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Dios cotidiano

La cita del evangelio de este domingo es de san Marcos, 6,1-6. Es aquel pasaje en que Jesús regresa a su pueblo, a la casa familiar, con los amigos, parientes y vecinos de toda la vida. De ahí salió a comunicar con obras y palabras que el reinado de Dios estaba llegando. Ha mostrado su poder sobre la naturaleza, calmando la tormenta; sobre el mal, expulsando demonios; sobre la enfermadad y aun sobre la muerte; ha perdonado pecados. Ahora vuelve a casa. Pero en su pueblo no creen en él. Y la gente, su gente, se pregunta de dónde le ha venido tal fuerza y poder; a éste, un carpintero cualquiera a quien conocen desde niño, y lo mismo a su familia. Ante el desprecio de los de su pueblo, Jesús se admira por su falta de fe. Si Jesús quedó sorprendido, quiere decir que él no se esperaba esta respuesta negativa.

El prejuicio contra aquél a quien "más conocemos" no es aquí, pienso yo, el problema. El gran problema es otro, y es anterior, más grave. Dudar, desconfiar, menospreciar a quien creemos "conocer muy bien" tiene raíces. Una de ellas tiene que ver con Dios. Jesús le habló a su gente de Dios en la sinagoga, el día sábado, el día de culto entre los judíos. El problema es buscar a Dios en lo grande, en lo espectacular, en lo distinto a mí, a lo humano; y ser ciegos a su presencia en lo cotidiano. Alguna vez oímos que Dios hace milagros y curó a Fulano del cáncer; que a Perengano lo salvó del accidente; que en tal lugar se apareció La Virgen María; que... milagros y más milagros, pero allá, lejos, a otros, a unos pocos muy afortunados, y seguramente consentidos por Dios, "que se dignó verlos con misericordia".

Me encuentro enfermo, y espero de Dios "que me alivie", como si nuestra salud le fuera indiferente. No veo a Dios en mis ganas de vivir, no veo a Dios en la persona que se desvela para cuidarme, en el médico que pone lo mejor de su ciencia para atenderme. Me quedo sin trabajo, no veo a Dios en mi rebeldía ante un sistema económico que tolera pobreza y hambre; no lo veo en la persona que de mientras me echa la mano; no lo veo en la determinación de buscar ganarme la vida honestamente por otros rumbos. Me hablan que en tal ciudad el Cristo de la iglesia derrama lágrimas; no lo veo en quienes día a día me saludan, me sonríen, me preguntan cómo estoy, en los que lloran por mí cuando algo en mí no anda bien. Oímos que en tal lugar la Virgen María "se deja ver" ¡y hasta habla!, y no veo a Dios que habita en mí, y cada día me anima, me despierta y me capacita para que mis ojos sigan viendo, para que a mis oídos llegue su canto en la naturaleza, en las voces de los que viven conmigo en casa; en mi piel, que me ayuda a sentir el sol y el agua.

Terrible problema: Buscar a Dios en lo espectacular, en lo deslumbrarte, y olvidarnos del Dios que habita en lo cotidiano de nuestras vidas que parecen no importarle a nadie, ¡como si Él fuera nadie! Se nos olvida que Dios se hizo hombre para mostrarnos que para llegar a Dios el mejor camino es de la humanidad vivida y realizada en plenitud; que Jesús Resucitado nos dijo que no tuviéramos miedo, porque Él está con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos; se nos ha pasado el tiempo y no hemos leído el hermoso salmo 139(138): ¿adónde puedo ir lejos de tu rostro? Si subo al cielo, o si bajo al abismo, allí te encuentro, nada puede separarme de tu amor. Pobre Dios, y nosotros que no le creemos. Lo vemos arriba, y está abajo; lo buscamos fuera, y está dentro; lo creemos lejos, y está más cerca de nosotros que nosotros mismos. Pobre Dios. No cabe duda que ha de seguir sorprendido por nuestra falta de fe.

Tengan fe. Como dice Cha Cha Charly: los amo a todos. Feliz semana,

Miguel Angel, mj

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