a su servicio. Y ahí comprende uno que el servicio transparente la acción de Dios.
En los libros de Harry Potter no todo es magia, hay en alguno de los libros alguna escena en la que Dombledore dice a Harry: "¿Quieres saber cómo es una persona? Ve cómo trata a sus inferiores." Uno puede alegar muchas cosas, como si es el hecho de si realmente somos unos inferiores y otros superiores, pero lo cierto es que el mundo funciona como si así fuera, y Dios viene a nosotros como si fuera nuestro sirviente y nosotros sus amos, ¿cómo reconocerlo? Estando listos para el servicio, y así podremos ser luz y esperanza en medio de la larga noche de una humanidad doliente porque la comida se da a quien tiene dinero y no al que tiene hambre; y los servicios de salud a quien tiene dinero y no a quien tiene enfermedad.
Y no se trata de provocar revueltas comunistas, sólo se trata de comprender que el dinero es siempre un medio y no un fin, que ayuda más cuando se administra en clave de servicio y no de acumulación, y que es para todos. Y que quien vive en clave de servicio un día se sorprenderá de verse sentado y siendo atendido por el Señor. La liturgia de difuntos sugiere esta parábola, yo la leí hace casi un año en el funeral de un hombre joven que murió en un accidente de motocicleta, dejando una esposa viuda y dos pequeños huérfanos, que lo recuerdan como un hombre trabajador, entregado a procurar la felicidad de su familia, solidario de todos los suyos. Me lo imaginaba yo sentado a la mesa del Señor, siendo atendido por Él, porque en el encontronazo con la muerte, el Señor lo halló con la túnica puesta y la lámpara encendida. Y con él a tanta gente pronta para el servicio que el Señor encontró listos: hombres y mujeres comprometidos con la humanidad, víctimas de la muerte temprana e injusta. Y pensando en ellos y en mis propios difuntos jóvenes, el corazón se me llena de luz y de esperanza.
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