Marcos 13,33-37 Quien piense que las palabras lo dicen todo, está equivocado. Lo importante es la voz. Lo saben bien los narradores de historias, y los amantes de las palabras. Decía el Maestro Poncelis, no es lo mismo decir: “¿Bailamos, madres?”, que “¿Bailamos?, ¡madres!” Un librero es un enorme cementerio en el cada libro es un ataúd que contiene vidas aguardando la hora de la resurrección; la hora del encuentro con una mirada que las acaricie y una voz que las traiga de vuelta a la existencia. Dios no sólo se revela en su Palabra, también se revela en su voz. Marin Marais fue un músico y compositor de los siglo XVII y XVIII; de niño tenía una voz maravillosa, delicada, de soprano; pero le llegó le adolescencia y perdió su voz y, a cambio recibió una voz de hombre, una voz grave, de bajo, como de sapo que croa; como pasa con todos los hombres, dice Pascal Quignard, que cuenta la historia de Marais en La lección de música . Dice que todos los varones buscamos nuestra voz de niños,