Este domingo la liturgia nos propone dos parábolas, tomadas del evangelio según san Marcos. En las dos Jesús nos explica cómo es el reinado o la acción salvadora de Dios. Las parábolas son imágenes que Jesús tomó de la vida cotidiana de su pueblo. Quizá hoy nos diría que Dios es como un celular, siempre lo traes contigo y siempre te comunica con la gente que quieres y que te quiere, comenzando por él mismo. Quizá diría también que la acción de Dios es como el agua de una jarra de barro, que siempre se mantiene fresca y revitalizante.
Las parábolas que este día nos propone Jesús son dos: la primera nos dice que el reinado de Dios es como un grano sembrado en la tierra que crece y crece sin que el campesino que lo sembró intervenga o sepa cómo. Pero hizo el esfuerzo de sembrar. La segunda parábola dice que el reinado de Dios es como la más pequeña de las semillas -el evangelio dice que es la semilla de mostaza, a saber- pero una vez sembrada, crece y crece y crece, y se vuelve un árbol que da mucho fruto y que atrae a los pajarillos para que ahí hagan sus nidos.
Jesús no era un soñador romántico. No hablaba de Dios sin más. Lo hacía pensando en su gente, en su pueblo. Con sus parábolas, como con todas sus palabras, daba vida a su pueblo cuando más la necesitaba. En tiempos de Jesùs, y de las primeras comunidades cristianas, la gente del pueblo vivía dominada y a veces perseguida por el imperio romano, y se preguntaba por qué Dios no actuaba para liberarlos; la gente pobre, como los campesinos, los enfermos, las mujeres, los niños, eran menospreciados. Y se preguntaban si algún día Dios se acordaría de ello.
Las parábolas de Jesús este día nos recuerdan dos cosas: la primera, que Dios siempre está actuando. No sufrimos porque Dios no haga nada, ni porque Dios se haya olvidado de nosotros. Dios es la tierra que siempre está acogiendo, nuetriendo y transformando las semillas que son nuestras vidas para que den fruto. Independiente de que nosotros lo queramos o no. Dios siempre está haciendo su esfuerzo para sacar lo mejor de nosotros. Y terminará haciéndolo. Será mejor si, así como el campesino cuida la tierra, la riega, la abona, también nosotros hacemos el esfuerzo de colaborar con Dios: cuidando nuestra salud, nuestro cuerpo, nuestra autoestima, nuestro ambiente familiar y laboral, nuestra sociedad, nuestra naturaleza...
La segunda parábola es, lo menos, sorpresiva. Hoy como en tiempos de Jesùs, hay gente que es vista como "menos": los que son minorías, los "pequeños" de nuestra sociedad: los indígenas, los pobres, los migrantes, los homosexuales, etc. etc. Tambièn en nuestro corazòn hay la sensación de alguna "pequeñez": la sensación de "no ser alguien" por no tener el dinero, el poder o la fama que nos gustarían... ¡para ser más que otros! Ahí está "la trampa". Nos medimos con respecto a los demás. Pues bien, Jesús nos invita a ponernos en los brazos de Dios, como personas y como sociedad, como la semilla en la tierra, a partir de lo pequeño de nuestras vidas, de lo pequeño que está llamado a crecer y acoger a los demás: lo pequeño de nuestra esperanza por un mundo de paz en medio de una sociedad violenta y corrompida por las drogas; lo pequeño de nuestro pan ganado a costa de mucho trabajo que, sin embargo, renueva las fuerzas de la familia; lo pequeño de nuestro tiempo pasado con la familia y los amigos, cuando la sociedad demanda más y más tiempo de trabajo.
Dios toma partido por los pequeño. Dios se identifica con los pequeños, no con los grandes o poderosos, que se aprovechan del débil. Dios ama, actúa y construye desde lo pequeño. Si así lo creyéramos, otra sería nuestra vida.
Desde las tierras tapatías en que ahora vivo, les deseo una feliz semana.
Miguel Angel, mj
Las parábolas que este día nos propone Jesús son dos: la primera nos dice que el reinado de Dios es como un grano sembrado en la tierra que crece y crece sin que el campesino que lo sembró intervenga o sepa cómo. Pero hizo el esfuerzo de sembrar. La segunda parábola dice que el reinado de Dios es como la más pequeña de las semillas -el evangelio dice que es la semilla de mostaza, a saber- pero una vez sembrada, crece y crece y crece, y se vuelve un árbol que da mucho fruto y que atrae a los pajarillos para que ahí hagan sus nidos.
Jesús no era un soñador romántico. No hablaba de Dios sin más. Lo hacía pensando en su gente, en su pueblo. Con sus parábolas, como con todas sus palabras, daba vida a su pueblo cuando más la necesitaba. En tiempos de Jesùs, y de las primeras comunidades cristianas, la gente del pueblo vivía dominada y a veces perseguida por el imperio romano, y se preguntaba por qué Dios no actuaba para liberarlos; la gente pobre, como los campesinos, los enfermos, las mujeres, los niños, eran menospreciados. Y se preguntaban si algún día Dios se acordaría de ello.
Las parábolas de Jesús este día nos recuerdan dos cosas: la primera, que Dios siempre está actuando. No sufrimos porque Dios no haga nada, ni porque Dios se haya olvidado de nosotros. Dios es la tierra que siempre está acogiendo, nuetriendo y transformando las semillas que son nuestras vidas para que den fruto. Independiente de que nosotros lo queramos o no. Dios siempre está haciendo su esfuerzo para sacar lo mejor de nosotros. Y terminará haciéndolo. Será mejor si, así como el campesino cuida la tierra, la riega, la abona, también nosotros hacemos el esfuerzo de colaborar con Dios: cuidando nuestra salud, nuestro cuerpo, nuestra autoestima, nuestro ambiente familiar y laboral, nuestra sociedad, nuestra naturaleza...
La segunda parábola es, lo menos, sorpresiva. Hoy como en tiempos de Jesùs, hay gente que es vista como "menos": los que son minorías, los "pequeños" de nuestra sociedad: los indígenas, los pobres, los migrantes, los homosexuales, etc. etc. Tambièn en nuestro corazòn hay la sensación de alguna "pequeñez": la sensación de "no ser alguien" por no tener el dinero, el poder o la fama que nos gustarían... ¡para ser más que otros! Ahí está "la trampa". Nos medimos con respecto a los demás. Pues bien, Jesús nos invita a ponernos en los brazos de Dios, como personas y como sociedad, como la semilla en la tierra, a partir de lo pequeño de nuestras vidas, de lo pequeño que está llamado a crecer y acoger a los demás: lo pequeño de nuestra esperanza por un mundo de paz en medio de una sociedad violenta y corrompida por las drogas; lo pequeño de nuestro pan ganado a costa de mucho trabajo que, sin embargo, renueva las fuerzas de la familia; lo pequeño de nuestro tiempo pasado con la familia y los amigos, cuando la sociedad demanda más y más tiempo de trabajo.
Dios toma partido por los pequeño. Dios se identifica con los pequeños, no con los grandes o poderosos, que se aprovechan del débil. Dios ama, actúa y construye desde lo pequeño. Si así lo creyéramos, otra sería nuestra vida.
Desde las tierras tapatías en que ahora vivo, les deseo una feliz semana.
Miguel Angel, mj
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