Mc 8,27-35
El pasaje del evangelio es bien conocido. Antes de esta escena, Jesús ha curado a un ciego, pero la curación es extraña. Jesús unge con su saliva los ojos del ciego, y el ciego no recupera la vista bien, sino de forma imperfecta y Jesús tiene que volver a tocarlo, sólo entonces ve. Este ciego, el ciego de Betsaida, es símbolo del discípulo. Ha estado con Jesús, lo ha visto dominar la naturaleza con su palabra, y con su palabra vencer al mal y a la enfermedad. Pero no ha comprendido la identidad de Jesús, su ser de Mesías e Hijo de Dios, que sólo revelará plenamente en la cruz.
En la escena de hoy, Jesús pregunta: "¿Quién dice la gente que soy?". Le responden sus discípulos: unos que Juan el Bautista, el profeta que denunció el pecado del mundo y fue ajusticiado por el poder de Roma; otros le dicen que Elías, el profeta que no murió, sino que fue arrebatado al cielo; fueron respuestas buenas, alguien pudo haber dicho lo que el lector del evangelio ya sabe: que algunos, incluso entre su familia, pensaban que está loco y aun endemoniado. "¿Y ustedes, revira Jesús, quién dicen que soy?"
Parece que Jesús dice: Sí, sí, soy alguien que puede ser perseguido por mis palabras; quizá soy digno de ser llevado por Dios, pero fuera de que los poderosos quieran mi muerte, y que Dios me ame, para ustedes, ¿quién soy yo? Ustedes, que han estado conmigo, que han comido de mi pan, que han visto mis curaciones; para ustedes, ¿quién soy? Pedro, el ciego de Betsaida, aceptó seguir a Jesús, lo vio sanar y levantar a su suegra y a otros enfermos, y se deslumbró por el éxito de Jesús, "¡todos te buscan!", "¡eres famoso, un triunfador!" Pedro ha visto, pero no ha visto bien. Jesús corregirá su visión, y por la primera de tres veces anunciará su muerte vergonzosa y humillante en la cruz. En la cruz morían los sediciosos, los criminales de estado, los esclavos. No es lo que Pedro se había imaginado. Por eso quiere corregir a Jesús, y por eso Jesús, con mucha dureza lo pone en su lugar: ¡Colócate detrás de mí! ¡Aceptaste seguirme, caminar tras de mí, no te pedí ir por delante ni marcar el camino; el camino lo trazo yo y va a la cruz por solidaridad con los excluidos, con los rechazados, con los despreciados, con los nadie de la tierra, los que tocas y te manchan con su vergüenza! No pensar así es pensar como los hombres que están ciegos, y no como Dios.
Y luego la invitación. El quiera seguirme, tome su cruz y sígame. El escenario es clave: el camino. Caminar tras Jesús es vivir como Jesús. Tomar la propia cruz es aceptar la condición vergonzosa y humillante de seguir a un crucificado, aceptar que no hay prestigio ante Dios que no pase por la profunda solidaridad con la humanidad doliente, con las mujeres y hombres que sufren y lloran en impotencia y soledad. Por eso la pregunta de Jesús es importante: ¿Quién soy para ti? Si soy vida y amor, fuerza y alegría, ¡dalos!, si soy poder, fama o dinero, sigues en tu ceguera. Decir, como comúnmente se dice, que la cruz es la enfermedad, el desempleo, aguantar al marido borracho, mujeriego y golpeador, es no conocer a Jesús ni el evangelio. ¡Eso no es la cruz! Al menos no es la cruz de Jesús ni la de sus seguidorees, ¡precisamente murió porque nadie padeciera esas "cruces"!
Así se entiende que Jesús se llame a sí mismo: el hijo del hombre. Es como si dijera: soy humano como ustedes, hijo de lo humano como cualquiera de ustedes, por eso los comprendo, por eso sé qué les duele y qué les alegra, por eso soy el Dios profundamente solidario con la condición humana, y porque esta condición humana llegue a su plenitud no me importa ser humillado, despreciado y clavado en cruz, inhumanamente, qué paradoja, porque para ser verdadero hombre hay que defender al hombre tratado inhumanamente. La pregunta ahora es, ¿te avergüenzas de este Jesús? ¿Te decides a ser seguidor suyo?
Un abrazo,
Miguel Angel, mj
Comentarios
Publicar un comentario