Lectura del evangelio de Juan. Capítulo 6, lo leeremos en varios domingos, comenzando hoy por el relato de la multiplicación de los panes. La narración comienza con Jesús, rodeado de la gente que lo busca por las curaciones que hacía con los enfermos. Jesús quiere luego darle de comer a la gente, pues lo han seguido todo el tiempo. Sólo que los discípulos objetan que el dinero ganado en medio año no les alcanzaría para darles de comer a todos. Entonces por ahí alguien avisa que un muchacho tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es eso para tanta gente? Jesús toma los panes y los peces, agradece a Dios, los parte y los da. Todos comen lo que quieren y aun sobra. La gente está sorprendida. Sin embargo, la escena no tiene un final feliz: Jesús, se retira solo al monte porque comprende que la gente quiere proclamarlo rey. En esta escena de milagro, algo salió mal, ¿qué?
Pienso que aquí de fondo está lo que Fromm llamaba el miedo a la libertad. La gente quería un rey porque quería alguien que le diera de comer. Creían que el reinado de Dios comenzaría cuando ellos empezaran a recibir y Dios les ahorrara el esfuerzo. Pero los seguidores de Jesús no necesitan reyes; nosotros, los cristianos, desde el bautismo ¡somos reyes! Basta de esperar a que nos den de comer, a que nos digan qué hacer, qué pensar, qué decir. Quien crece con conciencia de dependencia, vive dependiendo siempre, como siervo a la espera de las órdenes y las dádivas de su amo, de su rey. Dios no quiere vasallos, ni siquiera de Él mismo. Por eso somos reyes, por eso, leeremos en este mismo evangelio más adelante (15,15) Jesús no nos llama siervos, sino amigos.
En esta escena, el reinado de Dios lo vivió el muchacho que ofreció sus panes y sus peces. Era pobre, los ricos comían pan de trigo; y los pobres, pan de cebada. Lo suyo era poco, era pobre e insignificante ante un problema que lo rebasaba completamente. Pero es libre y señor de su vida; no depende de nada ni de nadie, más que de su esfuerzo y de su vida, que le han sido dadas por Dios, y que son mantenidas y animadas también por Dios. No esperó a que le dieran. Ofreció el fruto de su esfuerzo, de su trabajo; no vio a los otros como enemigos que buscaban su comida, vio hermanos con hambre. No se sintió más que nadie, pero tampoco quiso que alguno fuera menos que él. Él ofreció lo suyo, y en este compartir se dio el milagro del reinado de Dios. Nadie lo obligó a dar, y no por quedarse sin nada fue menos; dando fue como se afirmó a sí mismo y afirmándose fue libre y generoso. Ahí encontró el reinar de Dios.
Sólo quien es libre, quien no tiene miedos, es generoso; quien es libre, se vincula con los demás como hermano; quien no se siente vasallo de nadie no busca humillar ni avasallar a nadie. Quien es libre sabe dar la vida, y en la cruz, dando vida, dándose, Jesús se mostró rey. Seamos valientes, asumamos nuestra libertad, seamos señores de nuestra propia vida y aprendamos a compartirla sin reservas. San Pablo lo resumió de una manera contundente: Para ser libres, nos ha liberado Cristo. Lo poco nacido de libertad es lo que el Señor multiplica.
Un abrazo, y feliz semana.
Miguel Angel, mj
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