Lucas 9,18-24
¿Quién es Jesús? Es el tema central de la escena del evangelio de este domingo. Jesús mismo lanza la pregunta: "¿Quién dice la gente que soy yo?, ¿quién dicen ustedes que soy yo?" Si el evangelio comenzara aquí, en esta escena, con esta pregunta, todos tendríamos una muy amplia libertad para responder con lo primero que se nos ocurriera, con lo primero que viniera a nuestra mente o a nuestro corazón, y todas las respuestas serían igualmente válidas.
Pero el evangelio no comienza con esta escena ni con esta pregunta. Ni siquiera la cuestión sobre la identidad de Jesús aparece por primera vez en el evangelio en boca de Jesús. Quien primero lanza la pregunta es el rey Herodes (9,7-9), y de Herodes se dice que escucha decir a la gente lo que más tarde le referirá Pedro a Jesús en nuestra escena: que unos dicen que se trata de Juan el Bautista, otros que Elías, o algún otro de los profetas.
Nosotros, lectores del evangelio de Lucas desde el inicio, sabemos, porque lo hemos contemplado, que Jesús es el hijo del Altísimo, concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la Virgen esposa de José; aquél sobre quien descendió el Espíritu Santo cuando era bautizado por Juan; y que el mismo Espíritu lo condujo al desierto, donde venció las tentaciones de fama, poder y riquezas, para luego llevarlo a la sinagoga de Nazaret, donde se reconoció ungido por este Espíritu para proclamar la Buena Nueva a los pobres, liberar a los cautivos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Y esto también lo hemos contemplado: a Jesús llamando a sus discípulos a formar comunidad; curando a los enfermos; expulsando a los demonios, incluyendo a los excluidos; proclamando en voz alta el amor de Dios; perdonando a los pecadores e, incluso, resucitando a los muertos. A nosotros, lectores del Evangelio, la pregunta por la identidad de Jesús, no es simplemente quién es Jesús, sino: a partir de lo que has contemplado en el evangelio sobre la persona de Jesús, sus palabras, sus gestos, sus acciones, el despliegue de su amor salvífico, ¿quién es Jesús, que así se comporta?; ¿has sido suficientemente sensible para percibir el paso de Dios en tu vida a partir del encuentro con Jesús?
Ya decía que la pregunta por la identidad de Jesús está introducida por Herodes, que ha escuchado hablar de Jesús, y quería verlo. Y nosotros, lectores del evangelio ¡hemos visto a Jesús! No podemos decir que no sabemos quién es, ni podemos dar falsas respuestas. Pues bien, entre la pregunta formulada por Herodes y la misma pregunta formulada por Jesús, hay una escena intermedia: la multiplicación de los panes. Jesús que en torno a la fiesta del pan forma un único pueblo alimentado por su propia vida, aprendiendo a vivir como él de la entrega generosa de la propia vida todos los días.
Ante la pregunta de quién digo yo que es Jesús, el evangelio me sugiere esta respuesta: ¡Jesús somos nosotros! Jesús comprendió que a la gente de su pueblo le daba vida el mismo Espíritu que a él; Jesús sabía que él estaba en los suyos como ellos mismos. Porque los demás eran parte de él, de su humanidad, Jesús se compadeció del dolor y la miseria de los otros, y les ofreció el Reino de Dios. Porque sabía que era uno con los demás, los enseñó y ayudó a formar y vivir en comunidad, compartiendo la vida entera. Por eso el compartir de los panes en pequeños grupos. Por eso la invitación a tomar la cruz todos los días, que no es invitación al sufrimiento, sino a solidarizarnos siempre con el necesitado.
Tenemos que comprender que Jesús somos nosotros, todos, que en él formamos un solo Cuerpo. Los místicos de todas las tradiciones religiosas han experimentado la unicidad de la creación entera y de ésta con su Creador. La violencia, el ecocidio, el dolor, la injusticia, el hambre, el empobrecimiento que vivimos hoy es consecuencia de nuestra falta de conciencia de formar un solo cuerpo. Nos comportamos como un ebrio que se está lacerando y mutilando a machetazos. No acabamos de entender que el hambre del otro me mata tanto como a él; que la pobreza del otro me lastima a mí tanto como a él; que la burla, la humillación y la injusticia al otro va en contra mía tanto como de él, porque el otro y yo somos Cristo, y cuando mato al Cristo que vive en el otro, mato al mismo Cristo que vive en mí.
La Iglesia es el Pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo. ¡Jesús es el Pueblo y el Pueblo es Jesús! San Cipriano dijo un día que fuera de la Iglesia no hay salvación, y lo hemos malentendido; creímos que para salvarnos había que adscribirnos a la institucionalidad del catolicismo, pero no era esto lo que san Cipriano quería decir. Él quería que los cristianos tomáramos conciencia de que no podemos buscar la salvación individualmente; y no hay de otra: no puedo salvarme si el otro no se salva ¡porque el otro y yo somos una misma realidad, somos hijos en el Hijo! Si él muere de hambre, muere él y muero yo; si humillo al otro, me humillo a mí mismo, porque el otro es espejo de mi ser; por eso, el que "gana" (egoístamente y con transas) su vida la "pierde"; pero el que la "entrega", la "salva". Porque él y yo, tú y yo, juntos y sólo juntos, somos Cristo.
Hemos equivocado la pregunta: "¿Cómo puedo salvarme?", cuando desde Jesús la pregunta es: "¿Qué puedo hacer para salvar al otro?" Y salvar al otro significa: "¿Qué puedo hacer para que el otro viva plenamente?" ¡Por eso Jesús nos salva! ¡Porque nos tiende la mano, cura nuestros dolores, sacia nuestras hambres de todo tipo! ¡Porque se hace uno con todos! ¿Cuándo será que entendamos esta verdad, la más profunda y bella del evangelio? ¿Cuándo será que nos salvemos?
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