Lucas 10,1-17
Un pasaje largo y rico el del evangelio; un pasaje misionero. Varios elementos me llaman la atención. Lo primero que dice Jesús en esta escena es el diagnóstico de la realidad de su tiempo: la cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Generalmente lo hemos entendido como un pasaje para orar por las vocaciones sacerdotales y religiosas en la Iglesia. Y constatamos: faltan pastores y religiosos en la Iglesia, pero no solamente. Cuando Jesús pronunció estas palabras, no veía la falta de ministros, veía una sociedad necesitada del Reino de Dios, y constataba la urgente necesidad de portadores del evangelio; es decir, de la Buena Noticia del Amor de Dios.
Lo que Jesús vio en su momento, lo vemos hoy: la cosecha es mucha, y los trabajadores pocos. Jesús ya había enviado a los Doce Apóstoles a predicar el Reino, y no fue suficiente, por eso ahora envía a setenta y dos discípulos. La necesidad de Dios y de su Reinado requiere del trabajo no sólo de los apóstoles (sacerdotes y religiosos), requiere del esfuerzo de cada uno de los creyentes, de cada uno de los seguidores de Jesús. La humanidad nos necesita, a todos, y en la diversidad de nuestros estilos de vida: pastores que den la vida por sus ovejas; religiosos que muestren su amor total al Señor en el servicio a los más necesitados; matrimonios que se amen con la misma apasionada intensidad con que Cristo ama a su esposa, la Iglesia; papás y mamás que son para sus hijos rostro de Dios, que es Padre y Madre; hermanos que viven su fraternidad remediando la miseria del otro. Esta es la gran misión, y es para todos; a todos nos envía el Señor.
A todos nos pide Jesús ponernos en camino; basta de pensar sólo en nosotros, hay que ir al encuentro del otro. A todos nos pide caminar sin nada, porque para anunciar el amor de Dios no se necesita de nada que no sea la propia vida y el propio corazón, ¡somos portadores del Evangelio cuando nuestra vida se identifica con lo que anunciamos! Anunciamos que Dios nos ama porque nos hemos sentido amados; anunciamos que Dios es alegría, porque no hemos permitido que ninguna adversidad secuestre o mate nuestra alegría; anunciamos que Dios es solidaridad porque alguien una vez nos tendió la mano, y aprendimos a la tender la nuestra; anunciamos que Dios es papá y mamá porque nos hemos sentido amados y abrazados en la mirada de quienes nos dieron la vida; anunciamos que Dios es amigo porque hemos disfrutado su compañía bebiendo una cerveza en la playa; anunciamos que Dios es vida porque estamos vivos y nos resistimos con todas nuestras fuerzas y nuestra esperanza ante el dolor y la muerte; anunciamos que Cristo es Señor de la historia y está vivo porque mantenemos viva la memoria de nuestros muertos y de las víctimas de la injusticia.
Jesús nos pide caminar con pie descalzo, no por pobreza, sino por humildad. Porque hay que sentir la tierra sobre la que vivimos y andamos; pero sobre todo, porque hay que sentir lo que el otro siente, pisar lo que el otro pisa, conocer y comprender su vida, interesarse por pisadas, saber de sus aciertos y fracasos, de sus sueños y decepciones; caminar descalzo hasta ponerse en los zapatos del otro. Entrar a su casa, a su vida, y ofrecer paz; sólo eso, ¡sólo eso, paz! Hacer propia la vida del otro: eso es lo que significa comer y beber lo que hay en cada casa.
Jesús nos pide no salir de la casa en que seamos bien recibidos. Veo dos significados en esto: el primero, no huir; en una casa pueden recibirnos muy bien, pero puede haber problemas graves, y nuestra presencia en ese caso tiene un sentido fuerte: Dios no huye, Dios es el gran solidario de nuestras vidas, el que siempre está con nosotros, el que nunca nos abandona. Y dos, no menospreciar al pobre, ¿qué tal que mañana encontremos una casa mejor? ¡Nadie vale por lo que tiene, sino por lo que es: hijo de Dios y hermano nuestro!
Jesús pide curar a los enfermos. En el lenguaje bíblico, curar y salvar son sinónimos. Curar al enfermo es salvarlo. Pero salvarlo no necesariamente es curarlo físicamente. Salvar al enfermo significa hacerse cargo de él, compartir su dolor, su frustración, y al mismo tiempo devolverle las ganas de seguir luchando contra el mal, hacerle sentir la profunda cercanía de Dios, que llora con él y luchará con él hasta la muerte, y que muriendo le compartirá su vida inmortal. Salvar al enfermo significa ayudarlo para que no dude del amor de Dios, para confíe y espere plenamente en Él. Lo que la medicina pueda hacer por ellos será también obra de Dios y parte de la misión.
Y donde uno no sea recibido, sacudirse el polvo de los pies, para recordarle al otro el barro del que también él está hecho; que recuerde que somos lo mismo: polvo que vive no por sí mismo, sino por el amor que un día, desde siempre, el Padre nos ha soplado.
Desde Rowland Heigths, California, con el recuerdo de Redondo Beach, abrazos.
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